miércoles, 2 de mayo de 2012

Juegos de guerra.

Llevaba tiempo con la idea de escribir algo sobre esto. Hace algunos meses me dí de alta en Team Fortress 2, un juego multijugador con múltiples opciones de equipamiento, habilidades, resistencias, debilidades, caracterizaciones, armas, defensas y demás. Para jugar ahí se debe poseer una cuenta en Steam, que habilité hace algunos años cuando adquirí un paquete cuyo atractivo principal por aquel entonces era “Half-Life 2”, un juego de ciencia-ficción ambientado en una cruel dictadura y personificando a un científico gafe que en la primera parte, “Half-life” (a secas) había supuestamente desencadenado los cimientos de dicha dictadura. Este juego me absorbió durante mucho tiempo, fascinado por la lucha a cuatro bandas: por un lado la resistencia, partisanos médicos, científicos y mecánicos, donde estaba el protagonista; por otro la alianza, soldados uniformados y bien equipados y robots duros y letales; por el tercero los zombies y los bichos viola-cabezas que provocan el cambio, y por el cuarto las hormigas león, insectos del tamaño de mastines que surgían de la arena, con sus tremendas “guardianas” al frente. Lo jugué y lo volví a jugar hasta que sus limitaciones me constriñeron, se hicieron demasiado repetitivas, previsibles y evidentes.

Cuando adquirí el paquete, en él se incluía Team Fortress 2, y lo activé y lo probé, no quedando nada convencido del resultado, comparado con otros juegos de que disponía entonces. Lo dejé aparcado, hasta que hace poco lo retomé y me impliqué a fondo: me hice hasta donde pude con las habilidades y limitaciones de cada personaje (nueve en total), favoreciendo a unos y sintiéndome incómodo con otros.

Como es multijugador, nunca acaba, no como los mencionados en el primer párrafo (Half-life 1 y 2, Doom 3, Quake 4, Wolfenstein, y todos sus “mods” o derivados), con principio y final, niveles cada vez más difíciles conforme se avanza, armas nuevas, enemigos más duros.., pero cuando se llega al final, se acaba. Ya no hay más. En cambio, en multijugador nunca se acaba. Se está en el mismo nivel, o se avanza todos juntos, o en dos equipos, o todos contra todos, etc., pero cuando se completa un nivel, se repite desde el principio o se toma otro mapa.

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Hasta aquí normal. Si se puede llamar normal esta afición que da mucho de sí pero no es productiva ni socialmente valorada.

Pero un servidor, en su… fantasía, sensibilidad, empatía… no sé muy bien cómo llamarlo, se quedaba cada vez más y más impresionado con cada juego que estrenaba, con cada nivel que alcanzaba, con cada mapa que se abría ante él… Entre las cuatro insípidas paredes que es su vida actual, eso significaba lo que para muchas otras personas un viaje a un lugar exótico, un descubrimiento alucinante, una persona recién conocida que le remueve algo especial, un trabajo o proyecto nuevos, una ilusión planteada… Y no podía sustraerse al encanto de explorar todos y cada uno de los rincones que presenta un mapa, por oscuro y complicado que sea, con sus secretos, sus sustos, sus dilemas o acertijos, y quedarse literalmente fascinado ante la visión de algo nuevo, hasta que se hacía con él y seguía forzosamente adelante… En “Doom 3” por ej., probar todas las combinaciones posibles para abrir un armario o sala especial; en “Half-life” dejarse llevar por el vértigo al entrar en una dimensión alienígena con reglas de la gravedad distintas y con paisajes extraños, casi oníricos; en “Half-life 2” sentir el apoyo de compañeros, que aunque sean cachos de programas puros y duros, le ayudan o mueren a su alrededor, se siente con la responsabilidad de llevarlos a salvo; en “Team Fortress 2” ser parte de un equipo, con compañeros mucho más hábiles que el, pero que con su modesto apoyo (como médico por ejemplo), se puede ganar y saborear la victoria en grupo sin ningún tipo de complejos, siendo caballeroso con los vencidos y no matarlos ni dañarlos entre el fin de la partida y el comienzo de la siguiente, o bien si se es vencido, esperar que los vencedores no le hagan daño ni se regodeen mucho en ese mismo periodo…

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Todo esto viene a cuento de lo que significó para mí la reciente descarga de un nuevo juego, “Call of Duty Modern Warfare” (más bien una demo caducable… el juego original cuesta un riñón, y eso que es un versión multijugador de “Call of Duty”, otro juego que ocupa lo suyo, tiene mucha solera detrás y es más caro aún). Follajes, ruinas, armas, movimientos, equipos, realismo… la madre que los parió, qué agobio. Se cumple la premisa de no ver al enemigo que me domina y me mata. Así como en los juegos anteriores se ve al enemigo, o se distingue, o incluso se presiente, aquí no. Pero esto es parte del juego, y como tal se asume.

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Lo que ya no veo tan bien es la banalización de la guerra. Jovencitos con sobrepeso, pálidos, ojerosos, solitarios y malhumorados que juegan a ser auténticos soldados entrenados que sudan, matan y mueren en batallas. Que no sufren en absoluto el miedo, el frío o el calor, el dolor de las heridas o mutilaciones, el cansancio, el esfuerzo, el hambre, la sed, la falta de sueño, la presión, las pérdidas de compañeros, la mala organización del mando, suministro o fallo de las armas, su peso, limitaciones y mantenimiento; el abuso de poder, ineptitud y corrupción de oficiales y suboficiales, y tantos y tantos otros traumas que se dejan de lado.

Qué cosas, pensé. Juegos de guerra así tienen éxito tremendo, y juegos eróticos o sexuales son censurados y no tienen ni la décima parte del éxito y el desarrollo que tienen los anteriores.

Si a todos esos jugadores los llevaran a un campo de batalla real, ¿en qué pensarían? ¿se lanzarían al combate con toda alegría como en el juego, o se mearían encima y llamarían a su mamá?

Estaría bien que las futuras guerras se libraran ahí, en el campo virtual. Nada de sangre, ni combate cuerpo a cuerpo, ni sufrimiento, ni muertes… Sólo bits contra bits.