viernes, 4 de febrero de 2011

Soy un peón.

Peon

No un rey, ni un alfil, ni una torre, ni un caballo.

Soy un peón.

Sacrificable, con poquísimo margen de maniobra, individualidad disminuida (nuestra fuerza reside en el número) y movimientos muy limitados.

Por tanto, no tengo amenaza a mi disposición de largo alcance, como el alfil. No tengo la potencia directa y blindada de la torre. No tengo la agilidad saltadora ni imprevisible del caballo. Ni por supuesto la movilidad y peligro de la reina, ni el privilegio de la constante defensa del rey, cuya vulnerabilidad es clave en toda la partida.

Soy un peón.

Mis matemáticas son sencillas. Ocupo una casilla, y sólo tengo alcance para la siguiente, o bien protección y amenaza para las laterales siguientes. Puedo ocupar una casilla clave, pero entonces mi fuerza reside en ser un obstáculo para el contrario, y una pieza prescindible y de poco valor para el propio bando. Nada más.

Soy un peón.

Y en la vida, también me reconozco un peón.

Mis limitaciones de conocimientos, de formación, de oportunidades, de influencias… son evidentes. Como a un peón de ajedrez, cuando es mi turno de sacrificio, no hay apenas trauma para los de mi alrededor. La partida continúa sin mí, pese a que en mi fuero interno me gustaría que no fuera así. Que mi salida de la partida signifique que, para mi bando, es la perdición irremediable. Pero no. La partida sigue.

Fuera del tablero, me reúno con otras piezas sacrificadas, y espero a la siguiente partida, que no sé si sucederá, con lo que estamos todas momificadas.

Pero… si en alguna partida llego a la meta, me convierto automáticamente en reina. O en torre, o en alfil. Y a eso es a lo que aspiran todos los peones. El problema es que esas milagrosas conversiones son una lotería. Y al que le toque, que le vaya bien. Pero a los que caigan en el camino, se quedan fuera, depauperados, abandonados, disminuidos. Que dicho sea de paso, son la inmensa mayoría, por inmutable estadística.

Todos los peones deberíamos ser los reyes en nuestras casillas. Porque no tenemos más a nuestra disposición.

Pero cuando miro alrededor para tomar fuerzas, y veo que el rey es un cobarde que huye de su propia sombra, la reina una bella ligerísima de cascos que se arrima al ganador sin el menor pudor, los alfiles unos fanáticos de sus propios colores en diagonal, los caballos saltando hacia donde menos molestias les provoquen, y las torres haciendo negocios miserables con sus prebendas y privilegios, entonces yo, el peón, me quedo sin guía, sin motivo de ser ni de luchar ni de avanzar.

Enfrente tengo a otro peón del bando contrario en la misma situación, que paradójicamente nos bloquearíamos el camino si estamos en casillas vecinas. sin poder decirnos ni mú, frente a frente, hasta que uno de los dos volemos por los aires. Probablemente me aliaría con él de buena gana. Pero si pudiera llevar a cabo esa alianza ya no seríamos peones, y además saltarían por los aires todas las reglas en las que se basan las ganancias y privilegios de los demás potentados, tanto de uno como de otro bando… ganancias y privilegios basados en parte en el sacrificio masivo y constante de los peones.

Pero soy un peón, y a pesar de nuestra masiva existencia, de nuestro gran número, muchos de esos peones no quieren pensar en sí mismos como peones, porque sería humillante e inaceptable. Y ahí es donde reside mi debilidad. Y las altas figuras lo saben, y lo fomentan, y se aprovechan de ello.



3 comentarios:

  1. Arturo, me parece una magnífica metáfora la tuya. Algo pesimista para mi gusto, y eso que nado también bastante a menudo en las aguas del pesimismo.
    Yo no sé jugar al ajedrez, ni creo que aprenda nunca pues no me atrae lo más mínimo. Desconozco las normas,los movimientos ni el valor de las diferentes piezas. Aunque, evidentemente, ya sólo por su nombre, se presupone mucho más importantes y poderosos el rey y la reina que no los peones.
    Pero te diré algo, mi querido peón: si sacamos el tablero para echar una partida y falta uno, un solo peón, ya no se puede hacer la jugada.
    Los simples peones también juegan su papel.
    Un abrazo.

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  2. Belkis, es una metáfora que llevaba meses gestando en mi cabeza, y que en mis momentos de gran pesimismo se hacían visibles, incluso cobraban movilidad, como en una película de "Matrix"...

    En fin, simplemente le dí un trasfondo social y político a la metáfora, y aquí tienes el resultado...

    Gracias por apreciarlo.

    Un beso y muchoa abrazos.

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  3. Un peón puede transformarse en Dama, Alfil, Caballo o Torre. Solo los que logran llegar al fin sin rendirse y jugando bien lograr transformarse.

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