Es la primera propiedad que tenemos todos nada más nacer, algo de uso y disfrute personal exclusivo del bebé.
Es lo primero que el bebé, lo suficientemente crecido como para tener la boca de aprendizaje abierta, capta como suyo. Nada más nacer, las tinieblas ya le han enviado el recuerdo de su existencia, del que no se separará nunca más. Y le dedica los primeros y últimos instantes de su vida a ver cuán suyo y aburrido es ese contorno oscuro que su cuerpo dibuja contra la luz. A partir de ese momento, formará parte de él, cada vez más hundido en su subconsciente. Los nublados momentos en que le falte su compañía no lo notará abiertamente, pero el desasosiego aumentará, imperceptible, llegando en ocasiones incluso a invadir su ánimo, sin averiguar el porqué.
La película ya está en marcha, y no parará hasta que el dueño se sumerja, otra vez y de forma definitiva, en la oscuridad. El rodaje se toma cortos descansos; pero en cuanto hay una vivencia, por mínima que sea, se reanuda. En la íntima cámara de revelado y composición de nuestra memoria, es testigo mudo e indiferente de nuestra selección de experiencias vitales.
Puede llegar a ser el último empujón de un suicida inspirado: hasta mi sombra es negra, el color de la amargura y de la desesperanza.
Puede ser también el motor de un hábil plasmador: simplemente con reflejar las sombras de un paisaje, se intuyen sus colores.
Es parte de la esencia de las fotografías, casi la principal en las de blanco y negro.
Es el falso reducto de un ermitaño dolorosamente forzoso de la ciudad: mi sombra siempre me acompaña, nunca me traicionará. Aunque no capte que la traición viene de otras direcciones, en los momentos en que lo invade todo y lo rodea como un violador fantasma.
Es objeto de culto de muchos fetichistas: sueñan con la sombra, no con el cuerpo.
Es punto de referencia en el argumento del cine negro; el director o guionista que lo usa, o es muy capaz y prestigioso (en algún caso, llega a ser incluso su tarjeta de visita), o es un inepto pretencioso que no sabe combinar sus recursos.
Es copia barata en dos dimensiones de nosotros, traicionera, inexpugnable y directa. Puede que hayan mundos en que los seres sean de dos dimensiones, y sus sombras de tres, siendo éstas últimas las que controlen a sus dueños.
Están en perpetuo movimiento, tanto en los seres móviles como en los inmuebles, en los vivos como en los inertes, ya que, si no es el propio ser el que se mueve, sí se moverá la fuente de luz.
Si Dios fuera la luz, si Dios fuera el punto inexistente desde el que irradia toda luz absoluta, no es de extrañar que se mantenga en su eterna postura de que todo lo que ha creado es bueno, pues lo malo se oculta eternamente a su vista, detrás de la materia opaca de su creación, huyendo astutamente de su presencia.
Es parásita: chupa de nuestra radiante felicidad y permanece en su indiferente bastión cuando hay dolores que compartir. La tristeza suave, la melancolía, suele ser su aliada.
Es la discreción, la fidelidad y el silencio no reconocidos ni apreciados en lo que valen hasta que desaparece.
Es uno de los numerosos objetos de juegos de los niños: pisar sólo zonas sombreadas hasta que caen en la cuenta de que siempre pisarán sombra.
Es la sutilidad como arma seductora, predominantemente femenina, ya que realza encantos y disminuye fealdades.
En astronomía, la sombra tiene escala de medidas.
¿Sombra o silueta? He aquí la cuestión.
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