Hoy en día, por desgracia, está de moda denominar a los extremistas (de forma o de fondo) fascistas, comunistas, nazis, neonazis, anarquistas...
Todos ellos tienen algo en común: intolerancia, predominio de la fuerza bruta sobre la razón, apego sin fisuras ni condiciones a una ideología, y sensación de pertenencia a un movimiento social con cuyos postulados se siente identificado.
Sin embargo, hoy, mientras realizaba una labor casera de gran tradición, típica de estas fechas (cascar almendras), he dejado que mis ideas fluyeran libres, sin ninguna guía.
Así que, relacionando ambos hechos, se me ha ocurrido una reflexión que quiero dejar aquí anotada. Por partes.
Cascar almendras es una labor mecánica, monótona y cansada. Sin embargo, es sólo una etapa de las muchas que forman todo el proceso de obtención de la almendra, que arranca en el momento en que se cultiva el almendro, algunos años atrás, hasta que la almendra, ya pelada y guisada, es degustada en la boca del consumidor en forma deliciosamente comestible: cruda, cocida, picada, frita, salada, garrapiñada, en forma de mazapán o turrón...
Bien. Normalmente la gente tiene en mente la última etapa del ciclo: comérsela. Pero, ¿qué hay de la gente que va al campo a abonar los almendros, a desparasitarlos, a regarlos? ¿la gente que normalmente en épocas frías, con lluvia y vientos cortantes, incluso nieve, va al campo a recoger el fruto? ¿el transporte, el tratamiento previo para quitarle la cáscara aterciopelada, más transporte, cascarlas definitivamente, más transporte, tratarla en diferentes recetas, envasado y etiquetado, más transporte, exposición, más transporte, desembalado y preparación para su consumo definitivo?
Todas estas etapas tienen algo en común: se ejecutan en las sombras por personas anónimas que, con mayor o menor fortuna, se ganan la vida así.
Bien. Generalicé a los "viejos tiempos", con aires de melancolía y añoranza. Mis abuelos, mis padres. Las abuelas, auténticas especialistas en cariño vertido en el tratamiento de la almendra, y también en complicidad, paciencia, y sobre todo en trabajo duro. Aquí encadené con las circunstancias en que desarrollaron la mayor parte de sus vidas. Una serie de imágenes en blanco y negro pasaron al azar ante mis ojos interiores: aldeanos con la boina calada, pantalones enormes, útiles manuales de labranza, caras serias y flacas... Gente que se buscaba la vida como buenamente podían. Aclaro que lo de "buenamente" es un eufemismo políticamente correcto.
La vida era muy, muy dura. La mayor parte en el campo, arrendado o en propiedad. Se me ocurre que no podemos compararnos con ellos. Ahora hay mucha mecánica en torno al campo. Antes se servían de caballerías, que a su vez también eran propiedades de alto valor. Ahora somos muy remilgados en cuanto a lo que nos comemos, antes se comían hasta el cuero de los zapatos sin muchos miramientos. Ahora tenemos medios de comunicación que nos hace tener al alcance de la mano hasta una canción típica de una cultura situada en nuestras antípodas. Antes oían una canción en la plaza, y la recitaban una y otra vez durante semanas o meses.
Y ahora llamamos "fascistas" o "comunistas" a extremistas políticos de muy diversa índole. Antes se miraba muy mal tanto al "señorito" que, sin dar golpe, vivía a costa de sus rentas heredadas; al terrateniente que obtenía generosos frutos del trabajo (propio o ajeno) de sus tierras y vivía más o menos holgadamente; al comerciante que tenía su pequeño negocio y en el que sólo había que estar ojo avizor a que salieran a fin de mes las cuentas de la abuela: "debe", "haber" y "saldo". Estos estratos sociales eran proclives a los "fascistas". Mientras otra gente sin más recursos que sus manos trabajaban por un mísero jornal o peor aún, queriendo trabajar no lo admitían por cualquier defecto. Y se morían de hambre y frío. Por supuesto, entre éstos estaban los típicos pícaros gandules que trataban de evitar dicho trabajo duro y vivir a costa de los supuestamente iguales, en sana camaradería, mareando la perdiz con retórica más o menos inflamable, y en el peor de los casos, con armas en la mano. Los "comunistas".
Moraleja: los términos extremistas mencionados al principio del post permanecen en una especie de memoria colectiva, con un trauma palpable heredado de nuestros antepasados más cercanos por culpa de la Guerra Civil española y de la Segunda Guerra Mundial. Pero las condiciones ya no se aplican: no hay una pobreza extrema, caldo seguro para una revuelta más o menos violenta, tanto en uno como en otro sentido político.
Por tanto, cuando se tacha a alguien de "fascista", no lo presuponemos con pelo engominado, camisa negra, pantalones bombachos, botas altas ni arma al cinto. Ni cuando se trata a alguien de "comunista", se le presupone vestido de caqui, sin ningún adorno, mirada gélida y símbolo de hoz y martillo cruzados en la chepa.
En cualquier caso, los extremistas suelen ser parásitos. La gente que trabajaba duramente con unas riquezas básicas para ganarse la vida no eran precisamente cobardes, tenían apego a sus trabajos y estilos de vida, y no aceptaban así como así a dichos parásitos. Mucho menos se prestarían a discusiones filosóficas de "izquierdas" o de "derechas". Pero el clima social cada vez más enrarecido de entonces los empujaba implacablemente a definirse en uno u otro sentido. Y ahí entraban los parásitos extremistas a medrar en lo que tocara. Porque otra cosa no, pero labia y energía para convencer, tenían.
Parasitismo que ahora ha cambiado de tono, de apariencia, de chaqueta, pero no de manipulación. Y ahí está lo peligroso del asunto. No nos dejamos manipular, en parte por nuestra educación recibida, en parte por nuestra lógica, nuestra autoestima y desarrollo personal, y en parte también por nuestros modos de ganarnos la vida, más versátiles que las de nuestros abuelos o padres. Sin embargo, los parásitos siguen ahí, pero... ¿bajo qué apariencia? ¿directivos, burócratas, consejeros...? Cuesta distinguir a los verdaderos de los falsos. A los competentes de los ineptos. A los honrados de los corruptos. Como antaño, se han urdido a su alrededor una "capa difusora" que los hace pseudoimprescindibles.
Además, las mencionadas etapas del proceso de la almendra siguen ahí. Y también del pan. Y de la carne. Y del pescado. Y de la ropa. Y de tantos y tantos productos de primera o segunda necesidad, cuya manufactura es incuestionable, pero ahora está como más... oculta. ¿Dónde diablos están los cientos, o miles, o incluso millones de personas que se afanan en cascar las almendras que llegan listas para su consumo a mi mesa?
No he leido el artículo. No lo he podido leer. A veces me acuerdo. Es lo que pasa cuando uno sólo merodea por terra.
ResponderEliminarSólo desearte que te animes y que seas feliz, o por lo menos lo intentes.
Un besote.
mirola
Felíz Navidad y prospero 2010!! Besos!
ResponderEliminarGracias a ambas. Lo mismo os digo.
ResponderEliminarEstoy comiéndome unos frutos secos.Pero no me inspiran nada, muchisimo menos aún lo que te ha llevado a ti a dilucidar el hecho de cascar unas almendras.
ResponderEliminarHablas de extremismos, que yo creo que siempre han existido y desde siempre yo los he odiado.
Vivimos en una sociedad industrializada, mecanizada,.....pero creo que aún no deshumanizada. Muchos somos conscientes de que existen muchos procesos intermedios hasta que un alimento llega a nuestra mesa, o un producto a nuestra casa. También somos conscientes de que los que están en medio se enriquecerán a costa del que está en el primer escalafón de la cadena y del que está al final, o sea nosotros, los consumidores.
Me ha hecho pensar bastante este post tuyo aunque por ejemplo no he entendido muy bien tu definición de comunistas.
Un abrazo.
PD: Creo que no debe haber miles de personas cascando almendras. Debe hacerlo una o varias máquinas, que las cascan, las pelan, las empaquetan y si hace falta, las garrapiñan también.
Caramba, menudo experto en almendras.
ResponderEliminarFeliz año (sin extremismos)
Gracias a ambas por vuestras participaciones.
ResponderEliminarUn beso.