jueves, 24 de abril de 2014

Iconos cálidos: Promethea (A. Moore-J.H.Williams III)

En una de mis anteriores entradas usé esta imagen:

promethea

para realzar lo que intentaba transmitir. Y pienso si no habré hecho mal, dejándome llevar por mi faceta friki-devoradora de tebeos…

En aquel momento no me importó. Tuve en mente algo parecido a esta entrada que hoy publico. Para mí “Promethea”, de A. Moore al guión y J. H. Williams III al dibujo, es una pequeña obra maestra que representa lo que debería ser el espíritu femenino en la modernidad.

Una guerrera de origen antiguo y místico, sabia, poderosa, casi omnipotente (de hecho su último número es una despedida en tono épico que implosiona en denso embudo todas las creaciones de A. Moore en su línea editorial ABC antes de dar el cerrojazo y retirarse para siempre de este mundillo), con sus fallos, dudas, periplo de aprendizaje y descubrimientos, batallas y acción como todo tebeo que se precie, donde uno de sus fines es entretener… um…  creo que estoy equivocado con respecto a la idea que tenía en mente…

Así que sin más, paso a…

¡Promethea! Ya simplemente el nombre, elegante, sonoro, rotundo, evoca un mito clásico lleno de energía, fatalidad y tragedia.

¡Promethea! Donde la mujer ocupa el lugar que le debería corresponder si fueran ellas quienes mandaran en el mundo actual. Y que en esto se hayan empeñado hombres es casi de manual.

¡Promethea! Donde la magia es una dimensión, no una estafa. La astrología es un estudio sobre el pasado, no sobre el futuro. Los símbolos son aquello que el observador quiere que signifiquen, no algo dañino ni destructivo.

¡Promethea! La guerrera, la madre, la amante, la novia, la amiga, la hija, la abuela, todas en una… y una en todas. Pues no tiene problema en reconocerse a sí misma en varias guerreras sabiamente manifestadas a la vez, y luchar todas juntas contra una amenaza múltiple en forma de invasión. E incluso luchar contra sí misma, provocando una tensión en el lector que se verá satisfactoriamente resuelta conforme transcurra la acción.

¡Promethea! La de los colores caleidoscópicos, la de las páginas como escenarios barrocos de teatro secuencial que cambian de una a la siguiente, la de los interminables viajes de búsqueda en dimensiones oníricas. El hiperrealismo también cabe ahí, un número donde las protagonistas se tornan de carne y hueso, modelos fotografiados y trasladados a fondos que siguen conmoviendo visualmente.

¡Promethea! La escurridiza mensajera a la que los poderes establecidos intentan eliminar por la amenaza que supone para el sistema.

¡Promethea! La luz, la piedad, la sensibilidad, la fuerza, el cariño, el aguante, el sexo, el humor, la sabiduría, la sugerencia, la belleza, el perdón, la dulzura… todos ellos valores que los autores hilvanan sin apenas ningún chirrido.

¡Promethea! Donde una mujer del montón, gorda, antipática, vieja y solitaria tiene su papel fundamental en el transcurso de la obra.

¡Promethea! La maldad mística tiene su lugar y es encajada con toda elegancia inesperada en el argumento central, sin alharacas ni aspavientos exagerados. Incluso con un punto de humor y cariño.

¡Promethea! En la que tienen lugar la virgen María y Cristo crucificado, hasta Babalion, la lujuria hecha mujer, y los demonios del Apocalipsis. Y tendría cabida el BDSM, de no ser porque ya sería demasiado explícito…

¡Promethea! Si algún día osan hacer una película sobre ella, al estilo de “V de Vendetta”, “Watchmen” y “La liga de los caballeros extraordinarios”, por citar ejemplos de flagrantes bodrios consumistas basadas en obras maestras del mismo escritor, juro que despotricaré hasta quedarme sin dedos contra ese nuevo intento. Afortunadamente y de momento, no creo que caiga la breva. Porque sería como “Matrix”, pero en dirección opuesta y con efectos especiales elevados a la n-ésima potencia… como mínimo.

¡Promethea! La que va y viene de otra dimensión de nombre igualmente evocador, poderoso y bullente: la Inmateria. Donde la energía se puede tocar y la materia sólida se puede moldear. La Inmateria, donde vamos todos cuando dormimos. La Inmateria, donde los poderosos a este lado de la frontera allí son apenas un escupitajo en una oscura acera. La Inmateria, donde los niños son sus grandes adalides, los amantes insatisfechos buscan y encuentran cuerpos que se amolden a sus necesidades, los ancianos guardan y viven sus recuerdos, y los muertos tienen el lugar que les corresponde. ¡La Inmateria!

Ojalá viniera Promethea a por mí y me llevara con ella… no, espera… ya ha venido, ha dejado su impronta imborrable en mi recuerdo y mi cuerpo, y se ha ido para siempre, con el firme propósito de no volver más, a pesar de tener frágiles hilos que todavía me pueden comunicar con ella, y de los que penden una esperanza de reencuentro cada vez más ajada, más reseca, más disminuida, pero que aún respira…

Y como uno más de una serie de artistas menores que a lo largo de la Historia se pierden al obsesionarse con Promethea y acaban en grandes tragedias, yo también tengo mi pequeña tragedia…

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