martes, 23 de agosto de 2016

Siempre serán los otros.

Cuando pienso en la implacable degradación del entorno de vida, me vienen a la cabeza las duras condiciones de los obreros y campesinos durante la revolución industrial, una de las etapas más crueles y oscuras de la Historia moderna europea. Y me personifico ahí, y pienso en qué demonios debían sentir esas personas, esos seres sin alma, para seguir adelante, qué tipo de esperanza les llevaba a levantarse cada día y ponerse, por un salario de miseria, ante la máquina o tarea que les acompañaría las siguientes 12 o 14 horas, un día, y otro, y otro, y otro, durante semanas, meses y años, los anhelos y sueños que les motivaban y perseguirían...

Y porqué no se suicidaban cuando éstos no se cumplían por mucho que lo intentaran.

Quizá sí lo hacían, y de forma habitual. Probablemente fuera un fenómeno de masas. Pero la ceguera social que siempre acompaña a los tabúes impediría que llevaran registros, o se tergiversara su lectura estadística, por ejemplo accidentes o enfermedades derivadas de dichas tareas que se los llevaban a puñados, o se comentara entre círculos sociales, principalmente tabernas, aunque fuera de pasada, porque todos presentían a dónde llevaría aquello, de profundizar demasiado, aunque fuera bajo los efectos del alcohol trasegado diariamente en grandes cantidades. Los del mismo estrato social, por sentir que aquella salida debía atenazarles como la única que les quedaba (a los acomodados ni siquiera los contemplo aquí). Supongo que eludían el pensamiento diciendo que siempre serán los otros. Los otros los que caerían, los otros los que se irían, los otros los que no serían capaces, los otros los que sufrirían las consecuencias, los otros los que enfermarían. No ellos ni sus seres queridos. Si es que los tenían. Aquélla no era época donde los amores filiales brillaran por su abundancia y calidad. Si es que algo podía brillar entre tanta mugre, tanto barro, tanto humo y niebla característicos de la sociedad victoriana de entonces.

Siempre eran los otros.

Y la sociedad actual, del siglo XXI, tiende a eso. La sobreexplotación laboral, la escasez de dinero disponible, la corrupción e injusticia generalizados a todos los niveles, la precarización y la temporalidad del trabajo... La globalización con el sureste asiático, hispanoamérica, los países árabes que toleran la presencia de empresas de producción intensiva en condiciones infrahumanas, cuyas plantillas de taller conforman el estrato social equivalente al de Europa en la revolución industrial, y que ahora se propaga como una plaga, incendiando todo avance conseguido con no poco sacrificio pasado... Mientras, y también como antaño, unos cuantos potentados lo son más aún, acaparan todo recurso e influencia, hacen negocios miserables con la desesperación de la gente, mucha de la cual se resigna como la gran masa de finales del siglo XIX. La diferencia de aquélla a ahora es que a medio plazo se proponían modelos sociales alternativos que se llevaban a cabo con mejor o peor fortuna. Ahora se ha visto a dónde conducen, la perversión que conlleva si se usan mal o se cometen y consienten abusos, y la resignación es aún mayor, si cabe.

Siempre serán los otros.

Y ahora soy uno de ellos.

Estoy a las puertas del suicidio. Hace seis años que no trabajo, mis ahorros se han agotado, por primera vez en mi vida no voy a llegar a fin de mes, la hipoteca me atenaza, mi nevera y despensa están vacías, he perdido por completo la forma física, y no veo salida digna a esto.

Conforme pasan los días, y según me da, pienso en diferentes métodos. Hace semanas pensaba en encerrarme en mi coche con una manguera en el tubo de escape, atiborrándome previamente de una sobredosis de ansiolíticos para anular cualquier reflejo de supervivencia. Nunca lo he llevado a cabo, pero está ahí. Últimamente pienso en coger un cuchillo y tumbarme sobre él en la cama. Y esto sí lo he probado, dos veces ya, pero siempre me echo a un lado, derrotado y hecho un guiñapo.

"Cobarde" me digo, hundiéndome aún más. Pasan los minutos, me levanto en modo automático, guardo el cuchillo... y sigo haciendo cosas diarias.

Esta mañana me he despertado de madrugada y, completamente planchado, he probado a contener la respiración. Ha sido lo más lejos que he llegado, pero al final la vida se ha impuesto, pese a lo negra que pinta.

Busqué en Google métodos caseros de suicidio indoloros, y me sale el puñetero e hipócrita teléfono de la esperanza. He estado en la delegación de esa organización de mi ciudad, y no me sentí nada bien atendido. Basta con no incluir la palabra suicidio y derivados en la búsqueda.

A modo de detalle al margen, encontré por ahí un esquema, el modelo de Kübler-Ross,


en donde me podía ver identificado (como podría verme en cualquier mapa, estado o sitio, por ejemplo comida para buitres en el ciclo de la materia orgánica), y supongo que esta entrada y la anterior vendrían a incluirse en la etapa de "Negociación". Una negociación con algo o alguien invisible pero implacable... Pero cuando se acaba el dinero, no hay negociación que valga.

También influye la sensación de no tener nada que perder.

Esto se acaba. Seguiré escribiendo aquí en tanto tenga ganas, motivos y entereza suficientes como para ordenar mis pensamientos y conclusiones. Y si consigo medios para seguir con mi vida. Pero si algún día no contesto, o dejo de escribir, aquí dejo constancia del porqué.