jueves, 14 de agosto de 2014

Un juego muy virtual.

Allí estaba ella, siempre tan entusiasta, siempre con una sonrisa en los labios, con su risa contagiosa y abundante, que soltaba a la mínima ocasión.

Y también el resto de compañeros, pero no me fijé en ellos.

El juego esta vez era ridículo en comparación con los demás: caían ruedas enormes, de dos en dos, desde una torre situada en un extremo de una explanada repleta de escombros. El objetivo era evitar esas ruedas y guiarlas hacia su destino mediante maniobras más o menos complicadas. Cuando una caía ahí, se debía hacer lo posible para que la otra cayera en su otro sitio también. Sólo entonces se iniciaba la cuenta atrás para las siguientes dos gigantescas ruedas.

Todos los demás eran expertos cualificados en dichas maniobras, y ella no era excepción. Yo hacía lo que podía, pero mi nivel era mediocre.

Había trabado conocimiento con ella en éste y en otros juegos. Pero era en éste en donde estábamos más a gusto, por los requisitos técnicos. Las más altas resoluciones en imágenes en 3D, jugabilidad extrema, gráficos espectaculares y realistas, efectos especiales muy trabajados, retroalimentación sensitiva líder en el mercado…

Ella ahora había elegido un avatar muy sexy. Alta, curvilínea, melena abundante gris platino, labios negros, piel rojo sangre, ojos azules, pecho bien desarrollado, caderas prominentes, piernas fuertes y ágiles. Ella ponía la voz y los movimientos.

Su atuendo tampoco estaba nada mal: una cota de malla casi integral, con placas metálicas aquí y allá, que realzaba sus encantos, pero que se iba disgregando y desprendiendo conforme las aristas cortantes de las ruedas, los empujones y las caídas actuaban a lo largo del juego.

Saltábamos ágilmente de aquí para allá, usando las herramientas que el juego nos daba, para evitar que nos pillaran las enormes moles rodantes, y llevarlas en la dirección correcta. Los escombros nos dificultaban o nos facilitaban la labor, con lo cual había que conocer bien sus emplazamientos, su altura, anchura, formas y materiales, para anticiparnos en lo posible el efecto que tendrían en la trayectoria de las ruedas y obrar en consecuencia.

Tras unas ruedas especialmente trabajosas, ella estaba agachada intentando mover un pilar para colocarlo en un sitio que consideraba oportuno para la siguiente tanda. Dos compañeros estaban apoyados indolentemente en un bloque de hormigón tras ella, echando un cigarro, cuando comprobé en qué se fijaban y de qué estaban hablando.

Un desgarrón en la tela metálica dejaba al descubierto la rabadilla, y en aquella postura, mostraba sus encantos pélvicos sin pudor alguno.

Me enfurecí bastante. Ella trabajaba duramente por el éxito del juego, pero esos dos cretinos se reían a sus espaldas y vampirizaban del trabajo en grupo, haciendo menos de lo que les tocaba.

De un salto me coloqué en el campo visual como quien no quiere la cosa, y con discreción, palmeé la prominente grupa.

-Tienes esto desgarrado y se te ven demasiadas cosas… –dije en voz bajita.

Se incorporó y se dio la vuelta.

-Esos dos de ahí se… estaban… riendo de ti –señalé con leve gesto de cabeza, mientras fingía mover unos ladrillos.

Ella no apartó la vista de mí. Supuse que su campo de visión ya abarcaba todo lo que necesitaba para saber.

-Vámonos de aquí –susurró, cogiéndome del brazo.

-¿Del juego? –no oculté mi desilusión.

-No. Del juego no. Vámonos a… a esa esquina.

Cargué con una enorme roca para fingir, y anduve a su lado.

-¿Qué ocurre? Hoy pareces… cansada.

-Nada. Vamos.

Durante el camino, en un momento casual en que se adelantó para saltar un muro inclinado, me fijé en que a media espalda, la piel estaba pálida, casi blanca.

-¿Qué te pasa en la espalda…? –pero guardó silencio.

Cuando estuvimos fuera de la vista de los demás, se detuvo y reclinó su cabeza, apoyándola contra la pared. Yo dejé el bloque y me acerqué.

-¿Qué te pasa, cielo? –pregunté sin ocultar mi preocupación.

Ella me mostró su espalda, y despacito, con las manos temblorosas, se desabrochó el sostén. Justo debajo, la piel estaba blanca lívida, con trazas brillantes y supurantes, que debían dolerle muchísimo.

-¿Pero qué…? –pregunté con asombro.

Alcé la mano por reflejo para tocar, pero me detuve a tan sólo unos milímetros.

-Estás herida… ¿porqué no has pedido ayuda? Esto debe dolerte muchísimo…

-No me lo he hecho con las ruedas.

Abrí la boca y miré sin comprender. Tomé con cierta precipitación los tirantes del sujetador y los miré por dentro. Tenían un enganchón cubierto por una costra de leche sucia.

-Oh… ¿y porqué no te has… porqué sigues vistiendo esto…?

-Porque es el que más me gusta…

-Em… ya. Entiendo.

Intenté cerrárselo correctamente, estiré para que no le siguiera rozando, pero no lo conseguí. Mi torpeza en el control del juego hacía otra vez de las suyas. Desistí al pensar que probablemente le estaba haciendo daño.

Algo en mí se removió al verla así, tan vulnerable. En aquellos instantes sonó la alarma de resurrección previa a la siguiente ronda. Bastaría con un gesto para matarla y que resucitara en la base de equipamiento, anotándome diez puntos en mi cuenta. Pero ni se me pasó por la cabeza tal cosa.

Masajeé las zonas circundantes con toda la delicadeza de que fui capaz. Ella se removió un poco, como una gata arqueando el lomo.

Me dio un poco de repelús y morbo el comprobar que su herida supuraba cada vez que pasaba las manos por sus alrededores. Si le dolía, no lo demostraba. Pero evité aquello.

Ambos pasamos del jaleo que se desarrollaba a nuestro alrededor. El temblor de la explanada entera ante la inminente caída de las siguientes ruedas, los gritos de los jugadores, la música atronadora que elevaba el clímax… Ella permanecía de cara a la pared, la cabeza agachada, y yo masajeándole la espalda. Le fui quitando los restos de la cota de malla, descubriéndola por completo.

De repente se volvió, recogiéndose entre sus brazos, y me miró a los ojos. Creí divisar algo en ellos, me limité a abrir los brazos y esperar. Despacito, se metió entre ellos. Al cerrarlos, evité su llaga en medio de la espalda. Una mano por encima y otra por debajo, con delicadeza, cuidando que mi armadura no le desgarrara nada…

En medio del abrazo, ella bajó sus manos y a tientas, descubrió la coquilla que me protegía el sexo. Se deshizo de mi abrazo, me hizo darme la vuelta y cerró sus brazos en torno a mi torso. Una mano bajó al vientre y terminó de soltar la protección, que cayó al suelo. Se apoderó de mi enhiesta virilidad y comenzó a estimularla…

Abrí los ojos, todavía en sueños. El colchón, las sábanas, las paredes y el techo de mi dormitorio se me echaron encima al instante. Todo ocupó su lugar. Sí, fue todo un sueño. Pero la erección permanecía, recordando por sí misma la última vez que unas manos ajenas y frescas la recorrieron de arriba abajo…

jueves, 24 de abril de 2014

Iconos cálidos: Promethea (A. Moore-J.H.Williams III)

En una de mis anteriores entradas usé esta imagen:

promethea

para realzar lo que intentaba transmitir. Y pienso si no habré hecho mal, dejándome llevar por mi faceta friki-devoradora de tebeos…

En aquel momento no me importó. Tuve en mente algo parecido a esta entrada que hoy publico. Para mí “Promethea”, de A. Moore al guión y J. H. Williams III al dibujo, es una pequeña obra maestra que representa lo que debería ser el espíritu femenino en la modernidad.

Una guerrera de origen antiguo y místico, sabia, poderosa, casi omnipotente (de hecho su último número es una despedida en tono épico que implosiona en denso embudo todas las creaciones de A. Moore en su línea editorial ABC antes de dar el cerrojazo y retirarse para siempre de este mundillo), con sus fallos, dudas, periplo de aprendizaje y descubrimientos, batallas y acción como todo tebeo que se precie, donde uno de sus fines es entretener… um…  creo que estoy equivocado con respecto a la idea que tenía en mente…

Así que sin más, paso a…

¡Promethea! Ya simplemente el nombre, elegante, sonoro, rotundo, evoca un mito clásico lleno de energía, fatalidad y tragedia.

¡Promethea! Donde la mujer ocupa el lugar que le debería corresponder si fueran ellas quienes mandaran en el mundo actual. Y que en esto se hayan empeñado hombres es casi de manual.

¡Promethea! Donde la magia es una dimensión, no una estafa. La astrología es un estudio sobre el pasado, no sobre el futuro. Los símbolos son aquello que el observador quiere que signifiquen, no algo dañino ni destructivo.

¡Promethea! La guerrera, la madre, la amante, la novia, la amiga, la hija, la abuela, todas en una… y una en todas. Pues no tiene problema en reconocerse a sí misma en varias guerreras sabiamente manifestadas a la vez, y luchar todas juntas contra una amenaza múltiple en forma de invasión. E incluso luchar contra sí misma, provocando una tensión en el lector que se verá satisfactoriamente resuelta conforme transcurra la acción.

¡Promethea! La de los colores caleidoscópicos, la de las páginas como escenarios barrocos de teatro secuencial que cambian de una a la siguiente, la de los interminables viajes de búsqueda en dimensiones oníricas. El hiperrealismo también cabe ahí, un número donde las protagonistas se tornan de carne y hueso, modelos fotografiados y trasladados a fondos que siguen conmoviendo visualmente.

¡Promethea! La escurridiza mensajera a la que los poderes establecidos intentan eliminar por la amenaza que supone para el sistema.

¡Promethea! La luz, la piedad, la sensibilidad, la fuerza, el cariño, el aguante, el sexo, el humor, la sabiduría, la sugerencia, la belleza, el perdón, la dulzura… todos ellos valores que los autores hilvanan sin apenas ningún chirrido.

¡Promethea! Donde una mujer del montón, gorda, antipática, vieja y solitaria tiene su papel fundamental en el transcurso de la obra.

¡Promethea! La maldad mística tiene su lugar y es encajada con toda elegancia inesperada en el argumento central, sin alharacas ni aspavientos exagerados. Incluso con un punto de humor y cariño.

¡Promethea! En la que tienen lugar la virgen María y Cristo crucificado, hasta Babalion, la lujuria hecha mujer, y los demonios del Apocalipsis. Y tendría cabida el BDSM, de no ser porque ya sería demasiado explícito…

¡Promethea! Si algún día osan hacer una película sobre ella, al estilo de “V de Vendetta”, “Watchmen” y “La liga de los caballeros extraordinarios”, por citar ejemplos de flagrantes bodrios consumistas basadas en obras maestras del mismo escritor, juro que despotricaré hasta quedarme sin dedos contra ese nuevo intento. Afortunadamente y de momento, no creo que caiga la breva. Porque sería como “Matrix”, pero en dirección opuesta y con efectos especiales elevados a la n-ésima potencia… como mínimo.

¡Promethea! La que va y viene de otra dimensión de nombre igualmente evocador, poderoso y bullente: la Inmateria. Donde la energía se puede tocar y la materia sólida se puede moldear. La Inmateria, donde vamos todos cuando dormimos. La Inmateria, donde los poderosos a este lado de la frontera allí son apenas un escupitajo en una oscura acera. La Inmateria, donde los niños son sus grandes adalides, los amantes insatisfechos buscan y encuentran cuerpos que se amolden a sus necesidades, los ancianos guardan y viven sus recuerdos, y los muertos tienen el lugar que les corresponde. ¡La Inmateria!

Ojalá viniera Promethea a por mí y me llevara con ella… no, espera… ya ha venido, ha dejado su impronta imborrable en mi recuerdo y mi cuerpo, y se ha ido para siempre, con el firme propósito de no volver más, a pesar de tener frágiles hilos que todavía me pueden comunicar con ella, y de los que penden una esperanza de reencuentro cada vez más ajada, más reseca, más disminuida, pero que aún respira…

Y como uno más de una serie de artistas menores que a lo largo de la Historia se pierden al obsesionarse con Promethea y acaban en grandes tragedias, yo también tengo mi pequeña tragedia…

domingo, 20 de abril de 2014

Volúmenes no percibidos.

Desde hace meses, tengo en el escritorio de mi ordenador la siguiente imagen:

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que tomé después de ver varias veces “El reino de los cielos” en mi ordenador. Digo varias veces, seguidas y no seguidas, para separar el grano de la paja, lo valioso de lo trivial, lo que realmente me conmueve de lo tópico o previsible. Y ésta es una de las imágenes que más eco despiertan en mí. Despertaban.

Porque hoy, domingo 20 de abril de 2014, un amigo me ha propuesto ir a visitar una exposición permanente en mi ciudad sobre Pablo Gargallo, en el museo del mismo nombre. Y tras ver muchas esculturas seguidas suyas, desde diferentes puntos de vista, con la guía de mi amigo, que me abrió los ojos mientras las veía (diferenciar “formas” o “siluetas” de “volúmenes”, aplicar los conceptos “convexo” y “cóncavo” en sus obras, entre otros trucos visuales para percibir lo que transmite ese escultor), se me ha quedado una “inercia retinal” que, al llegar a casa y ponerme ante el ordenador recién encendido, ha hecho que percibiera la anterior imagen de otra forma.

En principio, la había tomado por la máscara, sus trabajadas filigranas, sus proporciones elegantes y correctas, realzadas por los brillos metálicos y la fina cota de malla que hace de pelo, el foco desde el que está tomada… Todo ello me transmite una armonía que… bueno, no descubro el oro y el moro con esto a nadie, es sólo lo que me transmite a mí: delicada y rotunda, fragilidad y orgullo sano, artesanía elaborada mezclada con crudeza y resignación bien llevada…

Pero, como decía, hoy he descubierto un volumen en su mirada. Una enorme tristeza, que se desparrama incontenible sobre todo lo que tiene delante, una tristeza serena y resuelta, pero a la vez, esperanzada… Claro que esto lo he visto en la imagen a pantalla completa. En pequeño como he enlazado aquí, quizás no se aprecie mucho…

Es inevitable tomar el contexto en el que se desarrolla la escena de la película de la imagen. No obstante, tras tanto tiempo llevándola de fondo de escritorio en mi ordenador, he logrado separar ambas cosas. De ahí este añadido que he aportado hoy, que no tiene nada que ver con la película.

martes, 1 de abril de 2014

Lecturas colaterales y harina de sueños.

Pompeya de aluminio, que has batallado contra el acero candente, ruega por nosotros.

Ladrillo encima de ladrillo, Hércules detrás de Héracles, hombre debajo de mujer, y seno al lado de la luna, rogad todos por nosotros.

Mondadientes, ven y escarba las onzas de platino que quedaron de la hambruna de ayer. Pero antes, ruega por nosotros.

Dragoncete achaparrado, durmiendo en forma de cenicero con sonrisa satisfecha incluida, ruega por nosotros.

Fantasía y superstición puras hechas ciencias exactas con las que se basan muchas reglas sociales de vida o muerte, rogad por nosotros.

Conchas insulsas, insultos vacuos, monstruos de feria vacíos que se llenan de ambas cosas, largaos todos de aquí a la chita callando, u os machaco con una lima del veinticinco.

Babas electrónicas, base de toda vida, base de toda comunicación, íntima o pública, no os deforméis más en la base de mi cerebro, y reformaos conforme a la vida que estoy intentando llevar.

¿Por qué las jaulas están ahí enjauladas sin poder salir al mundo a gritar que están ahí? Porque los barrotes que las contienen son los más duros del mundo: los del autoconvencimiento de su inutilidad.

¿Por qué las bellísimas siluetas tantálicas responden constantemente a mis continuas llamadas, pero en cuanto avanzo la mano, éstas se difuminan y desaparecen? Porque están hechas de la inmateria de los sueños.

 

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sábado, 15 de marzo de 2014

Una célula de cada mujer.

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-Hola, Arturo.
-…
-Sí, soy yo, La Mujer. No es la primera vez que te visito, pero no te acuerdas de las veces anteriores porque estabas durmiendo, como ahora mismo. Estás soñando conmigo, sí. Y ya sabes que no me aparezco en sueños de cualquiera. Si quien me invoca sólo lo hace en plan nombrar y olvidar ni siquiera me digno mirarlo. Pero si quien me llama es alguien como tú ahora, acudo sin ningún problema.
-…
-Oh, ¿esta apariencia que tengo ahora…? Sí, bueno, es la de Candice Swanepoel, en una de sus imágenes. Es la que ha calado tanto en ti en estos momentos, con esta pose, estas formas, este tocado, este fondo y estas cortinas, que me he decidido a tomarla y dotarla de vida. Pero no te hagas ilusiones, ¿eh? Que la verdadera está en estos momentos a miles de kilómetros, como tantas otras en la mayoría de tus sueños y anhelos pasados, todas viviendo sus vidas completamente ajenas a ti. Además a mí también me gusta mucho, viene a representar con bastante exactitud mi esencia, aunque falte una de las más fundamentales, la maternidad.
-…
-Estoy aquí para complacerte otra vez. Sí, así como suena. Tu sed de mujer ha alcanzado un grado de contención tal, con esas venas y esos colores a punto de explotar, que me pongo a tu entera disposición mientras dure el sueño. Así que, dime, ¿qué deseas?
-…
-Uf, vaya, tantos estornudos seguidos es buena señal, según lo que sé de ti, pero ten cuidado, porque si despiertas me perderás… Bien, así está mejor.
-…
-¿Cómo? ¿que quieres tener el don de la palabra hablada ahora? ¿y eso porqué? ¿no te basta con que esté presente aquí y ahora?
-…
-Pasa que tengo dudas. Muchas dudas. Porque si te lo concedo, estoy segura de que te saldrá alguna metáfora tan hermosa, tan profunda y brillante, que me atarás durante mucho tiempo a ti, y eso no puede ser, ¿sabes? Que de la misma forma que aparezco, debo desaparecer. No puedo estar atada a nadie, ¿lo entiendes?
-…
-Anda, ven, déjate abandonar en mis brazos… Oh, ¿quieres empezar por mis pies? Adelante, eso me gusta… Vaya, cuánto afán y delicadeza demuestras con tus manos pese a las enormes ganas que tienes… ooh, y ahora con la boca… Lo que se están perdiendo las mujeres de tu alrededor, de verdad, pero en fin, para eso estoy yo, ésta es una de mis funciones.
-…
-¿Te gustan mis muslos? Mmm… lo que ocultan entre ellos te lo vas a tener que ganar…
-…
-Sí, leí el otro día tu idea de ponerte a disposición de cualquier mujer para complacerla, pero es muy arriesgada, desde luego. Vete a saber con qué te vas a encontrar por ahí. Menos mal que sólo fue una tentativa…
-…
-Mmm… vaya, veo que están naciendo con mucha furia unas cuantas metáforas que deseas expresar en voz alta… voy a escoger una al azar. Veamos: “Soy la esencia femenina, y mi cuerpo está formado por todas las millones de mujeres que nacen, crecen, viven, aman, se reproducen, crían, envejecen y mueren. Mi cuerpo lo componen todas ellas, cada una es una célula.” Según eso, ¿te das cuenta de que ahora mismo estás haciendo el amor a todas las mujeres del mundo…? Vaya, en torno a esta han surgido otras, simplemente por prestarle atención… Veamos: “Las rivalidades entre mujeres son cánceres. Las células cancerosas son difíciles de identificar, aislar y anular. En principio porque no se distingue desde fuera cuál es la buena y cuál la mala. Pero son veneno puro. Hay muy pocas cosas más tóxicas e insidiosas que dos o más mujeres rivales.”… Bien, basta. Estás tomando carrerilla y embalándote, y no lo voy a permitir, ya te he dicho porqué. ¿Que cómo lo voy a evitar…? Mmmm, déjame pensar… ah, ya lo tengo, así.
-…
-Exacto. Creo que lo llamáis “el trono de la reina”. Tu boca sigue trabajando, pero ya no emite más eslabones que me aten. Y el placer es parecido…
-…
-Sigue así, querido. Sigue bebiendo de mi fuente íntima. Sáciate, hombre… oh, oh, matlendes kuna, burirránba matlendes… oh, ah, aaah… mmmm… jitlacori vinaeses sazem beraarja… aaaaAAAAAH
-…
-Oh… uf… uuuuf… mmh…
-…
-Dis… discúlpame… en algún sitio… en algún sitio tenía que sujetarme, y tu… tu frente era lo más a mano que tenía para apoyarme y no caer redonda… jitla… jitlacori matlendes…
-…
-Eh, es una… una lengua muy antigua que nadie habla ya… no, no voy a decirte lo que significa, ¿vale…? lo he soltado sin querer…
-…
-Bueno, me… me voy ya. Me tengo que ir, Arturo… No te preocupes, volveré, pero ahora, me tengo que ir… buf… fretibamec… Adiós…
-…

domingo, 9 de marzo de 2014

Teatro erótico: quinta parte.

Hace algunas semanas, repasando como se repasan fotografías viejas, textos antiguos y demás, leí una pequeña obra de teatro erótico que escribí en mi otro blog, y me dije que quizá sería buena idea intentar retomar aquel espíritu chispeante, desenfadado, espontáneo e inocentón del que hacía gala ahí y que he perdido por la actual crisis y mi situación, tan diferente a la de entonces. Nunca imaginé que, con sus excelentes buenos y memorables momentos y experiencias, en general iría cuesta abajo, hasta donde estoy ahora, hundido, en el paro, desmoralizado, sin costumbres sanas que llevar a cabo cada día…

Pero bueno, este panorama tan oscuro no me ha impedido retomar ese hilo, enterrarlo en lo que es mi tierra fértil de ahora, y haya germinado en algo que el otro día soñé en estado de duerme vela. Creció con fuerza tomando forma y volumen, y hoy lo cosecho y lo plasmo por escrito en el mismo blog.

Primero incluyo las partes anteriores en orden:

Primera parte.

Segunda parte.

Segundo acto, primera parte.

Segundo acto, segunda parte.

Segundo acto, tercera parte.

Segundo acto, cuarta parte.

Y ya la más reciente, a la que me refiero con esta entrada:

Quinta parte.

Que aún no sé si es la última.

Pensaba que blog.com.es cerraría después de tanto tiempo, pero no ha sido así. Más bien ha cambiado a peor, poniendo irritantes banners de publicidad en medio del texto, pero eso yo lo evito en mi navegador gracias a una extensión que los bloquea. No sé si en el tuyo pasará lo mismo. Aún con esto, no dejes de leerlo, y si quieres decirme qué te ha parecido, te lo agradecería.

Sin título

Ah, qué tiempos aquellos… XD

viernes, 28 de febrero de 2014

“Me voy a la cama…”

La puerta se abrió y entraron ambos casi de espaldas, diciendo adiós con la mano. Una pareja de jóvenes, hombre y mujer, atractivos, vitalistas, alegres, de clase alta, como atestiguaba la mansión en la que habían entrado.

Los dos vestían de gala. Él, con fajín, lazo-corbata negro y chaqueta estilo rey Alberto. Ella, con un vestido blanco marfil con motivos de pedrería entallado hasta medio muslo y amplios faldones de cola corta.

En el vestíbulo, nada más cerrar la puerta, ambos suspiraron. Ella cerró los ojos, infló los carrillos de forma sostenida y se pasó las manos por las sienes y la frente. Él, en cambio, sólo alzó levemente una ceja, sin variar apenas el sempiterno rictus de su cara. Ni siquiera transmitía un ápice del cansancio que sin duda soportaba a esas horas y que ella expresaba con toda soltura.

Apoyaron ambos sus espaldas contra la puerta y se dejaron escurrir hacia el suelo.

-Por fin…

-Sí, por fin.

-Qué paliza nos hemos dado hoy… Dormiría hasta pasado mañana seguido…

-Adelante, mañana es fiesta.

Ella volvió la cabeza. Admiró una vez más su porte, su aguante, su solidez. Se había aflojado el lazo, ni siquiera estaba deshecho; el resto en todo él permanecía inalterable. Le bastaría con ponerse otra vez de pie y estaría como cuando salieron, muchas horas antes. A ella en cambio se le notaban las ojeras y la palidez del trasnoche a través del maquillaje. Las eternas sonrisas mantenidas a lo largo de la jornada se cobraban su precio en un rictus levemente agrietado. Algún que otro mechón de cabellos ya se le escapaba del tenso y voluminoso moño que cubría su nuca, deshaciendo la simetría.

Se levantó de nuevo trabajosamente y se dirigió despacio a la escalera, mientras se quitaba un pendiente.

-Bueno, me voy a acostar ya.

El miró cómo andaba hacia la escalera y empezaba a subir peldaños. A medio tramo, algo terminó de fundirse en su interior, y soltó, incontenible.

-¡Espera…!

Ella se detuvo y se volvió, extrañada. Creyó haber oído mal.

bueno, me voy a acostar...

Creyó haber oído un tono distinto al acostumbrado en él. Siempre tan breve, tan certero y conciso, tan comedido en sus palabras. Tan duro y recto. Tan imperturbable.

Él no había variado su postura. Sentado en el suelo, piernas encogidas, brazos apoyados sobre las rodillas, indolentes, cabeza contra la puerta.

-Estás… preciosa.

En medio de las brumas del cansancio, ella soltó un rayo de luz en forma de sonrisa luminosa que pareció caer desde las alturas y rebotar sobre la gran roca de abajo cubierta de rocío.

viernes, 21 de febrero de 2014

Carmín y cera (4)

(episodio anterior)

Estrella se había quitado la larga bata blanca y las sandalias de satén, y vestía un chándal informal y cómodo, y zapatillas pantuflas. Incluso se había quitado el maquillaje y soltado el pelo.

-Quítate la cera y vístete… Tienes un trocito en el omóplato derecho, ven aquí, que te lo quito… Bien… Ya no tienes más. Termina de vestirte. Ahora siéntate, por favor.

-Se… Señora, yo…

-Estrella. Ya no soy tu Señora. Ahora simplemente Estrella, ¿vale?

-Pero… pero…

-Arturo, voy a ser franca contigo: ser sumiso no es lo tuyo. No quiere decir que no seas un buen amante, ni un buen hombre, ni una buena pareja. Todo lo contrario, por lo que he visto en ti… Arturo, mírame… Mírame. Tu capacidad de entrega es grande, eres sensible, atento, tienes imaginación y fantasía, y estás… físicamente dotado. De hecho has cumplido, has superado con creces todas y cada una de las pruebas a las que te he sometido… pero esto no es lo tuyo. No, no es lo tuyo… Mírame. Te lo voy a explicar de otro modo. Tienes amigos gays, ¿verdad…? y uno de tus mejores amigos lo es, según me dijiste. Bien, pues piensa en esto: te ríes con él, salís de copas, vais al cine, de vez en cuando vas a su casa o él a la tuya a ver partidos y prestaros vídeos y libros… Hasta aquí bien. Pero… ¿te puedes imaginar, siquiera por un instante, acostarte con él? No, ¿verdad? Ni se te pasa por la cabeza, te provoca rechazo la idea. Pues bien, esto es lo mismo, sólo que en otro ámbito. Verás, ser sumiso es más que una fantasía temporal, o una necesidad ficticia surgida de la necesidad de cariño y compañía a toda costa, que veo que es tu caso, o una opción a probar en solitario o con más gente para satisfacer una curiosidad. Dijiste que has leído mucho por internet, así que lo que te estoy diciendo te debe sonar de algo. Las Amas que somos cien por cien dominantes lo decimos sin tapujos y con la verdad por delante, de cara a la vida en pareja. Y yo prefiero ser sincera contigo antes que aprovecharme de ti. Podría fingir y divertirme a tu costa, pero, te repito y te lo diré cuantas veces haga falta, eres un buen hombre, aún con tus limitaciones y tus defectos, y no te mereces eso. No te lo mereces, ¿vale…? Mírame. No te mereces eso en absoluto. Oh… ven, ven aquí, ven a mis brazos… Siento mucho haberte dado pie, pero… ahora ya sabes por ti mismo que no eres un sumiso, y que no vale la pena que gastes energía, tiempo o ilusión en buscarte una pareja Ama… Tranquilo, Arturo, tranquilo… Ahora te duele, pero dentro de un tiempo, cuando todo esto pase y mires atrás, reconocerás que yo tenía razón. Al respecto, debo decirte también que puedes seguir intentándolo, por supuesto, puedes seguir llevando el trisquel a la vista, no soy quién para decirte que no, quizá tengas suerte y encuentres a alguien que acepte ser tu Ama en los términos que tú necesitas… Pero en mí, no. Y me atrevo a añadir que tampoco en cualquier Ama honesta. Si alguna te toma a su servicio, ten mucho cuidado con lo que te pedirá… Mejor búscate una compañera que sea tu igual, que compartís gustos y aficiones, y que estéis ambos a la par en cuanto a iniciativas en el cariño y en el sexo, ¿de acuerdo, Arturo…? Vamos, tranquilo, tranquilo, alguna habrá que aprecie lo que tienes para ofrecer, que es mucho, así que no te preocupes por eso. Lo importante es que sigas intentándolo y no desistas, pese a que falles. Y debo decirte que las Amas también nos equivocamos, también cometemos errores… Cuando nos presentamos, te vi un poco perdido, y pensé en darte una oportunidad. Pero en nuestro siguiente encuentro, cuando hablamos de nosotros mismos, nuestros gustos, defectos, aficiones, pasados, familias, trabajos… algo me decía que estaba cometiendo un error, pero aún así insistí en darte la oportunidad, podía estar equivocada y… bueno, resulta que al final no lo estaba… ¿Mejor ahora? ¿sí? Anda, toma, bebe un poco de agua… Debo decir, no obstante, que en la tercera cita, cuando hablamos de temas femdom, de nuestros límites, de lo que nos gustaba y lo que no nos gustaba, esa impresión se diluyó bastante, porque a pesar del morbo, te comportaste siempre de la manera correcta, manteniendo la compostura, mirándome a los ojos, tratándome de usted, respetando mi iniciativa en la conversación, incluso bromeando con sutilidad… De ahí a esta cita, quedar en mi casa, y constatar que realmente mi primera impresión era la correcta… En fin, no estoy orgullosa. No estoy nada orgullosa. Hoy es un mal día para mí. Siento mucho haberte puesto en esta situación… ¿qué, que has dicho…?

-Que qué vamos a hacer ahora…

-Bueno… ¿qué te parece si vamos al cine…? Invito yo… Y después, ya veremos.

 

triskel

domingo, 16 de febrero de 2014

Carmín y cera (3)

(episodio anterior)

Se fijó en las uñas de los pies y de las manos, bonitas y cuidadas, pero sin pintar, y miró alrededor, a ver si localizaba algún neceser más o menos al alcance, como indirecta. Nada. Ya puestos, no vio aceites para masaje, ni toallas, ni artículos de limpieza, ni nada que le sugiriera algún curso de acción.

-¿Y bien?

-¿Que… qué desea que haga, Señora?

-Más iniciativas acerca de lo que te inspiro. –Arturo se aproximó de nuevo al pie que tenía delante, pero ella lo apartó. –No repitas. Iniciativas nuevas. Más ideas.

Arturo respiró hondo y cerró los ojos, buscando en su interior. Al no encontrar nada que se le antojara válido, la sensación de bloqueo empezó a invadirle con rapidez. Se relajó, respiró hondo, y pensó en ella, en su voz, en su manera de moverse, de vestirse, de hablar, de mirar. En las partes de su portentoso cuerpo que le mostraba. Y aunque el cuadro era para estar mucho rato en actitud contemplativa combatiendo gustosamente el ardiente deseo que se manifestaba en una erección que había nacido y se mantenía sin toque alguno, aquél no era el momento. Abrió los ojos y los fijó en los de Estrella, casi suplicantes, temiendo no pasar la imaginaria prueba.

Y entonces lo vio. En uno de los bolsillos de la bata que vestía ella asomaba tímidamente una puntita, pero brilló como clavo al rojo en la oscuridad que se cernía sobre él. Alzó la mano despacito, como pidiendo permiso. Su silencio y quietud le parecieron respuesta suficiente, pero mantuvo el ritmo. Tomó la punta que asomaba y con delicadeza tiró de ella. Logró evitar sonreír de triunfo con mucho esfuerzo.

Era una tela blanca de satén lo suficientemente grande como para llevar a cabo la idea que había tenido. Lo extendió sobre la mesa y lo arrolló en sí mismo desde una esquina, formando una venda, y con ella se tapó los ojos y la anudó tras la cabeza. A pesar de los resquicios que inevitablemente le llegaban desde abajo, cerró los ojos y esperó.

Mientras tanto, Estrella sonreía abiertamente, pero con algo de tristeza. Parecía haber llegado a una conclusión. Se incorporó, tomó el cinturón que pendía del cuello de él, se lo quitó, y doblándolo sobre sí mismo, lo chascó escandalosamente.

Arturo se estremeció, conteniendo la respiración un instante. Otro chasquido desde otra dirección, otro sobresalto. Arturo giró la cabeza.

Estrella se había levantado y caminaba hacia una estantería. De ahí sacó un mechero y una vela. Se acercó a espaldas de Arturo y prendió fuego a la vela. La inclinó un poco sobre el hombro.

La primera gota tardó un poco en causar efecto en Arturo, que reprimió un quejido y el reflejo de apartarse. Otra gota cayó sobre el otro hombro. Giró la cabeza.

Cuatro gotas más tarde, ella apagó la vela. En su cara, en sus ojos, asomaban una resolución. Respiró hondo y haciendo sonar adrede los pasos con lentitud y parsimonia, se alejó a una puerta, entrando y cerrando tras de sí.

Arturo aguardaba expectante. Las manos quietas, la cera fría, la piel perlada de sudor, la respiración superficial, entrecortada. La erección había remitido por completo.

Al cabo de un rato, Estrella entró de nuevo en el salón.

-Quítate la venda.

Arturo se la quitó despacio, y vio cómo Estrella se acercaba de nuevo al tresillo y se sentaba en él. Se quedó con los ojos muy abiertos mientras miraba cómo se servía un vaso de agua. Un torrente imparable de pensamientos, conclusiones y sensaciones se desató en su fuero interno.

 

Candle-12

(episodio siguiente)

viernes, 7 de febrero de 2014

Carmín y cera (2).

(episodio anterior)

El joven llamó tímidamente a la puerta. La mujer abrió.

-Hola, Estrella…

-Hola, Arturo. Adelante, pasa. –Le franqueó el paso y cerró tras él.

Le quitó la chaqueta y la colgó de un perchero en el armario. El joven aguardó, y después la siguió al salón.

Espacioso, iluminado, con muebles de diseño que inspiraban un aire elegante y acogedor. Se sentaron en el tresillo. La mujer señaló la mesilla central, donde aguardaba una bandejita con bombones y gominolas, y una jarra de agua con dos vasos.

-Sírvete si quieres.

Arturo negó con un gesto, permaneciendo con las manos juntas, en actitud recogida y mirada baja. Estrella, en cambio, estaba recostada de medio lado, con la bata entreabierta luciendo buena parte de su portentosa pierna. Ambos aguardaban. Él contrito, ella con media sonrisa y mirada directa.

-He… he visto abajo en el buzón que su nombre no es Estrella, sino…

-Chisst. Estrella –dijo ella, posando el dedo índice en sus labios. –Para ti, Estrella.

-Sí, señora.

-Yo a ti, en cambio, te llamaré de varios nombres, dependiendo de mi humor. Bien. –se repantigó otra vez. –¿Qué te inspiro?

-Pues…

-En hechos.

Arturo tardó un poco en reaccionar. Se escurrió al suelo despacito y se postró en un ovillo ante sus pies. Agachó la cabeza para llegar al pie que posaba en el suelo, y empezó a cubrir de besos el empeine de satén blanco. Estuvo así un rato, hasta que notó que ella balanceaba el pie que tenía en el aire. Se enderezó un poco y lo atendió durante un buen rato. De vez en cuando lanzaba miradas furtivas a la cara de Estrella, que permanecía inmutable.

-Más hechos.

Arturo se desconcertó un poco por su frialdad. Pensó un instante y se giró hacia la mesita. Escanció un vaso de agua, y cogiéndolo del platillo, se lo acercó a Estrella. Ésta sólo sonrió levemente mientras tomaba el vaso. Bebió un poco y lo volvió a dejar, tomando una servilleta del cubo que Arturo le había aproximado, solícito. Tras dejar ambos platos, hizo lo mismo con el elegante servicio de dulces para invitados.

Un gesto de ella con la mano, mientras masticaba despacito y sinuosamente. Arturo, con la receptividad abriéndose por biombos tirados, creyó entender. Se enderezó, poniéndose en pie, y se desnudó por completo, pendiente de ella, por si se equivocaba de intención. Primero la camisa, después los zapatos, los calcetines, los pantalones y el slip. Intentó hacerlo despacio y manteniendo el ritmo, pero algún que otro requiebro y fallo delataban su nerviosismo.

Cuando iba a arrodillarse de nuevo, ella repitió el gesto. Arturo se quedó desconcertado, y miró a su alrededor. Ya lo estaba de antes, por su aparente falta de respuesta durante su desnudo. Detuvo sus ojos en los pantalones y se le encendió otra bombilla, o se le derrumbó otro biombo. Con cierta prisa, los cogió y desenfundó el cinturón. Formó un lazo con él y se lo colocó al cuello, arrodillándose ante ella y dejando el extremo suelto cerca de su mano.

Pero ella no movía un músculo. Sólo miraba, sin alterar sus armoniosos y atractivos rasgos faciales.

Arturo se aproximó otra vez al pie que ella mantenía en el aire, y pasó sus labios por el empeine de la elegante zapatilla.

Otro gesto de ella similar a los anteriores le hizo apartarse un poco y respirar profundamente, mirando en todas direcciones, intentando adivinar qué quería ella, qué podía hacer, qué esperaba… y se fijó en su mano derecha. Inerte, apoyada sobre la almohada, era muy bonita: uñas arregladas, dorso satinado con venas apenas marcadas, sin anillos, dedos estilizados pero sin marcaje de nudillos… La cogió con timidez y despacito, muy despacito, se acarició con ella la cabeza: cuero cabelludo, frente, barba… pero reincidía mucho en las mejillas, pasándose el dorso y la palma constantemente por ambas. Cerraba los ojos y se los tapaba con el dorso, acariciándose los párpados con suavidad.

-Más hechos –dijo ella de repente, rescatando su mano.

Arturo se quedó un poco paralizado, como un niño al que le quitan su juguete recién preferido y lo colocan otra vez en un largo estante para elegir. Miró de reojo a la cara de Estrella, y creyó divisar algo distinto, pero no lo pudo confirmar. Respiró hondo. Hizo ademán de tomar otra vez el vaso, pero se detuvo ante el leve vaivén negador de Estrella. Lo mismo para la bandejita de dulces. Cuando se reclinó hacia su pie suspendido en el aire, ella lo retiró. Arturo no sabía qué hacer…

 

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(episodio siguiente)

sábado, 25 de enero de 2014

Sáhara, Atacama, Kalahari, Gobi, venid a mí.

¿Desiertos? ¡já!

Puedo internarme en uno, y os aseguro que anímicamente no habría diferencia.

De hecho, la indiferencia es lo que me protegería del sol y me abrigaría por las noches.

Pero lo que protegería esa indiferencia no es algo valioso, ni siquiera llamaría la atención en dichos entornos.

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Empatizo con los eremitas de espacios abiertos: no ven ni oyen a nadie, así que no se hacen ilusiones con nadie. Los horizontes que les rodean son demasiado lejanos como para humanizarlos y esperar una respuesta. Y si dicha respuesta tiene lugar por circunstancias incontrolables, se la ve venir desde lo lejos: primero en forma de espejismo, luego en silueta muy difusa, que se va concretando poco a poco, para pasar a un contorno nítido y hacerse una idea de qué es, controlando entonces la actitud a tomar. En cambio, en conglomerados de gente, siempre se espera un mínimo de atención, un “poco de por favor, que estoy aquí”, y esa esperanza, pese a negarla, siempre es alimentada por la cercanía física.

A la mierda con todo y con todos.

 

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