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martes, 23 de agosto de 2016

Siempre serán los otros.

Cuando pienso en la implacable degradación del entorno de vida, me vienen a la cabeza las duras condiciones de los obreros y campesinos durante la revolución industrial, una de las etapas más crueles y oscuras de la Historia moderna europea. Y me personifico ahí, y pienso en qué demonios debían sentir esas personas, esos seres sin alma, para seguir adelante, qué tipo de esperanza les llevaba a levantarse cada día y ponerse, por un salario de miseria, ante la máquina o tarea que les acompañaría las siguientes 12 o 14 horas, un día, y otro, y otro, y otro, durante semanas, meses y años, los anhelos y sueños que les motivaban y perseguirían...

Y porqué no se suicidaban cuando éstos no se cumplían por mucho que lo intentaran.

Quizá sí lo hacían, y de forma habitual. Probablemente fuera un fenómeno de masas. Pero la ceguera social que siempre acompaña a los tabúes impediría que llevaran registros, o se tergiversara su lectura estadística, por ejemplo accidentes o enfermedades derivadas de dichas tareas que se los llevaban a puñados, o se comentara entre círculos sociales, principalmente tabernas, aunque fuera de pasada, porque todos presentían a dónde llevaría aquello, de profundizar demasiado, aunque fuera bajo los efectos del alcohol trasegado diariamente en grandes cantidades. Los del mismo estrato social, por sentir que aquella salida debía atenazarles como la única que les quedaba (a los acomodados ni siquiera los contemplo aquí). Supongo que eludían el pensamiento diciendo que siempre serán los otros. Los otros los que caerían, los otros los que se irían, los otros los que no serían capaces, los otros los que sufrirían las consecuencias, los otros los que enfermarían. No ellos ni sus seres queridos. Si es que los tenían. Aquélla no era época donde los amores filiales brillaran por su abundancia y calidad. Si es que algo podía brillar entre tanta mugre, tanto barro, tanto humo y niebla característicos de la sociedad victoriana de entonces.

Siempre eran los otros.

Y la sociedad actual, del siglo XXI, tiende a eso. La sobreexplotación laboral, la escasez de dinero disponible, la corrupción e injusticia generalizados a todos los niveles, la precarización y la temporalidad del trabajo... La globalización con el sureste asiático, hispanoamérica, los países árabes que toleran la presencia de empresas de producción intensiva en condiciones infrahumanas, cuyas plantillas de taller conforman el estrato social equivalente al de Europa en la revolución industrial, y que ahora se propaga como una plaga, incendiando todo avance conseguido con no poco sacrificio pasado... Mientras, y también como antaño, unos cuantos potentados lo son más aún, acaparan todo recurso e influencia, hacen negocios miserables con la desesperación de la gente, mucha de la cual se resigna como la gran masa de finales del siglo XIX. La diferencia de aquélla a ahora es que a medio plazo se proponían modelos sociales alternativos que se llevaban a cabo con mejor o peor fortuna. Ahora se ha visto a dónde conducen, la perversión que conlleva si se usan mal o se cometen y consienten abusos, y la resignación es aún mayor, si cabe.

Siempre serán los otros.

Y ahora soy uno de ellos.

Estoy a las puertas del suicidio. Hace seis años que no trabajo, mis ahorros se han agotado, por primera vez en mi vida no voy a llegar a fin de mes, la hipoteca me atenaza, mi nevera y despensa están vacías, he perdido por completo la forma física, y no veo salida digna a esto.

Conforme pasan los días, y según me da, pienso en diferentes métodos. Hace semanas pensaba en encerrarme en mi coche con una manguera en el tubo de escape, atiborrándome previamente de una sobredosis de ansiolíticos para anular cualquier reflejo de supervivencia. Nunca lo he llevado a cabo, pero está ahí. Últimamente pienso en coger un cuchillo y tumbarme sobre él en la cama. Y esto sí lo he probado, dos veces ya, pero siempre me echo a un lado, derrotado y hecho un guiñapo.

"Cobarde" me digo, hundiéndome aún más. Pasan los minutos, me levanto en modo automático, guardo el cuchillo... y sigo haciendo cosas diarias.

Esta mañana me he despertado de madrugada y, completamente planchado, he probado a contener la respiración. Ha sido lo más lejos que he llegado, pero al final la vida se ha impuesto, pese a lo negra que pinta.

Busqué en Google métodos caseros de suicidio indoloros, y me sale el puñetero e hipócrita teléfono de la esperanza. He estado en la delegación de esa organización de mi ciudad, y no me sentí nada bien atendido. Basta con no incluir la palabra suicidio y derivados en la búsqueda.

A modo de detalle al margen, encontré por ahí un esquema, el modelo de Kübler-Ross,


en donde me podía ver identificado (como podría verme en cualquier mapa, estado o sitio, por ejemplo comida para buitres en el ciclo de la materia orgánica), y supongo que esta entrada y la anterior vendrían a incluirse en la etapa de "Negociación". Una negociación con algo o alguien invisible pero implacable... Pero cuando se acaba el dinero, no hay negociación que valga.

También influye la sensación de no tener nada que perder.

Esto se acaba. Seguiré escribiendo aquí en tanto tenga ganas, motivos y entereza suficientes como para ordenar mis pensamientos y conclusiones. Y si consigo medios para seguir con mi vida. Pero si algún día no contesto, o dejo de escribir, aquí dejo constancia del porqué.

viernes, 5 de febrero de 2016

Ella está ahí por ti, ¿sabes?


Está a tu lado por ti. Así que demuéstrale lo que significa. Podía haber elegido a cualquier otro, podía haber elegido estar sola, como cada vez más gente sobre la faz de la tierra. Pero no. Te ha elegido a ti, y quiere estar contigo. Sus brazos quieren abarcarte, sus manos quieren palparte, sus ojos quieren llenarse de ti, sus oídos no desean perderse una onza de tu voz, su mente está muy pendiente de ti. Así que trátala como se merece, como lo que es, como una reina, tu reina. Puede que la semana que viene, el mes siguiente, o dentro de un año sea la reina de otro. Pero en este momento está contigo, está por ti, así que no eches a perder la ocasión. Vulgo, no la cagues.

¿Por qué? Porque ha percibido algo en ti que ha despertado un eco más profundo de lo que estaba dispuesta a admitir. Porque ha tenido un pálpito sobre ti, porque algo tuyo le ha llamado la atención, un gesto, una mirada esquiva, un rubor, un tembleque o un tic, o la suma de todo eso, que ha decidido arriesgarse a permanecer contigo para ver hasta dónde podía llegar y conocerte mejor mientras tanto, ver si estaba equivocada y si valía la pena abrirse a ti.

Porque tal y como está el mundo, quizá ni ella misma se lo esperaba esa misma mañana, ante el espejo. Recién salida de la ducha, el pelo húmedo, la cara todavía con trazas de sueño pese al contraste vivificador del agua corriendo sobre su piel, no se imaginaría que diez, doce horas más tarde su atención estaría copada por un imprevisto encuentro, por una posibilidad de conocer a alguien que le ha roto los esquemas.

Quizá no seas consciente de la oportunidad que te presenta el destino. Tú, que cada pocos días te dejas llevar por incontenibles vapores en hermosa silueta de mujer, como tantos y tantos hombres a tu alrededor, puede que consideres este encuentro fortuito como algo normal y cotidiano. Pero no lo es.

Quizá te niegues a abrirte del todo, por una comprensible reacción al abandono, a retornar a la soledad y querer volver a estos momentos, pero es ley de vida. Lo que cuenta es aquí y ahora, el futuro se escribirá solo. Trátala en esos momentos como si estuviera a tu lado el resto de tu vida. Y probablemente así sea, porque dependiendo de cómo te comportes ahora, dejará un recuerdo indeleble en tu fuero interno.

Así que ten cuidado. Avanza siempre con pies de plomo. Da tú el primer paso si es preciso, pero respeta su espacio, su iniciativa, su posible negación, tanto en ese momento como en el siguiente. Y ni se te ocurra por asomo tomarte la más mínima confianza en vuestra intimidad, a menos que sea para bien, para sorprenderla, para agradarla. Puede que en tu fuero interno alardees de tratar con muchas mujeres, que sabes lo que necesitan, sus puntos sensibles, sus señales... pero no te engañes: cada mujer es distinta, y pese a que según tu experiencia puedan coincidir, se guían por algo que tienen muy dentro, que guardan muy celosamente, y que no revelan así como así.

¿Si ella se deja mirar? Mírala siempre a los ojos. ¿Se deja abrazar? Manos a su espalda sin bajar de la cintura. ¿Coge tu mano y la posa en su cadera? Acaríciala despacio, sin brusquedades ni presiones. ¿Te guía hacia los tirantes de su ropa interior? Aflójala o quítasela con mimo y respeto, poco a poco. ¿Que ella se abandona en tus brazos, pidiendo más? Tú no. Nunca te abandones. Permanece atento a sus señales. No temas preguntar. Provócale una carcajada si es necesario, pero ten muy presentes tus objetivos. Y tus objetivos son los suyos, los que hacen que ella confíe plenamente en ti en esos momentos tan intensos. También ten presentes tus señales: ¿que sabes que en breve te vas a lanzar como caballo desbocado? Soooo, caballo. No es una yegua. Será igual de bella y briosa, pero muérdete el labio antes de soltarte las riendas. ¿Te hace daño con sus pellizcos, arañazos, mordiscos, manotazos o puntapiés? Aguanta. Por lo que más quieras, aguanta. Que un hombre pierda el control está muy bien para las películas, los libros o relatos, pero la realidad es que el hombre debe mantener la cabeza fría hasta el final porque lo más seguro es que le hagas daño y se eche atrás o se vaya de tu lado...

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...

...

...

Bien. Si has llegado hasta aquí, si has conseguido cristalizar todo cuanto te he transmitido en una bella y sugerente estampa, y estás listo para ir un paso más allá, detente, respira hondo, coge esa... esa burbuja de cristal con las dos manos...

... y, como diría el profesor rebelde de El club de los poetas muertos, rómpela. Estréllala contra el suelo. Sin miedo, sin reparos. Álzala sobre tu cabeza y lánzala contra el suelo, que se deshaga en mil pedazos, y que el chasquido se convierta en música. Luego da media vuelta y vete. Mejor esto que sufrir lo que puede venir a continuación.

Posible denuncia por acoso, por tocamientos, por violación. Basta una llamada telefónica por su parte. Como poco, noche en el calabozo. Seguramente te echará de tu casa, se quedará con tu coche, una pensión a tu costa y parte de tus ahorros. Sin comerlo ni beberlo, tú, un buen hombre, ahorrador, sufridor, trabajador, sacrificado, honrado, te has visto de la noche a la mañana reducido a un número de acusados por violencia sexual.

Pues a eso es a lo que nos ha conducido la ley de violencia de género. A tratarnos a todos los hombres como potenciales violadores. Sin distinción, por igual. La inmensa mayoría no somos culpables, pero sí nos han convertido en víctimas. A todos. Y como todas las víctimas que están a tiempo, huye.

¿Que deseas estar con esa mujer más que nada en el mundo? ¿que estás seguro de que ella no te quiere ningún mal, que te ha manifestado su deseo de estar contigo? Adelante, pues. Pero bajo tu entera responsabilidad. Echa un vistazo a tu futuro a corto y medio plazo si ella decide ir por ahí una vez has caído en su posible trampa.

Puede que dicha ley no sea tal, que sólo sean rumores, exageraciones, reacciones manipuladas de colectivos que están en contra de dicha ley. Pero creo que bastará una búsqueda por internet para ponerte en guardia, como mínimo.

Puede que tú no seas un maltratador. Si no lo eres, entonces tranquilo. Retírate igualmente, respira hondo otra vez, conciencia en calma, desahógate en solitario y piensa en los hombres que como tú tampoco son maltratadores pero sí han caído víctimas de brujas que abusan de ese poder nefasto que les ha dado esa ley... Si todos los hombres hiciéramos piña y nos retiráramos en momentos clave, ya veríamos en qué quedaría la cosa. Aunque dada nuestra fama, lo galopante de nuestras hormonas, la posición social que da estar en buena compañía y exhibirla, lo fácilmente manipulables que somos en ese sentido, lo veo imposible.

Pero si lo eres, si eres un maltratador, si te gusta tener dominadas a las mujeres ("la mujer en casa y con la pata quebrá")... entonces léete esto. Es antiguo, pero mantiene toda su fuerza.

miércoles, 30 de diciembre de 2015

Cafetera rota.

Un día la cafetera dejó de funcionar. En silencio, a la chita callando. Echo el agua, pongo la mezcla prensada en la cazoleta, coloco la taza, activo el aparato, se enciende el piloto y me dedico a otras cosas. Pero pasa el tiempo, pasa el tiempo y no se oye el típico silbido, ni se extiende el intenso olor del café recién hecho.

Lo apago, lo enciendo y nada.

Resignación. Quizá no sea nada, quizá tenga arreglo…

La desmonto, miro lo que hay que mirar, y tras unas mediciones, decido que no tiene arreglo.



El problema está en la resistencia calefactora que calienta el agua y que está “dentro” de la pieza de aluminio fundido que es todo el recipiente, atornillado a la espita también de aluminio fundido que guía el vapor hacia la cazoleta conteniendo la moltura. Por tanto, no se puede abrir si no es con una sierra y echando todo a perder. Si fuera una resistencia independiente, atornillada al vaso en vez de “hacer cuerpo” con él, hubiera mirado de sustituirla, aunque fuera con otro modelo de componente, que dudo encontraría a la venta. También si el fallo estuviera en los dos componentes de seguridad que detectan temperatura y sobrecarga, aún tendría solución, una sustitución de dichos sensores y listo.

Pero no. Toda la cafetera convertida en chatarra desmontada.

En fin. La llevo a un punto limpio y me acerco a comprar otra a una cadena de supermercados.

Desisto al ver los precios y los modelos en que se basan su funcionamiento, sin convencerme ninguno. No dudo de la calidad final del café que sale, pero está un poco fuera de mi presupuesto, tanto del aparato en sí como de los consumibles preparados post-venta.

Intento mantener el ritmo, el impulso, el ímpetu, el optimismo, las ganas de hacer cosas, preservar el naciente hábito, pero… poco a poco el cansancio, el desánimo, la inercia se van abriendo paso…

Todo esto pasó hace dos meses. Mi hermana me regaló otra cafetera que no emplea. La monto en mi casa, y funciona, ya tengo café otra vez. Aunque la técnica sea ligeramente diferente: en la antigua echaba el agua exacta y me olvidaba, volviendo después al rato indefinido. En ésta debo llenar un gran depósito interno, casi 1 litro de agua, y vigilar cuánto café sale. En la antigua cabía más moltura en la cazoleta, tres o cuatro tazas. En ésta dos, y escasas. En la antigua el vapor salía con mucha más furia y ruido, en ésta se activa una especie de bomba que traquetea contra la mesa el tiempo que está echando vapor. En la antigua el filtro vertía el vapor directamente en la cazoleta y de ahí a la taza. En ésta el filtro dispone de un mecanismo muy extraño compuesto por arandelas de goma que sellan el conducto cuando deja de soplar vapor, imagino que para evitar el goteo constante post-café, algo que en la antigua no pasaba, ya que cuando se acababa el agua, se acababa, sin goteo posterior. En la antigua el café salía fuerte, muy fuerte, con posos y todo. En ésta el café sale… em… casi como de pitiminí.

No me ha gustado mucho el cambio, pero a caballo regalado…


Ahora se trata de recuperar el ímpetu, la disciplina, la limpieza.

lunes, 7 de septiembre de 2015

Y más café.

Esta vez, mezclado. Un tercio de cazoleta de café tueste natural y el resto descafeinado.

Poco menos que me subo por las paredes al cabo de tres cuartos de hora.

Al principio bien. Una sensación de bienestar, ánimo y ganas de hacer cosas, de cumplir con los proyectos del día, a saber: limpiar, fregar, quitar el polvo, repasar detalles… De hecho, el intenso ejercicio físico que he desarrollado para cumplir con todo eso ha venido a cubrir esa vitalidad extra que me ha despertado el café. Y sí, he subido por paredes… para limpiar a fondo lo que estaba en lo alto.

¿Por qué? Pues porque una ventaja enorme de este nuevo estado de cosas es la de poder recibir visitas y tratarlas como se merecen. No avergonzarme de cómo tengo la casa ni ocultar cosas. Mostrarles todos y cada uno de los recintos y rincones. Detenerme en los detalles que me pregunten, contestando con franqueza e ilusión.

Ventaja que pienso disfrutar en toda su plenitud, y más, si puedo.

Primero mis padres y mi hermano mayor. Hoy han sido mi hermana, su marido y su hija.

Y tengo intención de ir invitando al resto.

No obstante, en cierto momento, me he imaginado cómo sería la visita de… una mujer.

Y al tener esta base bien cubierta, este soporte que durante tantos años me ha faltado, me he sentido bien, con energía, humildad y predisposición.

Pero no sé si era por el café o porque realmente me salía de dentro.

En el fondo no importa. Ya tengo mi casa en condiciones, así que sólo faltaba un empujoncito para echar a rodar la fantasía… y, bueno… ha sido un alud, me costaba elegir sólo una.

Todas partían de que ella entraría con los brazos cruzados en el pecho, hombros encogidos y cara un poco agachada, pero mirada atenta, fijándose en cuanto detalle cayera a su alcance…

Si al cabo de un buen rato de conversación, un poquito de humor, alguna que otra bromita, y la visita de rigor a todos los rincones, consiguiera una leve sonrisa de aprobación, un brillo determinante en sus ojos, mirada fija y abierta… y yo caería a sus pies, poco menos que derretido… “Mi señora”, acertaría a musitar.

Etcétera.

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jueves, 27 de agosto de 2015

Cientos y cientos…

… de cómics. Eso he ido sacando ayer y hoy. Acumulados durante más de 25 años. Esperando a tener mi propio espacio, mi casa, mis estanterías, para ser sacados y colocados en sus sitios definitivos. De momento sólo sacados y puestos ahí. Conforme pase el tiempo, los iré ordenando. Pero el primer paso ya está hecho.

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Y el café que tengo es descafeinado, sí. No me siento distinto, ni cinco minutos después, ni una hora después.

Tengo una duda sobre los cafés… Si comprara café normal, molido, ¿cómo quedaría mezclado con descafeinado? Muchos cafeteros se llevarían las manos a la cabeza, me tacharían de criminal, de zote, de ignorante, de paleto. Pero que les den.

Mi idea es: cada día, o cada dos días (no tomo café con regularidad, porque en mi estado económico es casi un lujo), meter en la cazoleta mitad descafeinado y mitad café normal. Ambas capas no muy prensadas… Los primeros días, la capa de café normal sería más bien fina. Luego ya veríamos.

¿Por dónde iba? Ah, sí, los cómics. Por fin podré releer aquellos que tanto me hicieron soñar, reír, llorar, reflexionar, rebuscar, fantasear, elevarme, hundirme… la poesía del inimitable Warren Ellis, su ciencia-ficción, sus futuros drogados y elevados… la determinación de Alan Moore, sus detalles exhaustivos, casi agobiantes, sus remodelaciones, sus extrañas referencias… la bestialidad visceral de Garth Ennis, su feroz anti-catolicismo irlandés, sus sociedades de tabernas, su humor negro, sus corazones abiertos destilando amor, compasión, dulzura y firmeza… en fin, para qué voy a seguir…

Pero por primera vez en años, tengo algo que compite con mi dependencia de internet y me ayuda a desviar mi atención exclusiva en eso, haciendo que apague el ordenador y me sienta ahí atrás a leer un buen cómic.

sábado, 22 de agosto de 2015

Tercer día con café.

Pues no sé si será el café, la cafetera, mi metabolismo cambiado o quizás el color del azúcar blanco, pero no me siento diferente al rato de tomar la taza.

Hasta anteayer, todos los cafés que me tomaba me provocaban nerviosismo, o sueño, o me desvelaban hasta bien entrada la noche aunque lo tomara a media tarde, o locuacidad, o cualquier alteración que me empujaba mucho más allá de lo que percibía como normal en mí.

Pero ayer, y hoy, no me he sentido distinto… En fin, a lo mejor es que el café sería descafeinado de máquina (me lo han traído en tarro, sin marca ni tipo ni nada), pero aunque así fuera, me ha gustado mucho cumplir ese ritual distinto, ese pequeño detalle que me recuerde que ese día debo hacer algo de lo propuesto para variar un poco el rumbo que llevaba estos últimos años.

Y así ha sido. Montar una estantería, colocar focos que apunten a mis miniaturas adquiridas en los años previos a mi independencia con el propósito de exponerlas cuando tuviera ocasión… y cuando tenía ocasión, me falló otra pata vital, por tanto tuve que posponer con dejadez e indiferencia, creciendo conforme pasaban los meses y años.

Lo más difícil son los papeles. Cientos y cientos de papeles acumulados. Facturas, extractos bancarios, manuales de instrucciones, garantías, impresos de hacienda, de salud, del INEM… Una montaña de papeles que me echan muy para atrás, y que evito como puedo, concentrándome en otras cosas, igual de importantes, pero no tan urgentes, de cara a la próxima visita de Profe y de Brava.

Aunque me digo que me pondré a ello, nunca lo hago… Entre los calores, los trabajos de montaje y el juego de solitario de windows que me da por pasar el rato para descansar entre mueble y luminaria, voy procrastinando y…

En fin, sé que al final me tendré que poner a ello.

 

Papeles y más papeles

jueves, 20 de agosto de 2015

Primer día con café.

Hace tres días me regalaron una pequeña cafetera exprés de las que se enchufan. Entre otras muchas cosas.

Se echa agua por un sitio, se pone café en una cazoleta con manivela, se coloca esa cazoleta con un cuarto de giro, se pone una taza debajo y se enciende. Y a esperar.

Como era mi primera vez, en mi casa, que tomo café a solas, me he dicho… ooye, esto, que parece tan normal, aburrido y cotidiano para mucha gente, puede ser el inicio de algo para mi blog, y así usar eso como raíl para mencionar el cambio sustancial que está tomando mi vida por estos días…

De entrada, odio el café. Y el té. Y la nicotina. Y el alcohol. Y por extensión, toda clase de estimulantes ilegales que provocan que seamos más de lo que somos o podemos dar. Marihuana, cocaína, heroína, éxtasis, metanfetaminas… Así los que no somos cafeteros, alcohólicos, bebedores de té y fumadores, nos quedamos atrás en nuestra lucha diaria por sobrevivir. Es como un doping en un deporte muy competitivo, frente al cual el ciclismo, uno de los deportes más duros que existen, es un juego de niños. Y el ciclismo no goza ahora mismo de buena reputación por las cosas que se meten los que compiten. Y es normal, dada la energía de que necesitan disponer para ganar.

Pero me estoy yendo por las ramas. Hoy he decidido tomar mi primer café. En parte para ver cómo se maneja ese trasto de cara a futuras visitas, y en parte para probar a ver cómo me sentaría si lo introduzco en mi rutina diaria.

Así que retomo del primer párrafo: “Me regalaron… entre otras muchas cosas.”

En efecto. Unos muy buenos amigos me han regalado un armario ropero, unas cuantas estanterías y unas pocas luminarias para mis bombillas. Y lo más importante: me han regalado también su tiempo, esfuerzo, interés e ilusión en que renueve mi vida, retome la iniciativa y el control. Me han ayudado a limpiar y ordenar lo que lleva ahí años acumulando polvo.

Todo empezó hace un mes aproximadamente. Yo estaba en un valle anímico. Un amigo vino a mi casa de improviso, vio cómo estaba el percal y tras un paseo juntos por mi ya no tan flamante barrio, nos despedimos, yo me metí en mi casa con mis rutinas autocastradas y él se fue a la suya.

A los pocos días, vino otra vez con una amiga, que también vio por sí misma cómo estaba todo, y dimos una vuelta. Paramos en un bar a tomar algo. Yo estaba contento de verles, porque visitas así se agradecen mucho. Pero en realidad venían con una propuesta.

El amigo es un negado en tareas de mantenimiento de su casa. Además de en otras cosas básicas. Pero esto no quiere decir en absoluto que sea un inútil en la vida. De hecho es todo lo contrario. Es profesor de preescolar con alma, y cada vez que habla de “sus niños” se le encienden los ojos. Los progresos que hacen en el día a día, la gracia que le provocan sus torpezas, la gracia aún mayor que le hace limarlas poco a poco y que aprendan a base de insistir, los juegos aparentemente sencillos que monta, los métodos que usa para captar su atención y que aprendan… Por extensión, esa gran capacidad humana de empatía, análisis y modificación de conductas, reaprendizaje, etc., las usa en su vida diaria, con su familia y sus amigos. Y yo estoy entre los más cercanos de los últimos, afortunado que soy.

Además, su fe en la humanidad está constantemente restaurada. Porque ve a “sus niños”, y renueva sus esperanzas en un futuro mejor. Al margen de los padres de los niños, con sus más y sus menos; al margen de sus compañeros y directores, a menudo con muchos menos que más para su desgracia. Pero es entrar en el aula con sus niños esperando, y me imagino la alegría, la ilusión, la curiosidad, la inocencia que portan, y dejarse llevar por todo ello.

En fin, que me voy otra vez por las ramas. “Profe” (así le llamaré para los restos),  “Brava” (así llamaré a la amiga; ya diré por qué) y servidor, estábamos en una terraza de bar, tomando refrescos, y Profe me propone algo: me “contrata” (una forma sibilina de decirme que me necesita con disciplina regular) para hacer unas cuantas tareas en su casa: cambiar bombillas, pasadores de cajones, enchufes, sintonizar una televisión, limar lechadas en juntas de baldosas y pintar techos.

No hablamos de dinero ni nada por el estilo. No hablamos de qué me iba a dar a cambio. Yo acepté, con desgana y haciendo un poco de tripas corazón, porque en mi fuero interno sabía que no podía seguir así. Y al día siguiente empecé. No sólo eso, la hermana de Profe también requirió mis servicios para pintar la verja de un balcón sesentero cuya cadencia de rejas hacía que pareciera una partitura gregoriana en tres dimensiones.

Estuve algo así como una semana haciendo todo eso. Enfrentándome a mis demonios, sobre lo de cumplir con lo prometido a tiempo, trabajar para ganarme la vida, sufrir la ansiedad que me da no ser capaz de llevarlo a cabo, y minimizar los buenos resultados una vez conseguidos. Entre otras rémoras.

Cuando terminé de pintar los techos y se acabó todo, me llevó con Brava a traición a un centro comercial de muebles, y me compraron cinco estanterías y un armario ropero. Triplicando el valor de lo que creía que costaba mi labor.

Hasta entonces, estaba como “a remolque” anímico. Pensaba que una vez cumplido todo, me daría una buena propina, y se acabó; volvería a mi rutina eremita y oscura de cada día.

Pero ni por un momento me imaginé que me harían esto. Mientras me arrastraban de los brazos, o de las orejas, por el centro comercial, yo estaba asombrado, incapaz de reaccionar. Respondía con monosílabos, alguna que otra observación, sonrisas forzadas… pero en mi fuero interno estaba paralizado. “¿Dónde demonios me han metido?”

El resultado, tres semanas después, es que Brava y Profe me han puesto todo patas arriba. Han entrado a saco en mi covacha y en cinco tardes intensas (y las que creo que me quedan, pero pocas ya), han cambiado por completo mi casa. Han limpiado, han ordenado, han tirado a la basura un montón de cosas… Como me conocen de hace años, saben de mis aficiones, mis sueños, proyectos, puntos débiles, puntos fuertes, y han actuado de acuerdo con todo ello.

En ningún momento han juzgado lo que se han encontrado a cada paso. Ni en ningún momento han puesto en tela de juicio dichos sueños ni aficiones. Por impropias que puedan parecer a sus ojos. “Esto, ¿lo necesitas?” o “¿lo quieres para algo?”. “No, sí”. ”Pues a la basura” o “déjalo por aquí que lo ordenamos después”. Sin más, sin fijarse en las apariencias del objeto ni lo pasado o roto o inútil que pueda ser.

Y así estoy ahora. Entre incrédulo y esperanzado. Incrédulo porque no creía que esto llegaría tan lejos. Un par de arreglos por aquí y por allá, y todo seguiría igual. Y esperanzado porque por primera vez en mucho tiempo, empiezo a estar a gusto en mi casa.

Además de la dosis de cafeína corriendo por mi cuerpo, muucha luz entrando a raudales por las ventanas bien abiertas y todo desordenado, sí, pero en transición con fecha de caducidad inamovible.

 

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domingo, 24 de mayo de 2015

Victis entre Roma y Toledo.

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Molesta ausencia de clavos

para asir en la pared

aquel mi hermoso cuadro

de paisaje en mi otra piel.

 

Pica al toro por su lidia

su sangre escupe en torrentes;

sangre que el pródigo envidia

con preces maledicentes.

 

Piedras y obras de castillo

como a Dios su catedral;

todo amontonado y listo

mas ¿dónde se construirá?

 

Alienaos, mis neuronas,

alienaos en camino;

pues, para guiar la aurora,

mi sol ha recién nacido.

 

Diamantes que flotan crudos

en crepúsculos sin olas;

lágrimas, o sangre incluso,

derramo si me los roban.

 

En mi recóndito estanque

también se baña mi Leda;

cisne apresado en la margen…

cisne sin pluma ni aletas.

 

Domina el sol por el día,

devora todo lucero;

de noche, allá porfían

en zodíaco y sin celos.

 

Color verde visto en rojo,

color verde, ¿dónde estás?

Letra escrita que yo escojo,

letra escrita... que se va.

 

Vete de aquí, Galatea,

vampiro de mis mentiras.

Si esculpiéndote siguiera

al final, me vaciarías.

 

Por cada esquirla que arranco

veinte más se desperdician.

Modestia me manda abajo,

pero abajo está Avaricia.

 

Tras un viril espejismo,

me perdí en este desierto;

su arena ahora es mi abismo,

y el sol azul, mi universo.

 

Zeus y Ares también escuchan,

y me anuncian sus heraldos:

si sigues solo en tu lucha,

vendrá Apolo en tu respaldo.

 

Confieso a todos que robo

hierro y pimienta del tiempo

para echar al rojo adobo

ociosos trozos de cierzo.

 

Todos los demás maldicen

cuando arquean sus flaquezas,

las mismas que a mí me impiden

cazar y bajar la testa.

 

Cadáver de lápiz roto

entre baldosas y asfaltos

suspira tu último voto

de esbozar un sueño en blanco.tumblr_n6pnq2MxhI1tc258so9_r1_1280

.

.

.

.

.

.

.

.

.

No te culpes más, idiota,

piso y pateo yo en mí,

que por lo que a mí me toca,

también estoy solo aquí.

domingo, 20 de abril de 2014

Volúmenes no percibidos.

Desde hace meses, tengo en el escritorio de mi ordenador la siguiente imagen:

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que tomé después de ver varias veces “El reino de los cielos” en mi ordenador. Digo varias veces, seguidas y no seguidas, para separar el grano de la paja, lo valioso de lo trivial, lo que realmente me conmueve de lo tópico o previsible. Y ésta es una de las imágenes que más eco despiertan en mí. Despertaban.

Porque hoy, domingo 20 de abril de 2014, un amigo me ha propuesto ir a visitar una exposición permanente en mi ciudad sobre Pablo Gargallo, en el museo del mismo nombre. Y tras ver muchas esculturas seguidas suyas, desde diferentes puntos de vista, con la guía de mi amigo, que me abrió los ojos mientras las veía (diferenciar “formas” o “siluetas” de “volúmenes”, aplicar los conceptos “convexo” y “cóncavo” en sus obras, entre otros trucos visuales para percibir lo que transmite ese escultor), se me ha quedado una “inercia retinal” que, al llegar a casa y ponerme ante el ordenador recién encendido, ha hecho que percibiera la anterior imagen de otra forma.

En principio, la había tomado por la máscara, sus trabajadas filigranas, sus proporciones elegantes y correctas, realzadas por los brillos metálicos y la fina cota de malla que hace de pelo, el foco desde el que está tomada… Todo ello me transmite una armonía que… bueno, no descubro el oro y el moro con esto a nadie, es sólo lo que me transmite a mí: delicada y rotunda, fragilidad y orgullo sano, artesanía elaborada mezclada con crudeza y resignación bien llevada…

Pero, como decía, hoy he descubierto un volumen en su mirada. Una enorme tristeza, que se desparrama incontenible sobre todo lo que tiene delante, una tristeza serena y resuelta, pero a la vez, esperanzada… Claro que esto lo he visto en la imagen a pantalla completa. En pequeño como he enlazado aquí, quizás no se aprecie mucho…

Es inevitable tomar el contexto en el que se desarrolla la escena de la película de la imagen. No obstante, tras tanto tiempo llevándola de fondo de escritorio en mi ordenador, he logrado separar ambas cosas. De ahí este añadido que he aportado hoy, que no tiene nada que ver con la película.

sábado, 25 de enero de 2014

Sáhara, Atacama, Kalahari, Gobi, venid a mí.

¿Desiertos? ¡já!

Puedo internarme en uno, y os aseguro que anímicamente no habría diferencia.

De hecho, la indiferencia es lo que me protegería del sol y me abrigaría por las noches.

Pero lo que protegería esa indiferencia no es algo valioso, ni siquiera llamaría la atención en dichos entornos.

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Empatizo con los eremitas de espacios abiertos: no ven ni oyen a nadie, así que no se hacen ilusiones con nadie. Los horizontes que les rodean son demasiado lejanos como para humanizarlos y esperar una respuesta. Y si dicha respuesta tiene lugar por circunstancias incontrolables, se la ve venir desde lo lejos: primero en forma de espejismo, luego en silueta muy difusa, que se va concretando poco a poco, para pasar a un contorno nítido y hacerse una idea de qué es, controlando entonces la actitud a tomar. En cambio, en conglomerados de gente, siempre se espera un mínimo de atención, un “poco de por favor, que estoy aquí”, y esa esperanza, pese a negarla, siempre es alimentada por la cercanía física.

A la mierda con todo y con todos.

 

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miércoles, 15 de mayo de 2013

Felicitación navideña laboral 2011

 

De: xxxxxxxxxx@empresa.com

Datos adjuntos23/12/2011

Para: lista_oficina@empresa.com, lista_empresa_externa@empresa.com, lista_empresa@empresa.com

« Sólo aquellos que nada esperan del azar son dueños de su destino »

Arnord Matthew

Feliz Navidad y un 2012 lleno de ilusión es mi deseo para el futuro

Un cordial saludo

(logo empresa)

Xxxx Xxxx Xxxxxxxx

Director General

Tel: +34 xxx xx xx xx    Fax: +34 xxx xx xx xx  www.(EMPRESA).com

Parque Empresarial X

C\ X nºX, edificio X, planta X

X X, España

Ingeniería-Instalaciones-Servicios

Q Antes de imprimir este mensaje, asegúrese de que es necesario. Proteger el medio ambiente es cosa de todos.

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De: (fantasma de la ópera)

Datos adjuntos25/12/2011

Para: xxxxxxxxxx@empresa.com

Estimado sr. X:

Muchas gracias por este detalle de felicitación navideña. En los seis años que trabajé en su empresa, nunca he recibido algo así por parte de Vd. Comprenderá el grado de mi sorpresa, casi estupefacción, al comprobar que aún consto en su base de datos, toda vez que fui despedido hace un año y seis meses aproximadamente. Y aunque en todo este año que ahora termina tan sólo me he referido a Vds. para solicitarle al sr. Y un mero trámite burocrático (certificado de retenciones del IRPF del pasado año 2010), me congratula comprobar que aún me tienen en su listado de... de... no se me ocurre término exacto, ni siquiera sinónimo que se le acerque, aquí confieso con toda sinceridad mi ignorancia.

Sepa Vd., sr. X, que en el contexto actual en el que personalmente me encuentro, esa frase que cita del tal Arnold Matthew me suena bastante a recochineo cínico y provocador. Llevo año y medio en paro, el mismo tiempo que llevo independizado (sí, justo cuando me entregaron las llaves del piso largamente anhelado y esperado, Vds. me entregan la carta de despido). No entro a analizar las causas por las cuales se me despidió, eso lo sabe Vd. mejor que yo, ya que un humilde servidor no disponía de información privilegiada ni de contactos por los que hacerme valer. Pero sí le menciono que, en los años que he estado trabajando para su empresa, he puesto todo el ahínco, interés, esfuerzo y demás en cumplir con mi trabajo. Nunca me he quejado cuando me venían mal dadas (por ej., cuando corría urgencia la entrega de la obra X, o la ampliación de la empresa Y, en que trabajaba sábados y domingos en largas jornadas agotadoras, o se me proporcionaban de forma habitual herramientas defectuosas o material insuficiente y yo sacaba la faena como buenamente podía). Pero dadas mis circunstancias personales (minusválido sensorial con depresión recurrente, lo cual me hacía especialmente sensible y vulnerable a roces típicos con compañeros y superiores en un ambiente cuasi-carcelario, con resultado de bajas médicas), evidentemente eso no bastó para salvarme de la crisis que estamos padeciendo.

La sensación de impotencia que sentí entonces y que siento ahora al escribir estas palabras, reviviendo aquello, hace que no sea precisamente "dueño de mi destino", como afirma la mencionada cita. Cuando el azar me golpea con dureza inmisericorde (despido+hipoteca+depresión+sordera parcial+casa sin equipar -los muebles no se comen ni pagan la hipoteca cuando se está en las últimas y se sobrevive con ahorros- +aislamiento social) yo no puedo esperar del azar más que una degradación implacable y cada vez más inminente, contra la que me encuentro completamente indefenso y bloqueado para reaccionar e intentar salir de ésta por mis propios medios.

Pero todo esto es una mera interpretación de esa cita del sr. A. Matthew, que como todas las citas son interpretadas según el cristal con que se mire.

Lo que sí me atrevo a echarle en cara, Sr. X, es su contribución a ese obsceno fenómeno mediático que es el Real Madrid C.F. y su "estrella" Cristiano Ronaldo(*). Contribución que espero sea involuntaria por su parte, pero contribución al fin y al cabo, y que además presupongo de un volumen extraordinario: las ganancias que obtiene de los negocios que emprende Vd. a lo largo y ancho del globo. Todo legal, por supuesto, pero en el contexto actual de crisis, con millones de desempleados en el país, uno de los cuales se alza para manifestarle por la presente la absoluta inmoralidad de semejante disparate social, económico y empresarial.

Porque no dudo de su espíritu emprendedor, Sr. X, completamente fundado y enérgico. No obstante, a un nivel más entre el suyo y el mío, destaco la cantidad de trepas, caraduras y lameculos inútiles de los que se rodea Vd. Algunos de los cuales acceden a sus puestos como resultado indirecto de suculentos negocios de mantenimiento realizados con padres, hermanos, amigos, etc. de los mencionados, que ocupan puestos de gran responsabilidad en el otro lado de la mesa de negociaciones.

Enchufados que, por lo que veo por su email, no realizan su trabajo con eficacia. No se han molestado en "filtrar" ni actualizar las listas de emails de su empresa, apareciendo yo en ellas sin motivo válido alguno.

Supongo que la presente se perderá en su buzón electrónico por el gran volumen de su correspondencia y lo valioso de su tiempo, o será filtrada por comandos de software o bien censurada previamente por algún empleado suyo, o bien ignorada por Vd. mismo, así que todo este esfuerzo será en vano. Pero mi tiempo es mío, y considero adecuado aprovechar el espontáneo puente de comunicación tendido entre Vd. y yo y escribirle la presente.

Le deseo también con toda sinceridad un feliz y próspero (nunca mejor dicho) año nuevo 2012 para Vd., su familia y su empresa, ya que he precisado de estos días pasados, entre los que se incluye Navidad, para preparar esta respuesta y afinarla lo más convenientemente posible.

Un saludo.

(Fantasma de la Ópera).

Parado sin ilusión.

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De: xxxxxxxxxx@empresa.com

25/12/2011

Para: (Fantasma de la Ópera)

Estimado Sr (de la Ópera)

Lamento profundamente este error que en ningún caso pretendía molestarle

Le deseo un feliz 2012 y lo mejor para el futuro

Xxxx Xxxx Xxxxxxxx
Director General
(EMPRESA)

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(*): la (EMPRESA) pertenece al grupo ACS, de la cual es presidente Florentino Pérez, que también preside el Real Madrid C.F.

domingo, 5 de mayo de 2013

Puesto de trabajo: peón de embalaje industrial.

Estaba paseando por el centro de la ciudad, cuando me llamaron al teléfono móvil. Se presentaron como una E.T.T. (Empresa de Trabajo Temporal) de cuyo nombre no quiero acordarme, y me preguntaron por mi situación laboral en aquel momento. En paro. Cambiaron ligeramente de tono, y me preguntaron si era animoso, si tenía ganas de trabajar, si estaba dispuesto a ganar 300.000 pta/mes, una auténtica fortuna, pero que para ello debería dar lo mejor de mí mismo, que se arriesgaban mucho y debía corresponderles poco menos que besándoles los pies a la empresa donde supuestamente iba a trabajar. Y la cosa pintaba bien, porque dicha empresa no era un mindundi, tenía renombre y mucho peso a nivel nacional e internacional, prestigio y futuro. El trabajo, según me dijeron, era duro, a turnos rotatorios (mañana/tarde/noche/fin de semana), y en condiciones bastante insalubres (casi como trabajar en una fundición o en la minería, sólo para dar una idea), por eso pagaban tanto. Por supuesto, no tenía nada que ver con mi profesión habitual, electricista. Como la sede de la E.T.T. estaba cerca, quedamos en media hora. En cuanto colgué el teléfono, di el corte de mangas más gigantesco mentalmente hablando a mis estudios, mi profesión y mis esfuerzos por aprender y dominar los trucos de buen electricista, y me dirigí raudo a la sede.

Situada en plena plaza central de la ciudad, en la primera planta de un edificio con solera, subí y me encontré con el primer tic nervioso: un montón de jovencitos y jovencitas yendo de aquí para allá, en una especie de frenética actividad que yo capté enseguida como forzada; mesas desperdigadas en una especie de planta diáfana con sus ocupantes rellenando papeles, hablando por teléfono o entrevistando a mocosos prepúberes con la mirada más perdida que cordero solitario en el campo; en una mesa un poco apartada, uno mirando un vídeo de seguridad laboral, al que prestaba una atención simulada y tomando notas en un papel, mirando en derredor por si alguien se fijaba en él. No recuerdo nada más, de esto hace ya aproximadamente 10 años. Pero sí recuerdo que me pasaron a un despacho y allí me hicieron una entrevista un tanto estúpida, preguntándome si era feliz, si tenía muchas, muchísimas ganas de trabajar, cuáles eran mis motivaciones verdaderas en la vida, mis proyectos tangibles, etc. Algo en mí no convencería a la entrevistadora para ese puesto de trabajo en concreto, por lo que me propusieron pasar mi expediente a una subsidiaria de aquella empresa. Me encogí de hombros y acepté, no tenía nada que perder.

Al poco rato de salir y continuar mi paseo, me llaman de nuevo. Era otra E.T.T., no tan conocida como la anterior, a la que habían pasado mis datos. El trabajo también era duro, embalaje de perfiles de aluminio extruido en piezas de seis metros, a turnos más bien extraños (uno rotativo semanal entre mañana/noche, y otro fijo de tarde), y mucho peor pagados. Un solo autobús de empresa, que partía del centro de la ciudad. Condiciones leoninas para los que íbamos por parte de la E.T.T., ya que por convenio laboral aparte, no sé si legal o no, la plantilla directa no guardaba los descansos contemplados por ley, ocho horas seguidas a piñón fijo, ni para almorzar, ni para sentarse, y no digo para ir a servicio porque por ahí no estaba dispuesto a comprobarlo: yo iba, y si me decían algo, les contestaba como se merecían. A cambio, la empresa abonaba esos descansos. A los directos, no a los de E.T.T. A mí personalmente no me dijeron nada cuando entré, no se me avisó de esa excepción, además de por supuesto tener que cumplirla sí o sí cuando llegó el momento de comprobar en mis carnes la cruda realidad.

La inmensa mayoría de compañeros temporales eran extranjeros: rumanos, marroquíes y sudamericanos. Me pusieron bajo la tutela de un marroquí de muy malas pulgas que no sabía leer ni escribir, que nadie quería trabajar con él, y al cabo de dos semanas yo no era excepción.

Luego estaba el trato dado por la E.T.T. Un joven gordo trajeado y con falso y firme halo decidido, se paseaba por la plantilla, un rato mañanas y tardes, resolviendo cuantas dudas salieran entre nosotros, comprobando si estábamos todos los días presentes, hablando con los encargados, con los responsables bajo ellos y por encima de nosotros, con los responsables de la E.T.T., con nosotros cuando debíamos hacer horas extras en sábado, en domingo o en festivo. Delante de mí, hubo una encendida discusión entre él y un compañero acerca de si al día siguiente festivo debíamos trabajar porque el compañero no había pedido expresamente que guardaba festivo…

El ambiente era frío, de sabores metálicos, aristas cortantes y trato duro. Luces amarillas y altas, con sombras difusas. Ruido estruendoso de prensas, rodamientos, cizallas, pistones, acoplamientos neumáticos constantes. Los encargados de turnos de secciones se hacían la puñeta y se tragaban lo mínimo entre sí. El hijo del dueño o principal accionista se paseaba por toda la plantilla y preguntaba si nos veía solos, dónde estaba nuestro compañero (se trabajaba por parejas). Los riesgos laborales se corrían de forma habitual, pese a mis reservas: si tenía que coger un carro que estaba bajo una carga colgante suspendida de una grúa, se cogía; el encargado me decía que ya sería casualidad que en el preciso momento en que yo cogía el carro, se soltara esa carga, matándome ipso facto. El mismo encargado que acompañado por detrás del hijo predilecto, me abroncaba si tardaba más de cinco minutos en volver al puesto de trabajo, y luego en privado me dijo que no pasaba nada, que había sido un malentendido.

Cada viernes a partir de mediodía, los de las E.T.T.s (habían dos en aquel momento) nos agolpábamos ante los tablones de los vestuarios para saber qué turno nos tocaba la siguiente semana. Las preguntas, las quejas, las sugerencias, se sucedían en todos los idiomas. El joven gordo trajeado venía y nos atendía a todos… hasta que una semana, casi cuatro después de empezar yo allí, las listas eran extraordinariamente cortas, y el joven no compareció. Muchos no veíamos nuestros nombres, y preguntábamos a nuestros encargados de E.T.T., que se les notaban incómodos y cortantes. Así fue como me enteré de que prescindían de mis servicios.

Una cosa positiva sí saqué: el apellido del marroquí que me amargaba la existencia desde el comienzo al fin de la jornada, era sonoro y encajaba bien en las nominaciones exóticas que buscaba constantemente para mis numerosos personajes, poblaciones, mitologías… que poblaban y pueblan mi imaginación.

Suelo acompañar mis entradas con una imagen, pero no he encontrado ninguna que se adecúe a lo que aquí expreso: una cadena de trabajo extralarga con tan sólo dos operarios, que transmita frialdad, indiferencia, cansancio, con segundos planos de suciedad amarillenta generalizada, abundantes montones de virutas grasientas, y tan sólo brillo y limpieza en el producto: perfil de aluminio recién sacado del molde, enfriado y cortado. Me ha sido imposible.

Como he probado todas las opciones de búsqueda en internet que se me ocurrían, una de ellas era nombrar dicha empresa. Supongo que pasará igual con todas las demás de ese cuño, pero la inmensa mayoría de imágenes que salían relacionadas eran de… ¿imagináis de qué? grupos de trabajadores de su plantilla que defendían el convenio laboral. Y eso ha supuesto la puntilla anímica a esta entrada: ¿con qué autoridad defienden “sus” derechos, si permiten que supriman el descanso obligatorio en medio de una jornada de ocho horas, aunque se les abone dicho descanso? ¿con qué cara debo quedarme yo al ver sus protestas, si ellos mismos no hacen nada cuando delante de sus narices hay gente por E.T.T. que trabaja en condiciones mucho peores que las suyas? Andad y que os den, sindicatos de mierda. Ojalá os quiten los “privilegios” de que disfrutáis y decís defender por el “bien general”.

Te quitaba esa sonrisa de un bofetón, si supieras en qué condiciones laborales se ha montado ese armazón.

lunes, 17 de diciembre de 2012

“¿Quién es Arturo?”

Hace dos meses aproximadamente, una mujer me escribió a raíz de leer un blog mío al que llegó por pura casualidad. Se interesaba por mí, por mis circunstancias actuales, mi estado sentimental, me preguntó si era feliz. Yo le respondí con cortesía, pero con toda sinceridad, breve y tajante, saliéndome una especie de ladrillo que venía a plantar los pies en la tierra. No era feliz, tenía muchos problemas que afrontar, me veía incapaz de despegar anímica y sentimentalmente, incapaz de prosperar... No obstante, ella insistió, y...

Bueno, dos meses después, en el que tuvimos nuestros más y nuestros menos, dos encuentros intensos y una amistad a toda prueba, me ha escrito lo siguiente para que lo publique aquí, en mi blog. En nuestro último encuentro, tras una observación mía completamente espontánea, me miró a la cara y con un ojo abierto, el otro semicerrado, y media sonrisa, dijo: "-Tenemos que buscarte novia".

Lógicamente, por discreción y caballerosidad, no diré nada más excepto que es una auténtica dama, alguien por quien muchos hombres perderían la cabeza y el corazón no sólo por su cuerpo, sino sobre todo también por su coraje, nobleza y tenacidad, forjadas en duros trances vitales.
 
Hola a todas aquellas mujeres que busquen a alguien especial en sus vidas, alguien que les haga sentir, alguien que les cuide, alguien que despierte todo su potencial sexual... quiero hablaros de Arturo, un hombre maravilloso que ha sido mi amante y con el que, por circunstancias de la vida, no puedo estar. 
Quiero hacerlo, porque añora una nube, en forma de mujer, que pueda llenar su soledad y sea capaz de quererle cono merece. 
Para todas aquellas, que aun creáis que podéis encontrar a una persona especial, va dirigido este post.
 
Arturo, tiene la piel suave, los ojos luminosos y profundos, cuando esta contento.
Arturo, tiene la risa alegre, joven y jovial, que siempre acaba, en una carcajada incontenible.
Arturo, tiene los labios gruesos, y los utiliza, para colmarte de besos.
Arturo, es sensible, en todas las facetas de su vida.
Es sensible cuando te escucha
Es sensible cuando escribe
Es sensible cuando te toca
Es sensible cuando te ama
Arturo, es un gran amante, entregado, ocurrente, hábil , muy, muy salido, complaciente, cariñoso, muy generoso y una vez mas, sensible.
 
Arturo, es sincero, buena persona, y respetuoso con todo el mundo.
Arturo, es de verdad.
Arturo tiene opinión sobre todas las cosas, normalmente acertada.
Arturo, tiene una capacidad de amar ilimitada.
Arturo tiene, secretos ocultos, maravillosos secretos...que te hacen vibrar...
Arturo, te puede hacer sentir, como una reina, adorada, especial, sexy, femenina, guapa y mujer totalmente mujer.
Arturo, tiene defectos, como todo el mundo, pero tu, puedes ayudarle a superarlos.
 
Arturo, es alguien con el que siempre puedes contar, por que siempre te dará, lo mejor de el.

Y esto es todo. No queda más que agradecer muy sinceramente el apoyo que he recibido, una muestra del cual es este texto, valioso para mí como pocos.

viernes, 23 de noviembre de 2012

¿Ya estás aquí otra vez?

Y te irás otra vez, sí. Cuanto antes mejor. Pero te conozco demasiado bien, no me soltarás hasta haberme sorbido toda la sangre, toda mi ansia de vivir.

¿Un simple y pequeño tropiezo, y te cuelas y te adueñas de todo? Pues vale. No soy una máquina perfecta. Es un error muy común intentar mantener siempre el mismo nivel de ánimo, día tras día. En ocasiones no me percato de ello, y empiezo a quemar las naves para mantener dicho nivel, sea a costa de lo que sea; por tanto la caída posterior será más grande y dolorosa.

Pero siempre me levantaré y volveré a tender a mi perfección, a mi humilde proyecto del día a día.

¿Colocas un cristal gris allí donde intento ver luz? Pues vale. Sé que al final lo quitarás, y entonces la luz entrará con más fuerza que nunca en mí. Y aunque sé que volverás a ponerlo mucho más adelante, intentaré que los momentos de luz sean más intensos. Que esperarlos sea el principal motivo de mi resistencia a tus embates.

¿Desvías mis razonamientos hacia los rincones más hundidos? Pues vale. A veces ahí también se encuentra la luz. A veces es necesario bañarse en la oscuridad más tangible para rehacer los ojos y apreciar pequeños brillos allí donde no es posible distinguirlos por la refulgente luz que creo es mi motor diario.

Y subiré, y volverá a alumbrarme, pero ahora sin mirar fijamente y prestando más atención a los detalles.

¿Me bloqueas mental y casi físicamente? Pues vale. Si me quitas las fuerzas, no sirve de nada pelear. Adelante, cébate en mí, quítame la sangre, como decía al principio. No voy a intentar pelear porque estás tan metido en mí, tan infiltrado, que veo las ramificaciones de tu hediondo líquido por mi parcela, mi cuerpo y mi fantasía.

Pero también sé muy bien que te irás, y que cuando te vayas, te llevarás contigo todo eso, y me dejarás como nuevo, listo para que lo invada la luz, la alegría y las ganas de vivir y de compartir.

¿Te cebas en mis pasos en falso, en los dos pasos atrás que debo dar por cada tres que doy de buena gana? Aunque hayan transcurrido un mes o veinte años. Pues vale. Cada intento que hago de conocer gente, de entablar una simple conversación, ya es un paso valioso en sí. Si lo di por instinto, si me lancé al vacío sin distinguir el fondo ni sus límites, eso que me queda, el paso en sí, y no podrás quitármelo. Igualmente cada decisión que tomo, y que con el tiempo se revela el error y que tú intentas magnificar, es parte de mi condición de no-máquina. Aparte, incluso las máquinas también se equivocan, sólo que ellas siguen machaconamente a su ritmo pese a que se autodestruyan al estar con sus rígidas condiciones de funcionamiento alteradas.

No tienes ningún poder sobre mí, excepto quizás el ser parte indivisible de mi forma de ser.

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lunes, 2 de abril de 2012

Un ahora y un después.

El niño cogió un puñado de arena, y se quedó asombrado notando cómo se escurría de su manita pese a pretar con todas sus fuerzas, intentando retenerla.

La madre, a poca distancia, percibía su asombro, lo que le proporcionó más placer y relajación que estando tumbada al sol. Casi tanto placer como ver al padre, su marido, montando un castillo de arena al lado del niño.

Era la primera vez que el niño iba a la playa con sus padres. Y aunque ya conocía la arena, nunca había sentido ese tipo de arena. Seca y húmeda a la vez, caliente por arriba, pero cuando metía sus dedos, la percibía fresca. Además de resbaladiza y deliciosamente manejable. Su padre se lo demostraba, montando una pequeña torre y dándole forma. El niño avanzaba su manita y la deshacía, y el padre volvía a darle forma, con una sonrisa que al niño le pareció que brillaba más que el sol.

Estaban los tres tan embebidos, que no notaron que la gente de alrededor se fijaba discretamente en ellos. Pese a haber otros muchos niños jugando, padres con ellos, ancianos bajo sombrillas, alguna que otra embarazada, jóvenes atractivos exhibiéndose e intentando seducirse, el cuadro de aquella simple familia irradiaba una paz y una tranquilidad que, sin quererlo, iba copando la atención.

Ambos padres jóvenes, atractivos, y el niño, regordete, sanote, con carrillos sonrosados, recién aprendía a andar. Cuando se ponía a ello en la arena, su torpeza y novedad en ese medio provocaba unos balanceos que cualquiera iría de buena gana a ayudarle, pero eso era potestad de los padres. Privilegio que algunos suspiraban por disfrutar de aquellos instantes tan especiales…

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martes, 13 de diciembre de 2011

LA TIGRESA, LA PALOMA Y EL PARDILLO.


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Se llama Rosa, y ese nombre es ideal: bella, llamativa y con fuertes espinas. Un cuerpo potente, altanero, con piernas largas que saben portar tacones de vértigo, pecho exuberante al natural que aprisionado tendía a saltar por el escote entallado. Aura de carácter resolutivo y autoridad pétrea, desafiante ante el mundo que la despojó de sus iniciativas moralmente aceptables, como a mucha gente en esta maldita crisis, dejándola con las armas que precisamente por ser de última instancia, en ella son las más efectivas y peligrosas. Modales desenvueltos, planteamiento y actividad todo en uno, expresividad enérgica y directa, casi barriobajera, herencia de los negocios de firmes y luminosos escaparates competitivos entre sí a pie de calle; voz rotunda que rebosaba con creces las poderosas presas naturales que rodeaban el huerto reseco del pardillo en el que muy de tarde en tarde, y gracias a esas huellas, sale alguna que otra palmera cuyas raíces ahondan en el recuerdo. Su rostro, con fino maquillaje, lo artificioso del largo flequillo y el teñido rubio platino, es lo que más echa para atrás; rasgos algo duros y quebrados ocultan su disposición y animosidad que enseguida florecen ante quienes tratan con ella. Manos enérgicas y expertas, armadas con uñas afiladas. Prejuicios en el armario, vistiéndolos a gusto y disposición del amante, incluyendo algún que otro extra refinado para cuando surja la ocasión.

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La paloma se llama María: delicada, presumida, graciosa. Muy coqueta. El pardillo y ella ya se conocían de antes, y eso daba una confianza abierta y sincera entre ambos. Risas y sonrisas tiernas y cálidas, abrazos fuertes y sin invasiones, mujer que se alza y emprende el vuelo en el ojo del huracán sin perder una sola de sus selectas y cuidadas plumas. Pero aún así, recuerda al candor, fragilidad y confianza de una paloma. Su curiosidad, sus ojos muy abiertos que beben de todo, intentando comprender lo que sucede a su alrededor y captar lo bueno y brillante para guardárselo en su tierno corazoncito. Sus deseos de no sobresalir del resto del palomar, aceptando sus limitaciones cotidianas. Durante la cita, sus modales lubricaban y endulzaban los zarpazos que la tigresa propinaba sin saberlo al pardillo que se aventuró a entrar en su jaula sin la protección adecuada. Pues pese a haber arreglado el inflamable encuentro con la mejor intención, se vio enseguida que Rosa era demasiada mujer para el pardillo, que ponía de su parte todo cuanto podía, pero que no era suficiente ni de lejos. No lo era para la palomita, reconocido abiertamente en ocasiones anteriores, mucho menos aún para una felina acostumbrada a mascar y escupir hombres.

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El pardillo se llama Arturo: tímido, apocado, incrédulo ante esta situación a la que, aún mucho tiempo después, todavía no da crédito. Un varoncito torpe, quebradizo, deforme y contrahecho por la vida, sin apenas atractivo alguno para las hembras, al que se le presentó una oportunidad única que a la postre se derivó en excepción que confirma la regla. Y por excepción se incluye el envasado en formol del encuentro, sin compartirlo egoístamente con nadie, al menos durante un tiempo, que dependería exclusivamente de su voluntad. No obstante, una voz creciente en su interior acabaría convenciéndole de que el mejor modo de conservar este recuerdo era dejarlo volar libre, compartirlo primero con las interesadas y después aquí con todo el que quisiera… aunque corriera el riesgo de que no volviera jamás otra vez, o de caer en malas manos anónimas y volverlo en su contra, convertido en una flecha envenenada.

Entró en la guarida de ambas princesas preparado, con la armadura impecable, las armas listas, todo lo más minuciosamente que estaba en su mano y le daba a entender su raquítico sentido de la elegancia, el porte y el detalle; pero también con muchos pájaros en la cabeza, de los cuales la inmensa mayoría eran espejismos irreales. No sabía hasta qué punto, pero los aires que inflaban sus alas daban para eso y mucho más: dos complacientes y expertas mujeres a su disposición. Y no dos aleatorias cualesquiera, sino dos que en principio se complementaban maravillosamente entre sí. La envidia de todo hombre que se preciara de serlo. Y precisamente por eso la caída fue más estrepitosa. Al salir del palacio y volver a su madriguera, lo hizo con el rabo entre las piernas, y nunca mejor dicho. Cumplió para consigo mismo, sí, pero no fue capaz de hacerlo con ellas, pese a las enérgicas y provocativas disposiciones femeninas, demasiado contundentes para su gusto en algunos instantes. Las limitaciones físicas, las expectativas, las previsiones, el cultivo de enormes fantasías que parecieron derrumbarse con gran ruido y polvareda en él a medida que se desarrollaba el encuentro íntimo…

Dejó claro que se dedicaran a él; nada de caricias y besos entre ellas. Todas las muestras de afecto, en exclusiva y sólo para él. Ellas accedieron alegremente. Se basó en su pretendida y exhibida carencia crónica de intimidad con mujeres para estar seguro de que podría beberse absolutamente todo lo que le proporcionaran sin empacho alguno. Y empezó bien: pidió a ambas que se tumbaran en la cama con sus cabezas accesibles, bien juntitas, se agachó sobre ellas y le proporcionaron un beso a tres bandas inolvidable, estimulante, con muchas y húmedas sensaciones que cristalizaron en una esfera que aún hoy brilla intensamente en su recuerdo. Y ese brillo se puede decir que colapsa el resto del encuentro, vislumbrándose alguna que otra escena asomando en su larga órbita: por ejemplo, un fuerte estímulo constante en el perineo, casi como una enérgica sierra manual; un abrazo por detrás de la paloma mientras la tigresa le hacía explotar por delante; una mezcolanza de piernas, brazos, espaldas y pechos tal que cuando prodigaba una caricia, a veces se notaba esa caricia en sí mismo. Deseos de posturas de dominios y zarpas marcadas llevados a cabo, pero con miedos en los extremos, en pasar ciertos límites que dependían del pardillo, que se encogió ante su disponibilidad.

Así que la tigresa vio enseguida el poco percal del que disponía, pese al intenso alumbramiento previo del camino durante la cena; conversación formal, cada vez más picante; la copa de champán posterior, con las piernas de ambas damas en glorioso ristre sobre su regazo… Pese a todas estas atenciones, Rosa comprobó que era poca cosa para ella, y se retiró con cierta frustración, pero con deferencia y elegancia. Volvió envuelta de un olor fresco y acogedor para él, que le llamó la atención entre tanta polvareda levantada de mucho ruido y pocas nueces…

Entre tanto, María constató, con cierto asombro, la poca importancia que daba el varoncito a su poco aguante físico. Así que, salvo un amago al principio, no hizo falta consuelos ni quitar importancia ni nada parecido.

Pues Arturo es de los que piensan que un hombre no es una máquina, al igual que una mujer no es un pedazo de carne. Sólo se quejó un poquito extramuros de la energía desplegada por Rosa, y nada más. Percibía la intención, el acompañamiento, el esfuerzo, y los valoraba y respondía en la medida de sus posibilidades. Quizás el día anterior había comido mal, quizás la luna no estaba en la fase conveniente, o las estrellas, o vete a saber qué. Pero no rebuscó en las causas, sino en disfrutar de la atención de ambas mujeres.

Por eso, con esta experiencia, es por lo que ahora miro con escepticismo cualquier escena de tríos o grupos de un hombre y dos o más mujeres. Y si esa exhibición se realiza en grupo de exclusiva camaradería masculina, suelo ocultar una sonrisa cómplice y guardar silencio, sin mencionar nada de mi auténtica opinión, preferencias o deseos que cumpliría si tuviera ocasión, como proclaman los demás en voz bien alta.

De hecho, este encuentro sucedió hace ya unos cuantos meses. Con el tiempo se ha ido calmando el pudor, se han limado los detalles en apariencia escabrosos pero que no lo eran tanto, ha ido posándose el polvo de una posible vergüenza que se ha revelado en espejismo, y ahora lo congelo en texto, omitiendo o resaltando aquello que la lejanía da a buen entender.

(Publicado originalmente en el blog de “Los secretos de María”)

miércoles, 17 de agosto de 2011

Puesto de trabajo: Instalador electricista casero.

Hasta ahora todo lo mencionado bajo esta etiqueta, Puesto de trabajo, ha sido un auténtico sumidero de vómitos, cagarrutas, clavos oxidados, huesos rotos, costras resecas de iras y rabias varias, cadáveres momificados de ilusiones y pedazos de perspectivas pasadas tajados con serrucho del catorce.

Y seguirá así. Tengo demasiadas crónicas laborales que todavía supuran.

Pero esta vez no.

Hace poco, una amiga me dijo en plan broma que podría escribir un libro con las anécdotas de lo que me había pasado en una iniciativa mía que tuve siete años atrás. Es una frase hecha, desde luego no daría para tanto, pero me dio la idea de contarla aquí con más detalle y distensión, y de paso contrapesar un poco lo contado en el primer párrafo.

En efecto. Esta experiencia tuvo muchas cosas buenas, y alguna no tanto, la más importante, que lo hice por la cara, sin cobrar un duro. Fue iniciativa mía, y aún así por lo más sagrado que a día de hoy no me arrepiento en nada de aquella decisión.

lunes, 1 de agosto de 2011

En paro.

Ya ha pasado poco más de un año desde que me despidieron de la empresa. Trabajaba como instalador de telecomunicaciones (telefonía, radiofrecuencia –antenas y CATV-, fibra óptica y redes locales centralizadas), con muchas incursiones en la electricidad pura y dura, la industrial. La que va a camionadas y grúas virtuales, en vez de hilillos domésticos, gota a gota. En dicha empresa no estaba muy a gusto, pues a pesar de mi empeño y mis esfuerzos en aprender, mi rendimiento en tareas primordiales no era bueno. En consecuencia, no se me asignaban tareas de responsabilidad. Era el que limpiaba, el que iba a por una herramienta a la otra punta del recinto, el que vigilaba fuera de la arqueta porque no servía para apenas nada más… Nunca he tenido la habilidad manual suficiente como para equipararme con mis compañeros, pese a mis empeños y mis intentos de prácticas y soltura. Lo cual era un poco pescadilla que se muerde la cola: no tenía soltura, no me ponían a conectar por no perder el tiempo, no podía coger soltura… Las pocas veces que conseguía ponerme a ello era tan torpe y tumblr_m6gv04wX4z1qzxfy9o1_1280tardaba tanto, que la actitud de mis compañeros era determinante. Manipular cables del grosor de un dedo pulgar para pelarlos, tratando cada capa de una forma distinta, y terminar operando con fibras de vidrio más frágiles que un cabello, es como mezclar un leñador de hacha con un relojero. Esto en el caso de la fibra óptica, que si incluyo los cables de telefonía, con sus doscientos pares (cuatrocientos ocho cables) divididos en sus códigos de colores, metidos en cintas de seda que paradojas de la vida los callos en los dedos no facilitaban su manejo, y si además añado los cablerones de electricidad de una muñeca de gruesos y de a kg. el medio palmo, entonces el contraste es más acusado… Y no digamos la Alta Tensión… Pero no voy a entrar en más detalles técnicos. Sólo lo menciono para reconocer uno de mis puntos débiles.

El otro es no poder transportar escaleras manuales de más tres metros de altura y veinticinco kg. de peso en posición vertical al hombro, sean de madera, aluminio o fibra de vidrio (afortunadamente para mí, el material más pesado, la madera, está cayendo en desuso, frente a los otros dos, que me manejo mejor… pero no tanto como quisiera o se me exige como mínimo). Para todo lo demás, bueno, me defendía más o menos bien… en conocimientos, interpretación de planos, límites, medidas y demás.

A todo ello añado el independizarme, algo que me alegré mucho en su día, pues llevaba más de veinte años esperando, pero que al estar en paro, ha tomado un cariz bastante distinto.

En efecto. Mi desánimo es general. Mi desilusión completa. Y no tengo apenas esperanza de cambiar a mejor por mí mismo. Soy como un montonazo de ladrillos desperdigados, romos por el desuso (espero se note la paradoja), sin cemento sólido para unirlos, olvidados en un callejón de mala muerte…

Estar en paro es una enfermedad social, los parias occidentales a los que señalan con el dedo por la calle y casi se les lincha, de no ser por el detalle de que a cualquiera le puede tocar (excepto funcionarios, enchufados o disponer de “contrato blindado” con “despido dorado”, porque ser imprescindible ya no tiene sentido en una época en que cualquier empresa puede cerrar), y sólo un mínimo de empatía, humanidad o simple convivencia puede evitar que dicho linchamiento se lleve a cabo… en ambos sentidos.

Porque los síntomas son vergüenza, inutilidad, resignación forzada que pasa a ser propia, desgana, atonía, autoestima inexistente, que provoca no atreverse a mirar a la gente a los ojos, irritabilidad fácilmente inflamable y de cada vez más difícil contención ante prosperidades ajenas, cercanas o lejanas, sobre todo si son inmerecidas, lo que lleva a convertirse en un misántropo eremita socialmente reprimido que rehúye el contacto con la gente, familia, amigos, conocidos y vecinos.

Todo esto conduce a una tristeza sorda, falta de disciplina, de ilusión, de proyectos que calen en el ánimo y le hagan motivarse en su día a día…

Y esto siempre y cuando no mermen sus ingresos de forma significativa, porque entonces esos conflictos internos suben como la espuma; más aún si otras personas dependen de esos ingresos… Algo que, por fortuna y de momento, no he llegado a eso…

Pese a ser un cuadro muy habitual, no por ello es menos dramático y doloroso.

jueves, 21 de julio de 2011

Puesto de trabajo: Oficial 3ª instalador de telecomunicaciones.

Había recibido una carta del antiguo INEM con un número de teléfono y una dirección. Tras llamar y concertar una entrevista, me fui allá, armado con mi Currículum Vitae. No tenía absolutamente ninguna pretensión ni esperanza. ya había pasado por eso decenas de veces y sabía que nunca conseguiría trabajo así.

Las empresas que acuden a servicios públicos de empleo suelen ser bastante cachazudas y cutres, sin recursos para destinar a una selección eficaz de personal. El filtro que aplican a la gente que viene de dichos servicios suele ser basto, directo, quemado y sin ilusión ni curiosidad por encontrar a alguien que merezca la pena. Si el aspirante no es de los que sólo van a sellar la carta de recepción y manifiesta interés, entonces es sometido a una batería de condiciones que rebajan implacablemente sus perspectivas, tanto en salario como en futuro como en tareas, siendo tratado casi como un gusano. Y si aún así acepta, a tragar ambos bandos con piedras de molino: el empleador para conseguir subvenciones o descuentos en las cuotas a la Seguridad Social, coge a alguien en quien no confía, y el empleado a ser tratado como una piedra en un rodamiento en donde todo encaja a martillazos.

Así que iba con esta mentalidad. Cuál no fue mi sorpresa cuando al entregar mi CV y leerlo, el que me entrevistaba, dueño de la empresa, un hombre joven y maneras sueltas y vivas, se puso “de mi lado” en plan colegui, al constatar que había trabajado en una de las empresas en las que él también había estado muchos años antes, terminando aparentemente mal, empatizando conmigo casi al instante.

No le dí importancia al asunto (en una entrevista no está bien visto echar pestes de nadie), y además me empeñaba en mantener las distancias, tratándole de “usted”. El otro casi se ofendió y anuló dichas distancias, tuteándome. Hablamos del trabajo, del horario, del lugar, datos técnicos y tal, y nos aceptamos mutuamente. Me enseñó el taller-almacén-trastienda, y ví escaleras manuales de fibra de vidrio, algo que me situó muy a favor de la empresa. Quedamos el viernes a última hora, para presentarme al resto de la plantilla.

En casa, llamé al encargado de nuestra común empresa del pasado, y le pedí referencias. “Un cabeza loca” me dijeron de él. Primer tic nervioso.

El viernes fui a la empresa y me presentaron a la mayoría de la gente. Reinaba un ambiente de confianza absoluto: muchos volvían de viaje de donde quiera que trabajaran; se descargaban y vaciaban furgonetas, se formaban corrillos, se bebía cerveza, un abuelo (imagino que padre del dueño) se había traído a la nieta o la sobrina, y paseaban por ahí como Pedro por su casa; se gritaba, se reía, se gastaban bromas… casi un gallinero. Yo me mantenía aparte. Me llamaron y me sentaron en la misma mesa de la entrevista, y al otro lado estaba el dueño y otro, y a mi lado otro más, todos jóvenes, chistosos y en confianza. En cierto momento, uno se levantó, obligó al “jefe” a levantarse un momento, rebuscó algo por ahí debajo de la mesa y sacó un trozo de costo, casi medio dedo pulgar de grande, dejándolo encima de la mesa, a la vista de todos. Yo, atento a lo que me decían, que empezaba el lunes, no presté atención a lo que significaba eso, pero al rato caí… Otro tic nervioso. Aquello era casi una propuesta de “doping” laboral al que parecía someterse toda la plantilla, o algo así, entre otras muchas conclusiones igual de nefastas.

El lunes llegué puntual de madrugada, y me aguardaba otro buen tic nervioso: el viernes, al poco de irme yo, habían decidido pernoctar en el lugar del trabajo. Con el jaleo que había y lo “colocados” que debían estar ni se les pasó por la cabeza el avisarme, y además no entraba en las condiciones que el “jefe” me había dicho en la entrevista: ida y vuelta el mismo día, con tres horas extras. Así que llegué sin equipaje ni nada. En aquel tiempo estaba apuntado a un cursillo de natación por las tardes (era Julio) por cuya matrícula había peleado mucho, y no entraba en mis planes dejarlo. Pero de golpe y porrazo me ví en esa disyuntiva. Decidí sacrificar el cursillo, más arrastrado por los acontecimientos que por decisión propia, meditada y personal. Me acerqué a casa a toda prisa, hice la maleta y me fui con ellos al lugar de trabajo, a unos 300 km. No veía tan descabellado el ir y volver el mismo día, porque gran parte era autovía.1634

El sitio de trabajo era un pueblo perdido por el norte, a pleno sol, con cuarenta grados a la sombra. El encargado y sus validos o “trepas” siempre a esa sombra, y no tocaban una herramienta mientras no les fuera la vida en ello. El resto trasegábamos con escaleras de mano de aquí para allá, de fachada en fachada, cada uno con nuestra bolsa de herramientas, taladro, alargadera, etc. Bolsa de herramientas que, por supuesto, me habían hecho firmar su contenido como responsabilidad mía, lo cual en principio me parecía bien, de no ser por el caos que era aquello, que se cogían las herramientas del que estaba más a mano y se “perdían”, así que yo no quitaba ojo de mi bolsa, lo cual me dividía más aún la atención. Varios tics nerviosos a lo largo de esa endemoniada primera jornada vinieron a hundirme, pero no lo suficiente, aún tenía esperanzas de acomodarme y encontrar mi lugar.

En los días siguientes se impuso la realidad de forma implacable:

-¿Tres horas diarias…? Nanay, cinco horas. De 7 a 21, con una hora para comer. Para eso se había decidido pernoctar y había que estrujar al máximo la disponibilidad, sin importar la salud ni el bienestar de la gente. Como éramos todos jóvenes, podíamos aguantar. Y encima no parecía cundir mucho, por la desorganización y los mencionados “trepas”.

-Sin equipo para resguardarme del sol más que el casco reglamentario, que era un auténtico engorro. El agua, bebíamos directamente de la fuente municipal, lo cual no tiene nada de malo, de no ser porque la fuente era de grifo en arqueta bajo llave, lo que quería decir que nos podían multar si nos pillaban abriendo y cerrando ese grifo. Prácticamente cada hora ponía la cabeza bajo el agua. Eso cuando la tenía cerca; cuando trabajaba lejos, a aguantarme y a cocerme en mis sudores. De haberlo sabido, hubiera traído gorras, trapos, gafas de sol, crema solar… para defenderme mejor en aquel horno al aire libre.

-Mi tía-abuela estaba muy enferma, llamaba cada día una o dos veces por teléfono para saber cómo estaba (moriría al fin de semana siguiente). Un compañero me dijo que si el “encargado”, un ingeniero joven, alto, flacucho, gritón, faltón, con muy malas pulgas y maneras, me pillaba hablando por el móvil en horas de trabajo, directamente me despediría.

-En aquellos tiempos era muy común la “escalera de contratas”, y aquella obra no era excepción. Esa empresa era subcontrata de una subcontrata de una contrata de la empresa de telecomunicaciones local. Algo que yo intentaba evitar siempre que podía, negándome a trabajar en E.T.T.s (regla que aún mantengo mientras pueda). Así que las chapuzas eran habituales (y qué chapuzas llegué a presenciar ahí, madre sagrada), la seguridad laboral brillaba por su ausencia y, por supuesto, el futuro era una incógnita.

-Manipulábamos escaleras portátiles de madera, dos hojas correderas con cuerda y polea, aprox. veinticinco kg. de peso y tres metros y medio de altura, la más grande, algo que siempre se me apodera y con las que no podía con toda mi alma… esa herramienta era y es mi talón de Aquiles en ésta mi profesión. De ahí mi tremenda decepción con respecto a la primera impresión en la visita de la trastienda tras la entrevista.

-Al terminar la jornada, tras cenar, yo me iba a la cama directamente y caía rendido, no sabiendo qué hacían los demás. Una noche en que estaba casualmente desvelado, ví que mi compañero de habitación llegaba borracho y, con los demás en la puerta, me rociaba por encima de ambientador, no sé si porque yo olía mal por el calor que hacía, o por hacer reír a los demás. Me incliné por lo segundo, ya que me duchaba siempre antes de cenar. Por supuesto, al día siguiente lo dije.

-La dueña de la pensión nos rogó que no matáramos a los mosquitos contra las paredes, que estaban recién pintadas y dejaban marcas de sangre. De ahí los “ambientadores”.

-Sufrí varios asomos de golpes de calor: sentí  cómo la vista se me nublaba, leves calambres en brazos y piernas, y me obligaba a controlar la respiración, porque literalmente me faltaba el aire.

-Las relaciones entre compañeros no eran buenas pese a las apariencias. Según pude entender de oídas, la semana anterior hubo serios desencuentros entre el “encargado” actual y “otro”; la plantilla se dividió en dos y se hacían mutuamente la puñeta. Esto llegó a oídos del “jefe”, el cual se llevó al “otro” a otra obra bien lejos de ahí, y según parece los efectos y rencores aún coleaban en el grupo. A finales de semana oí que el “jefe” en persona vendría a encargarse de la obra, y que entonces rezáramos de las broncas y el ritmo que impondría. Yo esperaba que la complicidad despierta en la entrevista me “protegiera”… si es que llegaba hasta entonces.

Pero no llegué. El viernes por la tarde, de vuelta a Zaragoza, decidí irme de ese zoo sin vallas. Tras descargar las furgonetas me senté en la esquina de un banco de las taquillas y agaché la cabeza, respirando despacio y retomando por enésima vez el control de mis nervios, recuperándome de tantos tics nerviosos, mientras a mi alrededor todo eran gritos, risas, bromas y jaleos. Noté que alguien me tocaba en el hombro, y ví los zapatos del “jefe”. Levanté la cabeza despacio y mirándole a los ojos, le dije con voz clara: “El lunes no vengo más”. Su sonrisa desapareció y su rostro se tornó serio.

No recuerdo apenas lo que pasó después, de tan cansado y hundido que estaba. De ahí la anterior descripción, diáfana y clara como el agua en mi recuerdo. Se me llevaron aparte, una simpática secretaria me calmó, solté todo lo que tenía que decir, mis planes truncados, mis condiciones hechas polvo, lo que había visto y oído; a uno que afirmaba que allí eran todos iguales le eché en cara que era mentira…

Ese mismo fin de semana el nerviosismo se desató en una salvaje contractura dorsal que me duró cinco días, sin contar las secuelas. Tanto manipular escaleras que me podían desembocó en eso. Aparte, el sábado por la tarde-noche, fallecía mi tía-abuela, con lo que el cuadro estaba completo. El lunes cogí la baja, y a la semana siguiente, me echaron.

De este trabajo, no hubo ni un aspecto positivo a destacar. NI UNO. Como en los demás trabajos anteriormente citados aquí en mi blog, bajo esta etiqueta.