viernes, 18 de marzo de 2016

Clasdal el hombre dragón e Irune la dura doncella (II)

(capítulo anterior)

Cuando te despiertas, te sorprende encontrarte en una cama de plumas blancas y suaves, la sensación de plenitud y tranquilidad te produce una despreocupación que no es común en ti. La desconfianza en el pueblo te estresaba tanto que tus reacciones eran fruto del inconformismo y del malestar que te producía.

Clasdal está sentado a tu lado, contemplándote con serenidad.

-Llevas dos días dormida.

-¿Dos días? –preguntas, incrédula. Te recoges pudorosamente, abrazándote a la manta.

-Te he traído miel, queso, fruta y leche –señala con la barbilla la roca que se alza justo enfrente.

Se apoya sobre una mano para levantase, pero tú le agarras.

-Espera, ¿qué ha pasado en estos dos días? Me pareció un sueño de apenas unas horas pero los recuerdos son tan reales...

-¿Qué recuerdas, Irune?

Te quedas pensativa, haciendo memoria de todo lo vivido en ese largo sueño.

-He soñado que volaba agarrada al lomo de un dragón. Viajaba por encima de pueblos, valles, mares, montañas, la visión era tan espectacular y tan intensa la sensación, que las imágenes vienen a mi memoria como… como fogonazos. En cambio, es tan real que aún puedo sentir la brisa en mi cara...

Después de un largo viaje, apareció ante mí el lugar que me mostraste, el dragón bajó ahora más despacio y me dejó sobre la hierba fresca.

Todas las mujeres se apresuraron intrigadas y juguetonas hacia mí, eran bellísimas, sus sonrisas y sus miradas eran infantiles, entre sinceras y despreocupadas.

Me cogieron de la mano y me acompañaron a un lugar donde me acicalaron, me peinaron y me cubrieron con aceites perfumados con suaves caricias.

Aguardas un momento en suspenso, pensando que quizás él se reirá. Pero Clasdal permanece inalterable.

-Cuando… cuando ya han terminado, se apartan y la mujer que repartía frutas en la visión de la bola de cristal se me acerca, desnuda y sonriente…


Dudas de nuevo, sientes que te ruborizas, y bajas la cara.

-Continúa –dice Clasdal, sin inmutarse.


-Eh… bueno… aquella mujer se arrodilló ante mí, y… -te llevas los dedos a las sienes, concentrándote. -A partir de aquí no recuerdo nada concreto… Sólo… placer, mucho placer… aquella mujer, su sonrisa, su voz… olía como a… rosas, frescas y húmedas… y… y… luego… un hombre desnudo y sonriente, cuya cara me resultaba familiar, pero era incapaz de recordar en qué, también se acercó, con su virilidad hinchada… se cernió sobre mí, me besó, me acarició… su piel olía fuerte, como a… almizcle… pero no era desagradable, más bien cálido y envolvente… al entrar en mí, ya no… ya sí que no recuerdo nada más… Lo siento –concluyes, con un ademán de disculpa.

Clasdal cabecea con determinación. Señala las viandas.

-Come. Necesitas reponer fuerzas. Mientras tanto, te contaré exactamente lo que ocurrió desde que te bañaras desnuda en el estanque de las nieblas del dragón.

Te habías poco menos que abalanzado a la comida, cuando te detienes, asombrada.

-¿El estanque de las nieblas del dragón…? ¿aquello eran… nieblas de dragón? ¿no es un mito? Cuando era pequeña, mi abuela me decía que existía un estanque que guardaba celosamente un dragón, y que sus nieblas llevan al paraíso al que entra en ellas…

Clasdal te conmina a comer con una leve sonrisa. Te cuesta reconocer en él al hombre rudo, arisco y autoritario con que te encontraste tras el rapto. Se sienta en un sillón al lado de la cabecera de la cama.

-Mientras tú te bañabas, yo fui a ocuparme de los prisioneros como se merecían según tu veredicto. Nada más entrar, empezaron a suplicar, a pedir piedad, a arrepentirse de todo cuanto habían hecho, a jurar que no lo harían más, que harían todo cuanto fuera posible para reparar el daño… tal era la energía con que suplicaban, que les dí a elegir: o morían tal y como tú habías dicho, o soltaba la macilénfa… algunos dudaron, pero otros cambiaron de idea casi al instante: morir tal y como has dicho tú. Los que dudaban se decidieron por la misma suerte, tanto terror les inspira ese animal… –Clasdal mueve un poco la cabeza –aunque no les culpo. A pesar de la enorme diferencia de tamaño, aspecto y agresividad, incluso un dragón tiende a apartarse de su camino… Bueno, a lo que íbamos: les hipnoticé, y al cabo de unos momentos, algunos empezaban a gritar, a suplicar, a intentar rechazar, o golpear, o correr… los más fuertes tardaron algo más, pero acabaron cediendo. Un rato más tarde, estaban idos, con los ojos en blanco, los cuerpos tirantes, las mandíbulas tensas, algunos se habían mordido las lenguas, o los labios, y sangraban por la boca. Les dejé así y volví contigo.

Fue un cambio agradable de visión. Ya te habías bañado en el estanque, y las nieblas se pegaban a tu alrededor mientras salías. Al verme, te ruborizaste, pero no ocultaste tus encantos. Te cogí de la mano, te llevé fuera, me transformé en dragón, te ayudé a montar y emprendí el vuelo.

-Espera… espera, por favor… -interrumpes tú con gesto respetuoso. -¿Monté en… en tu lomo de dragón… desnuda?

-Así es -Clasdal afirma con la cabeza. –Por supuesto, tuve cuidado de no dañar tu piel con mis corazas y escamas. Las nieblas del dragón no son simples nieblas. Todo el que se baña en ellas queda cubierto por una finísima capa que preserva la temperatura y protege contra el viento, por fuerte y cortante que éste sea, durante un buen rato… medio día aproximadamente. Luego se disuelve.

-¿Y ya está? ¿ése es el efecto mágico que tienen? –Clasdal afirma con la cabeza. –Entonces, lo que dijo mi abuela era un cuento… Decía que era la fuente de la eterna juventud, y…

-¿Me dejas continuar? –te interrumpe Clasdal, con un gesto insólito de ternura. Tú te detienes, asombrada. –Tu abuela no iba muy desencaminada. Como iba diciendo, emprendí el vuelo, un largo viaje por encima de las nubes, a gran velocidad. Atravesamos claros en donde veías pueblos, lagos, valles, montañas, mares, islas… El viento impedía que pronunciases palabra, no te habría oído, pero sentía tu curiosidad por saber por dónde pasábamos. No obstante lo emocionante del viaje, te dormías, así que volé más despacio, para que te acomodaras entre mis alas y durmieras. Al cabo de unas horas, el calor del sol en tu cara, la luz, hizo que te despertaras. Volví a volar despacio para que tu despertar no provocara un susto. Cuando me aseguré de que estabas ya despejada, volví a volar rápido. De todos modos, ya estábamos cerca. Descendí a una isla en medio del mar. Una isla volcánica, cubierta de vegetación verde, con flores y frutas como nunca habías visto antes. Aterricé en un claro y te dejé sobre la hierba fresca. Mis concubinas se acercaron, dispuestas a atenderte y servirte para que recuperaras fuerzas, darte tiempo para que terminara de disolverse la capa de la niebla de tu piel y explicarte cuantas dudas tenías. Mientras tanto, yo me aparté más allá y cambié a mi forma humana. Samar se quedó conmigo, para ayudarme y hacerme compañía. Cuando ya estuve bien, completo y consciente de mí mismo, le indiqué que te atendiera, que luego iría yo. Y, en efecto, cuando completé mi limpieza y abluciones y me acerqué, ella estaba a cuatro patas encima de ti, cubriendo tu cara con sus pechos… Según me dijo más tarde, ésa era la zona de su cuerpo que más te gustaba… Mientras, Pidra te complacía en la vulva con su lengua, su boca y sus dedos, y todas las demás, Igrenia, Lumbara, Orbri, Ferja, Drina, Gartina, Galina y Enie se ocupaban del resto de tu cuerpo. Al oír mis pasos, Samar se retiró de encima de ti. Estabas adorable: ojos entrecerrados, quejándote suavemente, intentando dar con tus manos y tus muslos tanto como recibías, el pelo formando una corola alrededor de tu cabeza… Drina, Gartina, Ferja y Orbri se apartaron para dejarme sitio. Me eché a tu lado despacio. Me puse de costado. Quería contemplarte de cerca, ver lo hermosa y receptiva que estabas, tu piel, cruzada de arriba abajo por olas de escalofríos, tus pezones, hinchados y oscuros, tu boca, húmeda, roja, incitante, la curva de tu cuello, tenso y abierto… Mientras las chicas que te atendían en ese costado pasaban a atenderme a mí, yo sólo tenía ojos para ti. Con mi mano libre te repasé despacio. Al llegar a tu boca y meterte los dedos, me miraste abiertamente. Parecías no reconocerme, pero por tu sonrisa, me aceptabas. Te besé en la boca, y de ahí empecé a recorrer todo tu cuerpo con mis labios y mi lengua. Notaba que reaccionabas a esas caricias, puesto que, deliberadamente, me había dejado barba de varios días y raspaba suavemente tu piel sensible, marcándola antes de besar y lamer esa zona. Llegué a tu vulva; Pidra se apartó y me dejó toda tu feminidad. Pero tú no te conformabas con recibir, también querías dar. Conminaste a Samar a que se sentara sobre tu cara y pusiera su vulva rosada al alcance de tu boca. Todas las demás se dedicaban a ti, sin excepción. Cuando ya bebí suficiente de tu fuente, me alcé y contemplé el cuadro, realmente excitante. Samar, de cara a mí, aprobaba con una sonrisa tu labor ahí abajo.  Y de todas las demás, Gartina y Lumbara  también recibían de tus manos en sus vulvas, introduciéndoles los dedos. Todas sonreían, complacidas.

Clasdal hace una pausa, respira hondo y se echa adelante, apoyando sus codos en las rodillas. Tú respiras entrecortadamente, al ir rememorando paso por paso lo que te describe.

-Pidra se ocupaba con la boca y las manos de mi miembro, que ya estaba hinchado a más no poder. A un gesto mío, todas se apartaron de ti. Alzaste la cabeza y miraste. Debió de gustarte una vez más lo que veías: un hombre desnudo con una cabellera oscura ondulando ante sus caderas, sus manos peinándola suavemente, mientras sus ojos se hundían en los tuyos… -Se toma otra pausa, entrecerrando los ojos, recordando. –Sí, todo un cuadro… como todo nuestro encuentro. Estuvimos especialmente inspirados, todos, ellas, tú y yo… –Sacude su cabeza, y continúa: -Aparté a Pidra con cuidado y gateé sobre ti. Sellé tus labios con un beso, mientras tú alzabas tus caderas, receptiva. Y entré en ti. A la primera, sí, pero despacio. No obstante, yo apenas sentí nada, de tan hinchado y tenso que estaba… Hacía tanto tiempo que no estaba con una mujer… Sólo cuando empecé a darte con fuerza, algún rato después, tras asegurarme de que no te causaba dolor, recibí las primeras oleadas de placer puro recorriendo mi espalda de abajo arriba; la primera especialmente intensa, ya que fue como una… un terremoto que sacudía las tierras apelmazadas largo tiempo sobre mi espina dorsal… -Clasdal resopla y oculta su cara hacia abajo. -Tú marcabas mi espalda con tus uñas de arriba abajo, y las clavabas especialmente en mi trasero. De tan tenso y acumulado que estaba por mi larga abstención, descargué en ti al poco rato, pero mi virilidad no cedió. Pues soy un dragón, y puedo estar así todo el tiempo que quiera. Y así estuve durante largo rato, casi hasta que se ocultó el sol…

Clasdal alza los ojos. Tú estás abrazada a tus rodillas, recordando detalle tras detalle, con los ojos entrecerrados.

-A pesar de que te ofrecías constantemente, caíste agotada. Aguantaste y disfrutaste hasta no poder más. Ya al límite de tus fuerzas, tomaste la iniciativa y quisiste cabalgar sobre mí. Respeté tus deseos, incluso mis concubinas te ayudaron, pero estabas tan cansada que optaste por dejarte hacer, y volvimos otra vez a quedar yo sobre ti. Descargué dos veces más y entonces vino Samar a ocupar tu lugar. Para permitirme recuperar mis fuerzas, ella fue la que tomó la iniciativa. Mientras, las demás chicas te daban la vuelta y masajeaban con aceite tus maltrechas espaldas. A pesar de que el césped es suave y mullido, estar mucho rato tumbada boca arriba mientras una mole de casi trescientas cincuenta onzas te embiste encima todo el rato es algo que tu espalda no aprecia, pese a que intentaba apoyarme todo el rato en mis brazos… Te confieso que más de una vez estuve tentado de cogerte y seguir de pie, con todo tu cuerpo apoyado en el mío, hubiera sido lo mejor para ti y tu espalda, pero era tal el placer que me dabas, que incluso un hombre-dragón puede tambalearse y caer; las concubinas no podrían hacer gran cosa, tanto peso podría herir a alguien… Así que… opté por recuperar el control descargando en ti las primeras veces, hasta que no pudiste más…


Una mirada de disculpa asoma en sus ojos, con una sonrisa un poco burlona.

-… y entonces Samar te sustituyó, y cuando ella cayó agotada a tu lado, vino Pidra, después Lumbara, y después… bueno, todas las demás.  A partir de Samar, ya controlaba mis fuerzas y mi sexo, y podía tomar nuestras posturas favoritas… ¿Te acuerdas, Irune…? Mientras Samar y tú hablabais muy cerquita la una con la otra, mirabais dichas posturas… Samar te las explicaba antes de tomarlas… Por cierto, ¿de qué hablabais, que os reíais todo el rato por lo bajito…

Dejas de masticar cansinamente un trozo de queso, y vuelves a la realidad.

-¿Eh…? Oh, de nada en concreto… -niegas bruscamente con la cabeza. –No, lo siento, no me acuerdo… Sólo sé que Samar estaba todo el rato a mi lado, con el olor a rosas de su piel rodeándome… y que deseaba perderme en ella otra vez… y creo que así fue, ¿no…?

-Sí, así fue. Mientras poseía a Enia contra su árbol favorito, me fijé en ti y os ví a ti y a Samar abrazaros y acariciaros… más tarde, os besabais, e ibais a más… Las chicas que os rodeaban sólo sonreían, cansadas. Pero Samar y tú, por ser las primeras, ya habíais recuperado fuerzas y os dedicasteis a complaceros mutuamente… Sin estridencias, sin posturas fatigosas, simplemente recostadas una frente a otra… Cuando terminé con Enia, y antes de empezar con la última, Lumbara, me fijé detenidamente en vosotras, pero vuestro sexo, lento, sin apenas avances ni cambios bruscos, no sólo no me calmó, sino que vino a inflamarme más aún, y la pobre Lumbara tuvo que apagar el fuego… Hizo lo que pudo, pero no lo consiguió. Acabó más derrengada que las demás, todas tumbadas en cualquier postura a vuestro alrededor.

Terminas de beber un vaso de leche. Se crea un silencio denso entre vosotros. Clasdal agacha la cabeza, en un gesto que le has visto hacer varias veces, muy suyo, pero que aún te cuesta asociar a un sentimiento o expresión determinada.

-Cuando dejé a Lumbara con cuidado en un hueco a tus pies, sin fuerzas y con los ojos entrecerrados, los nuestros se cruzaron –su voz se vuelve un grave susurro. -Sentí que me dabas vía libre hacia ti una vez más… Así que caminé sorteando los cuerpos de mis concubinas, y te cogí en brazos. Samar apenas se movió. Sólo sonrió, siguiéndonos con la vista hasta que la oscuridad nos envolvió, pues en aquellos momentos, la leve luz gris previa a la noche se había extinguido. Te llevé unos pasos más allá, a un claro desde donde se divisaban las estrellas, y te dejé en el suelo. Reuní leña y encendí un fuego. Como dominador del mismo que soy, me aseguré de que sería un fuego terki… una hoguera de luz y calor pequeños, pero duraderos. Así no tendría que reavivar las llamas mientras estuviera contigo.

Alza la cara. Una expresión diferente irradia en ella, te hechiza una vez más: reconoces y asocias  sus rasgos tallados a machetazos, su barba incipiente y con apariencia ruda, su tez tiznada de negro y gris, sus ojos negros y sin fondo, su pelo revuelto y enmarañado, confundido con las oscuras pieles que cubren sus anchos hombros, sus dientes blanquísimos asomados apenas entre unos labios de dura curva…

-Empecé a besarte, y tú no respondías. Te acaricié la cara, pero seguías igual. Rechacé el mirar en tu cabeza el porqué. Te deseaba como a una afín, como a una compañera más de mi harén, a las cuales trato igual que a ti entonces. Y te lo comenté. Entonces tú preguntaste por ellas, si estaban en esa isla en contra de su voluntad. Y te repito la respuesta que te dí entonces, y que luego ellas te refrendaron. Ni las fuerzo, ni las espío, ni las obligo… A todas les pido consejo por igual, juntas y por separado, a todas atiendo sus deseos, sus preferencias, sus parcelas… En todas aprecio sus deseos de agradarme: una con música, otra con poemas, otra con flores, dos con danzas de sus tierras, otra con perfumes y licores de los más finos que prepara en mis ausencias, otra con platos de exquisitas combinaciones de frutas… Cada una en su especialidad, ayudadas por las demás, en total armonía y sin competencias, trataban de complacerme. Y con todas ellas tengo una palabra amable, una caricia, una cosquilla… Y tú, al fin, te convenciste y colaboraste. Tras besarte y acariciarte, esa vez sí: esa vez te cogí en mis brazos, y de pie y completamente relajada en ellos, te dejaste hacer. Noté que te sentías muy especial, al ser tomada al aire… tu vulva en mi boca, mientras te ofrecías tumbada sobre mis brazos como ramas de árbol… Un hombre normal, por muy fuerte que sea, no aguantaría más allá de tres caídas de piedra en esa postura, pero yo soy Clasdal, el hombre dragón. Y aquella fue la postura que más disfrutaste, la más fatigosa para el hombre, porque te despertaba nuevas sensaciones. Y lo que vino después…

Se detiene. De sus ojos surge algo parecido a una viva llamarada de deseo, que cala muy profundo en ti.

-Te tomé una y otra vez así, descargué en ti varias veces, sin que tocaras el suelo, mientras las llamas terki lucían… hasta que se apagaron. Poco más tarde, noté de nuevo tu cansancio, y te devolví a los brazos de Samar, en los que te dormiste como una niña. Volví al claro, me transformé en dragón, emprendí el vuelo y busqué una presa lo bastante grande para saciar mi apetito… La caza duró toda la noche. Ataqué dos barcos que se aproximaban demasiado a mi isla, devoré un foular que nadaba por ahí cerca, sacié mi sed bebiendo brea del pantano de las torjas negras… y volví al amanecer. Todas vosotras dormíais todavía, cuando os visité tras tomar mi forma humana, así que cogí frutas, las pelé, las troceé, las exprimí y os monté un abundante desayuno. Os desperté a besos y caricias, bien entrada la mañana, puesto que ni siquiera el trinar de los pájaros os despejaba.

Cuando terminasteis vuestras abluciones y disteis buena cuenta del desayuno, todas se fueron a sus quehaceres diarios, y Samar y yo nos quedamos contigo. Hablamos largo y tendido, relajados, con toda naturalidad, de lo que deseabas, las dudas que tenías, si querías quedarte ahí o volver a tu pueblo… A pesar del cuadro tentador que te presentaba esa isla y la compañía, sentías que aquél no era tu sitio, y así lo expresaste. Deseabas volver. No intentamos convencerte. Pasamos el resto del día paseando por la isla, y Samar y yo te íbamos explicando la flora y la fauna del lugar, comimos en una pequeña cala, tomaste el sol, te bañaste, nos amamos los tres una vez más en la arena hasta vuestro agotamiento, descansasteis a la sombra de una palmera, te bañaste otra vez en un riachuelo cercano para quitarte los restos de sal, arena y algas de tu pelo y tu cuerpo, y volvimos. Todas las demás aguardaban expectantes, para saber si te quedabas. Cuando vieron que no era así, se entristecieron. Te habían cogido cariño, habían hecho vagos planes para ti acerca de enseñarte gustosamente sus oficios, pero tú ya habías tomado tu decisión. Además, siempre podrías volver. Tras las despedidas de rigor, nos fuimos al estanque de la cueva, donde sus nieblas te cubrieron para el viaje, me transformé, Samar se despidió de ti con un largo abrazo, besos y caricias, y partimos. Durante el viaje te dormiste, y me ha dado tiempo de llegar aquí, transformarme de nuevo en hombre, echar un vistazo a los prisioneros, todos ya muertos, me he deshecho de sus cadáveres, he bajado al pueblo a por esas viandas, y me he sentado aquí, esperando a que te despiertes.

Se levanta y pasea un poco, estirando las piernas y arqueando los brazos, que crujen poderosos.

-Salgo fuera para que te vistas. Cuando estés lista, si no quieres nada más, volvemos a tu pueblo.

Y desaparece por el hueco de la puerta, cerrándola tras de sí.

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