degustando a desconocido,
escribo un signo social de vida
en un anfiteatro marino.
Princesita de agua en escayola,
tus columnas recias de alabastro
orientan a un pueblo que enarbola
intenciones, pero no atentados.
El paciente océano te anima
sin que el seco cansancio gremial
agriete tu engarzada sonrisa
ni tus pies calzados en cristal.
En mi honda sima de aguas raras
repleta de corales nocturnas
cayó arriba una gota helada...
¡Ay, qué alud a la luz de la luna!
Ay, Adela,
cómo llegas.
A Poseidón, abismo del mar,
dí mi vela,
y ahora, navego en tinta a ciegas.
Margaritas en ambos tobillos
se deshojan al ritmo del tango,
y entre tus manos, el carboncillo
bosqueja el ocho echado del mambo.
Pasodoble en el ruedo sin toro,
rock’n’roll de aspas dicharacheras,
con el cha-cha-cha llegó el decoro
de podar la vid de la pareja.
Aguas bien lodosas y elegantes
enturbian en sus redes de aguja
el marfil tallado que aceptaste,
a cambio de tu voz, a la bruja.
Alpes serviles, y vuelta al mar;
un cauce de arroz y castañuelas
disuelve mi ataguía de sal
que un rey ya tendió a tu ciudadela.
Ay, Adela,
cómo llego.
En mi noche, la gigante roja
con su estela
gira en torno a su agujero negro.
De ermitaño, ayuno entre arañas
que tejen moho en el tragaluz.
Tras cantar al cuerpo una semana
asalto la inversión de la cruz.
Más eslabones forjados hoy
alargan el corazón de palabras.
Pues, como fragua en polvo que soy,
ésta es mi maldición... de oro y plata.
Ay, Adela,
cómo nos vamos.
Tú a la orilla norte, yo a la sur.
Centinela,
ya puedes cerrar. Ya viene el amo.
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