… de cómics. Eso he ido sacando ayer y hoy. Acumulados durante más de 25 años. Esperando a tener mi propio espacio, mi casa, mis estanterías, para ser sacados y colocados en sus sitios definitivos. De momento sólo sacados y puestos ahí. Conforme pase el tiempo, los iré ordenando. Pero el primer paso ya está hecho.
Y el café que tengo es descafeinado, sí. No me siento distinto, ni cinco minutos después, ni una hora después.
Tengo una duda sobre los cafés… Si comprara café normal, molido, ¿cómo quedaría mezclado con descafeinado? Muchos cafeteros se llevarían las manos a la cabeza, me tacharían de criminal, de zote, de ignorante, de paleto. Pero que les den.
Mi idea es: cada día, o cada dos días (no tomo café con regularidad, porque en mi estado económico es casi un lujo), meter en la cazoleta mitad descafeinado y mitad café normal. Ambas capas no muy prensadas… Los primeros días, la capa de café normal sería más bien fina. Luego ya veríamos.
¿Por dónde iba? Ah, sí, los cómics. Por fin podré releer aquellos que tanto me hicieron soñar, reír, llorar, reflexionar, rebuscar, fantasear, elevarme, hundirme… la poesía del inimitable Warren Ellis, su ciencia-ficción, sus futuros drogados y elevados… la determinación de Alan Moore, sus detalles exhaustivos, casi agobiantes, sus remodelaciones, sus extrañas referencias… la bestialidad visceral de Garth Ennis, su feroz anti-catolicismo irlandés, sus sociedades de tabernas, su humor negro, sus corazones abiertos destilando amor, compasión, dulzura y firmeza… en fin, para qué voy a seguir…
Pero por primera vez en años, tengo algo que compite con mi dependencia de internet y me ayuda a desviar mi atención exclusiva en eso, haciendo que apague el ordenador y me sienta ahí atrás a leer un buen cómic.
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