Un día la cafetera dejó de funcionar. En silencio, a la chita callando. Echo
el agua, pongo la mezcla prensada en la cazoleta, coloco la taza, activo el
aparato, se enciende el piloto y me dedico a otras cosas. Pero pasa el tiempo,
pasa el tiempo y no se oye el típico silbido, ni se extiende el intenso olor del
café recién hecho.
Lo apago, lo enciendo y nada.
Resignación. Quizá no sea nada, quizá tenga arreglo…
La desmonto, miro lo que hay que mirar, y tras unas mediciones, decido que no
tiene arreglo.
El problema está en la resistencia calefactora que calienta el agua y que
está “dentro” de la pieza de aluminio fundido que es todo el recipiente,
atornillado a la espita también de aluminio fundido que guía el vapor hacia la
cazoleta conteniendo la moltura. Por tanto, no se puede abrir si no es con una
sierra y echando todo a perder. Si fuera una resistencia independiente,
atornillada al vaso en vez de “hacer cuerpo” con él, hubiera mirado de
sustituirla, aunque fuera con otro modelo de componente, que dudo encontraría a
la venta. También si el fallo estuviera en los dos componentes de seguridad que
detectan temperatura y sobrecarga, aún tendría solución, una sustitución de
dichos sensores y listo.
Pero no. Toda la cafetera convertida en chatarra desmontada.
En fin. La llevo a un punto limpio y me acerco a comprar otra a una cadena de
supermercados.
Desisto al ver los precios y los modelos en que se basan su funcionamiento,
sin convencerme ninguno. No dudo de la calidad final del café que sale, pero
está un poco fuera de mi presupuesto, tanto del aparato en sí como de los
consumibles preparados post-venta.
Intento mantener el ritmo, el impulso, el ímpetu, el optimismo, las ganas de
hacer cosas, preservar el naciente hábito, pero… poco a poco el cansancio, el
desánimo, la inercia se van abriendo paso…
Todo esto pasó hace dos meses. Mi hermana me regaló otra cafetera que no
emplea. La monto en mi casa, y funciona, ya tengo café otra vez. Aunque la
técnica sea ligeramente diferente: en la antigua echaba el agua exacta y me
olvidaba, volviendo después al rato indefinido. En ésta debo llenar un gran
depósito interno, casi 1 litro de agua, y vigilar cuánto café sale. En la
antigua cabía más moltura en la cazoleta, tres o cuatro tazas. En ésta dos, y
escasas. En la antigua el vapor salía con mucha más furia y ruido, en ésta se
activa una especie de bomba que traquetea contra la mesa el tiempo que está
echando vapor. En la antigua el filtro vertía el vapor directamente en la
cazoleta y de ahí a la taza. En ésta el filtro dispone de un mecanismo muy
extraño compuesto por arandelas de goma que sellan el conducto cuando deja de
soplar vapor, imagino que para evitar el goteo constante post-café, algo que en
la antigua no pasaba, ya que cuando se acababa el agua, se acababa, sin goteo
posterior. En la antigua el café salía fuerte, muy fuerte, con posos y todo. En
ésta el café sale… em… casi como de pitiminí.
No me ha gustado mucho el cambio, pero a caballo regalado…
Ahora se trata de recuperar el ímpetu, la disciplina, la limpieza.
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