sábado, 12 de junio de 2010

Turismo nocturno en la gran ciudad.


El joven tomó sin ganas la copa de la mesa y se la llevó a los labios. Apenas un sorbo y la dejó otra vez. Se preguntó qué demonios hacía ahí, en ese show-girls, por el que le cobraron un pastón por un refresco normal y corriente.

Prestó atención al espectáculo que se desarrollaba unos metros más allá. El local estaba de bote en bote. Humos blancos cruzados por focos de luz de muchos colores. El ambiente era muy cargado, un pelín sórdido. Se lo habían recomendado unos amigos, pese a que no era nada asiduo a ese tipo de garitos. Pero claro, estaba en esa enorme ciudad, y esta parada era casi obligatoria, parte de la ruta turística.

En el escenario, tres chicas llevaban a cabo un numerito lésbico sobre un enorme colchón. Encima de éste, a unos dos metros escasos, una robusta reja fija de barras horizontales cruzadas servía de asidero. De esa reja colgaban aquí y allá unas pocas cuerdas que terminaban en aros, a distintas alturas, de tal manera que aquello servía como base de actuación de números eróticos donde se mezclaban el contorsionismo, la fuerza, la resistencia y el equilibrio con los desnudos, parciales o totales, con todo juego de posturas horizontales y verticales, junto con una pizca de sadomasoquismo, el dominio de quienes se colgaban sobre quienes se tumbaban en el colchón, atados o no, dependiendo de la actuación.

El joven miraba sin mucho interés, pese a que las chicas eran un auténtico prodigio de belleza, provocación, flexibilidad y autocontrol. Una se colgaba de pies y manos y ponía su vulva al alcance de otra que estaba tumbada, mientras la tercera se dedicaba desde las alturas a la vulva expuesta de la segunda. De repente, cambiaban de postura con una sincronía asombrosa, pasando a estar una a gatas, la otra montada sobre sus lomos y la tercera pegando su vulva a la cara de la de abajo, o con un golpe de vientre y arco lumbar, a la jinetera...

Admiraba las gráciles siluetas de las bailarinas, sus melenas recogidas, los conjuntos que llevaban, que realzaban sus encantos y en ocasiones les servían de discretos arneses que colgaban del enrejado con un hábil y disimulado gesto... pero no disfrutaba de nada más. No estaba para apreciar detalles íntimos, darles la cancha que reclamaban en su fuero interno.

Bebió otro sorbo. En un determinado momento le dio por mirar a su alrededor. Por supuesto, no distinguió a ninguna mujer entre los espectadores, a excepción de las camareras, que deambulaban atendiendo los pedidos. Los clientes eran hombres, de todas las edades y consituciones físicas, pero todos más o menos trajeados y opulentos. Aquél era un club donde la exclusividad estaba garantizada por los fornidos porteros y tres o cuatro guardas dispuestos en sitios estratégicos, vestidos de negro y con corbata.

Sintió lástima y repulsa al ver los semblantes de los espectadores. Todos sin excepción miraban con los ojos bien abiertos, sin apenas parpadear, en silencio. De vez en cuando echaban un vistazo a las camareras, que también eran dignas de verse, y las piropeaban en voz baja e intentaban reclamar su atención, antes de volver a contemplar el espectáculo.

A lo que se dio cuenta, las luces y la música se apagaron de repente, dando por terminada la función. Una atronadora salva de aplausos, silbidos, gritos y piropos retumbó en toda la sala.

El joven aplaudió, aunque sin apenas ganas. Una camarera que pasaba por ahí cerca se fijó en él y se acercó, cogiéndole el vaso vacío y sacudiéndolo ante sus narices, interrogante. Afirmó con la cabeza, pasando un billete en la bandeja. Ella sonrió y guiñó un ojo a través de su antifaz, perdiéndose entre la multitud enfervorizada.

Todas las camareras iban con falditas cortas, ligueros y medias, tacones, camisetas ajustadas anudadas bajo el pecho y con antifaces, irreconocibles. Altas, bajitas, morenas, rubias, todas eran muy atractivas y ágiles de reflejos, capaces de esquivar un manotazo, una palmada, un brazo abarcante... Las actuantes, en cambio, iban casi desnudas y a rostro descubierto, pero tanto daba. El maquillaje, las luces, el humo, el continuo movimiento, las pretendidas muecas de placer, hacían que fueran difíciles de reconocer.

Algún rato después, se encendió un foco, que iluminó a un hombre trajeado con un micrófono en la mano.

–Gracias, gracias, muchas gracias, gentiles caballeros. Gracias por estos aplausos tan merecidos por esta actuación tan maravillosa, tan bien ejercitada, tan perfecta de éste nuestro trío de amazonas del viento...

Fue interrumpido por otra salva de aplausos, silbidos, gritos y requerimientos de otra actuación. El presentador sonreía, apaciguando con su mano libre una y otra vez.

Entre tanto, la camarera volvió y depositó en la mesita un vaso lleno con un platillo portando la vuelta. El joven dio las gracias y se llevó el vaso a la boca, bebiendo un sorbo, ajeno a la barahúnda que los rodeaba. La camarera esperaba con un gracioso mohín. El otro cayó en la cuenta y le tendió una parte significativa de la vuelta, que ella se metió en un bolsillo en el escote. Una nueva sonrisa, otro guiño y un descarado golpe de caderas, y se perdió entre la gente.

–... son ustedes todos muy atentos... el mejor público que se puede tener... una respuesta realmente admirable... –el presentador esperaba a que se calmaran y prestaran atención, sin apenas éxito –...da gusto trabajar para un público tan distinguido y tan especial...

La gente seguía aplaudiendo a rabiar.

–... pero esta noche es muy especial, porque tenemos una sorpresa. –El público empezó a enmudecer. –Sí, señores. Una sorpresa que ninguno de ustedes esperaría de un sitio como éste y unas señoritas como éstas –se giró y con el brazo señaló a las tres chicas que aguardaban al fondo del escenario, sin retirarse –... nuestras bellas amazonas del viento.

Hubo rumores de indiferencia, caras escépticas y gestos de aburrimiento generalizados.

–Veo que la mayoría de nuestro distinguido público no se lo cree... Pues bien, tengo que decirles que, dependiendo de cómo vaya esta sorpresa hoy, no habrá ninguna más de este tipo, porque ése es el deseo expreso de nuestras tres señoritas amazonas.

El rumor se acalló, lo bastante como para originar un silencio persuasivo, roto por alguna que otra tos, expresión de incredulidad y taconeos de las camareras.

–Las bellas amazonas van a elegir a uno de ustedes y lo subirán al escenario, donde será objeto exclusivo y privilegiado de sus atenciones durante el tiempo que ellas estimen necesario.

El ambiente se tornó espeso. Nadie osó interrumpir ni toser ni provocar el más mínimo ruido.

–Las señoritas bajarán al patio y pasearán entre todos ustedes en silencio. Cuando hayan terminado se reunirán, hablarán entre sí, se pondrán de acuerdo e irán las tres juntitas a invitar y recoger a quien hayan elegido. Ruego por tanto la máxima caballerosidad, cortesía y atención a las damas, puesto que quién sabe si el elegido es usted, o usted, o usted mismo... –señaló a algunos espectadores.

Las chicas bajaron del escenario por unas escalerillas apartadas y se desperdigaron por todo el local, contoneándose provocativamente. Se apagaron los focos y se encendieron unas luces ambientales, de tal manera que ellas podían ver y mirar bien, y los hombres podían apreciar bien sus cualidades físicas, que eran muchas.

–Dependiendo de cómo salga esto, puede que repitan esta sorpresa en el futuro... A ver, a ver... ¿quién será el ganador, quién será el afortunado que disfrute de estas tres bellezas, quién será el caballero que se llevará un grato recuerdo de esta noche...?

Una se aproximaba a la mesa del joven. Este ya se había hecho a la idea de no ser el elegido. No obstante, admiró la silueta, el dominio, la tranquilidad con que se paseaba: brazos en jarras, mirada atenta pero levemente altanera, vaivén de caderas muy sexy y lento... Al llegar a su altura, el joven quedó prendado de sus profundos e inquisitivos ojos azules. Sólo fue un momento, ella no hizo ningún amago de interés y siguió pasando la mirada de largo.

Le hizo gracia ver cómo algunos dejaban entrever billetes bajo sus dedos, las caras ansiosas, los ojos tremendamente fijos en sus cuerpos. Algunos incluso boqueaban.

–... Tenemos a disposición del futuro afortunado los certificados de sanidad de revisiones de las tres señoritas... esto, junto con el preservativo, bastará para tranquilizar al caballero… La atención, por supuesto, será gratuita y no conllevará sobrecoste alguno... Si las damas lo consideran conveniente, se declarará el premio desierto... Recordamos al respetable que, por razones obvias, se abstengan de grabar este show con sus móviles. No vamos a evitarlo, claro está, pero apelamos a su caballerosidad, solidaridad y empatía… la próxima vez, si la hubiera, podrían ser ustedes los afortunados, y no querrían verse grabados y saliendo por internet de la misma manera que lo hicieron hoy…

Se acercaba otra. La misma actitud, tanto por su parte como por parte de los boqueantes. Se empezaron a oír algunas risas, provenientes sobre todo de grupos de amigos que se metían entre sí, pegándose codazos, señalándose y suspirando con fuerza.

Y ya por fin la última. El joven, pese a su pretendida indiferencia derrotista, no podía sustraerse a los encantos y la tensión que se mascaba en el ambiente. Los nervios le hacían llevar el vaso a la boca, mojarse los labios y dejarlo otra vez, para a los pocos segundos volver a empezar.

Se completó el recorrido. Las chicas se reunieron, cuchichearon entre sí unos instantes y afirmaron con la cabeza. Una de ellas hizo una señal al presentador.

–Caballeros, gentiles caballeros, las bellas amazonas han elegido. Ahora irán a por el afortunado. Maestro… ¡redoble!

Sonó un tamborileo circense de tensión. Las tres chicas emprendieron el camino con decisión y descaro.

El joven desvió los ojos. No quería ver quién sería el elegido que disfrutaría de esas formas. Sintió una especie de ataques de celos, o de envidia. Los cerró con fuerza y se llevó otra vez el vaso a la boca.

Su sorpresa fue mayúscula al notar que alguien se lo quitaba, y que unos finos brazos se colaban entre los suyos. Abrió los ojos: las chicas se agachaban entre sus hombros, acariciándole y conminándole a levantarse.

–Señores… ¡ya tenemos ganador! ¡un aplauso para el afortunado!

Todos rompieron a aplaudir, algunos de mala gana, pero acabaron animándose.

Las chicas tiraron de sus brazos, con sonrisas y alegría. El hizo un amago de negarse, pero se dijo ¿por qué no? Y se dejó llevar.

Los cuatro cruzaron la sala y lo subieron al escenario, dejándolo al lado del presentador.

–Bien, joven, ¿cómo se llama?

–Eeh… Arturo…

–Bien, Arturo, ¿de dónde eres?

–De Zaragoza…

–¿De Zaragoza? Ajá. Y ¿estás aquí, en esta gran ciudad, de turista?

–Sí.

–Pues te vas a llevar un recuerdo que te va a durar mucho tiempo –rió el presentador con retintín. –Dinos, Arturo, ¿qué te parecen nuestras chicas?

–Muy guapas y atractivas, mucho, de verdad.

–¿Estás dispuesto a someterte a sus deseos…? Yo diría que sí, ¿verdad…?

–Eh… sí…

–A pesar de nuestra petición de no grabar lo que te van a hacer, siempre puede haber alguno que lo haga con disimulo… así que para prevenirte de futuros quebraderos de cabeza, ¿no tendrás novia ni nada parecido, verdad?

–No –negó tajante. Una sombra cruzó la cara del joven.

–Bien, pues si no tienes ninguna pregunta o duda que plantear, damos paso al espectáculo sin más. Caballeros ¡otro aplauso para el osado ganador!

En medio de otra salva, las chicas se acercaron a él, sonrientes e incitantes. Le tomaron de las manos y lo llevaron al colchón. Antes de tumbarlo, empezaron a desnudarlo.

–Eeeeh… oíd, chicas, por favor, tengo algo que deciros… –musitó con voz queda.

–¿Sí…? ¿el qué? –dijo una de ellas, mientras le desabotonaba la camisa.

–Quiero poneros las cosas fáciles, así que os aviso: soy… soy… muy difícil de correrme…

Las tres chicas se detuvieron un instante, mirando al joven y luego entre sí. Pero siguieron con el magreo.

–¿Y cuál es tu punto más sensible?

–Eeeeh… la próstata.

–Entendido. No te preocupes –musitó una.

–Gracias por tu sinceridad y apoyo –susurró otra en su oído.

–Déjalo en nuestras manos. Disfruta, y cuando llegue el momento, yo misma te meteré un dedo por el culo con todo disimulo y provocaré que te corras…

Completamente desnudo, empezó la función. Se restregaban contra su cuerpo de arriba abajo, le besaban, le mordisqueaban, le arañaban, le palmeaban… De repente las tres se arrodillaron frente a él y le hicieron una felación a tres bandas. Al poco rato una se puso a su espalda y le masajeó los glúteos mientras su boca estiraba la oreja.

–Sandra tiene muy buen ojo…

–¿Quién es Sandra…? –musitó Arturo.

–La camarera que te ha servido el refresco. Le dijimos que estuviese atenta entre el público, por si veía al aspirante adecuado…

Arturo soltó una leve carcajada.

Las caricias se volvieron más atrevidas. Le empujaron despacito hacia el colchón e hicieron que se arrodillara en él. Entonces creyó entrar en el séptimo cielo.


Las chicas se colgaban en el enrejado, montándose sobre sus hombros, tanto de espaldas como de frente, manteniendo la verticalidad. Restregaban sus tibias vulvas y sus muslos contra todo el cuerpo de él. Por supuesto, una u otra se dedicaba siempre a estimular sus partes, sin cesar.

Notó el sudor que emanaban de sus cuerpos. El cansancio se apoderaba de ellas. Le tumbaron y se relajó el esfuerzo, no así el ritmo. Se turnaban encima de él, bien para hacerle una felación a tres bandas, a dos y la otra encima de su cara, a una y las otras dos se dedicaban al resto de su cuerpo…

Hasta que notó cómo unos dedos se aproximaban cautelosos a su ano. Miró abajo. Una chica tapaba con su cuerpo esta maniobra. Otra se dedicó a sostenerle la cabeza para que no se perdiera nada, y la tercera rasgaba un sobrecito y sacaba un preservativo, poniéndoselo con pericia y rapidez. Después montó a caballo, empalándose muy suavemente. Empezó la cabalgata.

La que estaba atrás le frotaba con mucho vigor el perineo con una mano, disimuladamente, mientras con la otra, más visible y con aspaviento, se dedicaba a la jinetera.

Con mucha delicadeza, notó cómo los dedos acariciaban y entraban en él. Primero la puntita de uno, bien lubricado, algún rato después volvió a la carga, lo metió por completo poco a poco, sin parar de moverlo. Hasta que, en un engarfiado casual, tocó el punto adecuado y sintió un temblor y se tensó, tensó todo su cuerpo, reprimiendo un grito y echando la cabeza hacia atrás. El dedo se retiró un instante, dándole un respiro, y volvió otra vez, despacito y acompañado por otro.

Las chicas no paraban de moverse, de restregarse, de gemir, de besar y jadear. Notaron que el joven se tensó otra vez, arqueándose sobre el colchón, y entraron a fondo. La cabalgata se volvió más intensa y enérgica, las caricias y los besos se tornaron arañazos y mordiscos… pero los dedos en su interior seguían igual de delicados, tímidos y expertos.

Abrió la boca y cerró los ojos, retirando su cara de cualquier cuerpo, y mordió el aire, mientras sentía cómo explotaba entre todo ese marasmo de energía femenina tan repleta y abundante.

Soltó un largo suspiro, abandonándose, mientras las chicas ultimaban la función. Una de ellas empezó a secarle con una toalla, otra se cubría a sí misma y a sus compañeras con batas, y la última recogía los enseres desperdigados por el colchón.

A todo esto, el joven no pensó ni una vez en el público, asistente forzosamente pasivo de su experiencia. Cuando recuperó algo de sus fuerzas y logró sentarse con ayuda de las chicas, fue recibido con un fuerte aplauso multitudinario, con silbidos y gritos de entusiasmo.

Cubrieron sus hombros con una bata, y lo pusieron en pie. Le bajaron del colchón y le guiaron a un camerino, donde su ropa le aguardaba primorosamente doblada y plegada sobre una silla. Le dejaron ahí a que se recuperara por completo a su ritmo, mientras en el escenario el presentador anunciaba otro espectáculo.

Las tres chicas, tras un frenético ajetreo ayudando a los siguientes actores a vestirlos y preparar el escenario, se retiraron al camerino a quitarse el maquillaje.

–Gracias por… por el… por la experiencia –dijo Arturo.

–A ti por prestarte de voluntario –contestó una, mirándole por el espejo.

Las tres se desmaquillaban, se quitaban los postizos, la brillantina, los rimmeles, las horquillas del pelo, se peinaban las melenas, devolviéndoles sus aspectos habituales…

Arturo empezó a vestirse, nervioso. Sintió que podía sacar más de esa situación privilegiada, pero se replegó, empujado por el lastre de su pesimismo y timidez.

–¿Cómo os llamáis? –acertó a preguntar, en un alarde de valor.

–Yo Susana, y ellas Silvia y Adriana. –Ambas hicieron un leve gesto con la mano.

–Encantado… Bueno, me voy ya. –Se encaminó a la puerta.

Ellas sólo saludaron con leve vaivén de los dedos y un rápido “taluego” en forma de murmullo. Abrió despacio la puerta, admiró sus bellezas, esperando una mínima señal de interés, pero ellas siguieron concentradas en sus labores. Salió y cerró.

Pese al jaleo que se oía en el escenario, no tuvo ganas de volver allí, así que echó un vistazo, y se dirigió a la puerta de salida trasera, de servicio, o de los artistas.

Nadie se lo impidió. Ni siquiera el gorila de la puerta.

Mientras paseaba por el callejón, pensó en que el presentador tenía razón: no olvidaría así como así esta gran ciudad.
 
 

2 comentarios:

  1. mae mia!! veo que te has puesto las pilas escribiendo, ¡¡me encanta!! desde luego una fantasia para muuuchos, por no decir todos los hombres...que calorcito desprende tu relato ;-)

    Besines

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  2. Pues muchas gracias, Madrileña, je je je je...

    Esta es una de las fantasías mías más habituales para conciliar el sueño, porque como tú dices, da un calorcito íntimo, ji ji ji...

    Lo que pasa es que, no sé porqué, nunca llego al final... ya estoy en brazos de Morfeo, y a ver si esa fantasía genera entonces un sueño que me haga vivirlo, dentro de lo que cabe... je je je je...

    Besonazos maños, tantos como necesites, guapa.

    ¡Y a ver si te pasas más por aquí, que te echo de menos...!

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