Un rato después, sus dos secretarias entraron a la vez, portando mensajes y agendas, pero guardaron distancias y silencio al notar la momentánea indisposición de su jefa.
Ella pasaba las yemas de los dedos por sus sienes y entrecejo una y otra vez, mientras su mente repasaba a gran velocidad todos los detalles.
Tras recibir el visto bueno, se había puesto en contacto con él, de una manera aparentemente casual, se había ganado su confianza con unos pocos emails, gracias en gran parte al estudio previo de su posible disposición basado en sus manifestaciones virtuales, y de ahí sucedió todo tal y como estaba previsto: envío de fotografías, de mensajes con diferentes menciones a sus circunstancias y preferencias personales, tanto públicas como privadas, dejando siempre un resquicio por el que escapar en caso de que todo se saliera de madre. Primera cita en su ciudad, donde se revelaron detalles cruciales para su futura disposición; intimidad algo forzada, respuestas a diferentes estímulos, revelación de situaciones cotidianas, planes de futuras citas, incluyendo largos viajes juntos a destinos lejanos y medio clandestinos, retraso voluntario e involuntario en dichos planes, evaluación de sus capacidades tanto físicas como mentales, provocaciones a favor y en contra en diferentes situaciones con descontroles aparentemente inconexos, ambigüedad, espontaneidad, manifestaciones de afecto y rechazo...
Todo ello llevado a cabo con no poco esfuerzo por su parte, y ahora, casi medio año después del último contacto con el objetivo, la zeral le acababa de dar el código para la conclusión definitiva: carpetazo negro calamar, numeración negativa y a empezar desde cero otra vez con el siguiente aspirante de su lista, cuyo informe le llegaría en breve por la línea cifrada.
Se removió un poco en el asiento. La falda le apretaba.
Pero quizá por añoranza, quizá por un leve cariño remanente, quizá por puro cansancio moral y rearme inminente en forma de enérgica cuesta arriba, revivió lo satisfactorio de sus encuentros con él, las conversaciones, los chistes, las risas, su inocencia e ingenuidad, sus razonamientos, juicios y conclusiones en diferentes y variados temas, sus torpezas, sus inquietudes, su predisposición a unas cuantas iniciativas, su vulnerabilidad, sus miedos, sus aprensiones... y también se recreó superficialmente en lo que hubiera ganado la mosara, con ella de iniciadora suya, si finalmente lo hubiera conseguido reclutar, a él y sus ideas.
Respiró despacio una vez más, abrió los ojos y atendió a sus secretarias.
Tras recibir el visto bueno, se había puesto en contacto con él, de una manera aparentemente casual, se había ganado su confianza con unos pocos emails, gracias en gran parte al estudio previo de su posible disposición basado en sus manifestaciones virtuales, y de ahí sucedió todo tal y como estaba previsto: envío de fotografías, de mensajes con diferentes menciones a sus circunstancias y preferencias personales, tanto públicas como privadas, dejando siempre un resquicio por el que escapar en caso de que todo se saliera de madre. Primera cita en su ciudad, donde se revelaron detalles cruciales para su futura disposición; intimidad algo forzada, respuestas a diferentes estímulos, revelación de situaciones cotidianas, planes de futuras citas, incluyendo largos viajes juntos a destinos lejanos y medio clandestinos, retraso voluntario e involuntario en dichos planes, evaluación de sus capacidades tanto físicas como mentales, provocaciones a favor y en contra en diferentes situaciones con descontroles aparentemente inconexos, ambigüedad, espontaneidad, manifestaciones de afecto y rechazo...
Todo ello llevado a cabo con no poco esfuerzo por su parte, y ahora, casi medio año después del último contacto con el objetivo, la zeral le acababa de dar el código para la conclusión definitiva: carpetazo negro calamar, numeración negativa y a empezar desde cero otra vez con el siguiente aspirante de su lista, cuyo informe le llegaría en breve por la línea cifrada.
Se removió un poco en el asiento. La falda le apretaba.
Pero quizá por añoranza, quizá por un leve cariño remanente, quizá por puro cansancio moral y rearme inminente en forma de enérgica cuesta arriba, revivió lo satisfactorio de sus encuentros con él, las conversaciones, los chistes, las risas, su inocencia e ingenuidad, sus razonamientos, juicios y conclusiones en diferentes y variados temas, sus torpezas, sus inquietudes, su predisposición a unas cuantas iniciativas, su vulnerabilidad, sus miedos, sus aprensiones... y también se recreó superficialmente en lo que hubiera ganado la mosara, con ella de iniciadora suya, si finalmente lo hubiera conseguido reclutar, a él y sus ideas.
Respiró despacio una vez más, abrió los ojos y atendió a sus secretarias.
No hay comentarios:
Publicar un comentario