Respondiendo desabridamente a mi última intervención contigo, cuando sólo quería saber de ti tomando un refresco en una terraza.
Bloqueándome en tus redes sociales, cuando el tiempo que media entre un comentario mío y el siguiente suelen ser meses. Sólo te buscaba muy de vez en cuando y miraba tu muro. Ahora me has quitado eso.
Cuando hace años que no te molesto ni por teléfono ni por email. Pensaba hacerlo, pero mi reciente acceso a esos medios y tu visceral hachazo ha sido un mensaje inconfundible.
Diciéndome que me olvide de ti, cuando los mejores recuerdos mutuos que tengo son muchos, son sublimes, llenos de ternura. Cuando todo lo que me comentabas de tu vida iba a parar a los rincones más selectos, para preguntarte por ello después, comprobando que la energía con la que te enfrentas a ellas no disminuye, y tener presente la fuerza que albergas, la clase de mujer que eres, la vitalidad que destilas...
Mi primer impulso, pasado el dolor y la perplejidad, fue de ira. Pero recordé la niña mimada, calculadora y asustada que eres por dentro, y todo eso se me pasó por ensalmo.
Me importan un bledo tus prejuicios, que al final se han revelado más fuertes que el posible aprecio que me pudieras tener: el camino que hemos recorrido juntos, aunque breve y esporádico, fue intenso e inolvidable para mí, con sus más y sus menos.
Y por más que me machaques, por más que me exijas que me olvide de ti, que no me refiera jamás ni hable de ti en el futuro por estos sitios, a esto sí que diré que NO.
Hasta que el tiempo haga lo que suele hacer, y vaya desdibujando poco a poco tus contornos y tu silueta en mis recuerdos.
Lo único, aislar esos bellos recuerdos de tus furibundos ataques. Y ahora me lo has dejado más fácil, con tu bloqueo, porque presupongo que nunca más sabré de ti.