miércoles, 23 de febrero de 2011

Secretaría de dirección ¿dígame?


001

Se abrió la puerta.

-Adelante, por favor. Espere aquí. Elena vendrá enseguida.

-No hay problema –dije, mientras me quitaba la chaqueta. Señalé la puerta del despacho de la jefa. –¿Tienen mucho trabajo?

-Creo que ahora están con la auditoría trimestral…

-Ah, entiendo… –dejé la chaqueta en el respaldo de una silla y me senté. –Bien, muchas gracias.

-A tí. –Cerró la puerta y se fue.

Me fijé en el mobiliario. Imponía bastante, la verdad. Claro que su cargo no era para menos. Pero ya estaba acostumbrado. De venir a recoger a Elena cuando salía del trabajo, las recepcionistas ya me conocían y me pasaban directamente con ella.

No pude evitar echar la enésima mirada de rencor a la puerta del despacho de la jefa. Siempre la cargaba con tareas de última hora, así que me hacía esperar. Apenas suponían retrasos de cinco minutos habituales, a veces diez, incluso un cuarto de hora, pero aún así…

Me fijé en la mesa. Se la habían cambiado hacía poco. Esta era más grande, más profunda, con alas hasta el suelo. La anterior no disponía de alas, lo cual hacía que mi espera se acortara, porque así me regodeaba en las fantásticas piernas de Elena, visión a la que ella contribuía con cruces pícaros, faldas hasta por encima de la rodilla, medias finas y zapatos de tacón alto, mientras atendía al teléfono y al ordenador. Una compensación cómplice y discreta en especie por mi paciencia, que yo agradecía enormemente. Pero, claro, para ello debía trasladar la silla en la que me sentaba hacia lo más a la esquina que podía, y que la jefa, al parecer, toleraba… hasta que cambió el mobiliario.

La jefa era una mujer de armas tomar. Madura, alta, un poco rellena, siempre pulcramente vestida con elegantes trajes de chaqueta, con voz potente, de tratamiento exquisito, alguna que otra familiaridad y confianza para conmigo, sonrisa preciosa (las pocas veces que sonreía), unas gafas de montura discreta que llevaba colgadas en el cuello y que se ponía para leer y escribir… Estaba casada, y no me imaginaba cómo sería el pobre marido.

Oí voces aproximándose. Una la de la jefa, de hecho parecía la única. Y el tono no presagiaba nada bueno. Abrió la puerta de repente, y me puse en pie. Entraron ella y Elena, que tomaba notas en un cuaderno.

-…espero de una maldita vez ese presupuesto para el cursillo de informática. Llámales mañana, y diles que, como no lo tengan listo, que desistan definitivamente… Ah, hola, Arturo. Discúlpeme. Acuérdate también de pedir las notas para presentar nuestra oferta en el concurso de lo de Malvarrosa, que también incluya la análisis de posibilidad de estado de cooperativa con Huáscar. ¿Este es el informe de las condiciones de lo de la fundición…? Vale, me lo llevo. Ahora llama a Partis, y pásamelo. Lo que no se le ocurra a ese inepto por no hacer su trabajo, de no ser por sus colaboradores…

La voz se extinguió tras la maciza puerta del despacho de la jefa. Elena terminó de anotar y me dio un rápido beso. Cogió el teléfono y se lo puso contra el hombro, mientras giraba en torno a la mesa y buscaba en una agenda. Se sentó y tecleó en el ordenador a un ritmo infernal.

Estaba preciosa, así, despidiendo vitalidad a chorros sin proponérselo. Le pasó la llamada a la jefa, y colgó el teléfono.

Yo me puse despacio a sus espaldas y empecé a masajearle los hombros. La tensión en ellos era palpable. Ella parecía no notarlo, hasta que dí con un punto sensible, y reaccionó, respirando hondo, encogiendo y distendiendo los hombros, alargando el cuello y cerrando los ojos.

-…ummmm… –murmuró por lo bajito.

El timbre del teléfono rompió la magia. Contestó al instante, mientras se reconcentraba en el ordenador.

-Despacho de Eva Montañez, dígame –Intenté seguir con el masaje, pero el teléfono y el respaldo me incomodaban mucho. Me retiré un poco atrás. -No, doña Eva no puede ponerse ahora… si me deja un número de teléfono, le llamará más adelante… sí… ajá… sí…. vale, de acuerdo… No, espere, creo que ese dato se lo puedo proporcionar yo misma ahora, si me da un momentito… –tecleó en el ordenador –En efecto, aquí lo tengo, 50 sobre 15 el primero, 30 sobre 35 el segundo y cuatro cuartos en el último… sí…

Desde atrás, su nuca estaba deliciosamente expuesta, pero muy torcida. Metí los dedos ahí, jugando con la pelusilla. Ella seguía hablando. La otra mano fue despacito a abarcarle un pecho por encima de la blusa. Ella seguía hablando. Masajeaba ambas zonas cada vez con más insistencia. Ella seguía erre que erre hablando, hasta que colgó.

Yo me esperaba una bronca por el atrevimiento, pero estaba tan concentrada que se olvidó de mí cuando se levantó, abrió un armario, rebuscó entre los ficheros, cogió un papel y sin despegar la vista de él, llamó a la puerta del despacho de la jefa. Sin apenas esperar respuesta, abrió y entró.
Solté un largo suspiro. Me fijé en la mesa. Desde ahí atrás se veía inmensa. Agaché un poco la cabeza. Alcé una ceja, miré a las dos puertas, y con el corazón en un puño y mueca de decisión, aparté la silla y me acurruqué ahí abajo.

No me equivocaba. Aquel espacio era lo bastante profundo como para que yo cupiera con cierta comodidad y ella asomara las piernas lo suficiente y fingir al exterior que estaba cómoda.

Se abrió la puerta del despacho, y Elena y la jefa salieron hablando. Tragué un bocado de aire ¿dónde me había metido…? ¿en qué brete acababa de poner a Elena? Ay, madre… Ví cómo Elena se sentaba con acostumbrada agilidad en la silla y se metía en el hueco, todo en uno, mientras contestaba a todo lo que le preguntaba la jefa. Me aplasté contra el fondo, con la esperanza de que Elena no notara nada, y lo conseguí, pero la jefa no se iba, y parloteaba y parloteaba sin cesar.

Iba a resignarme, cuando centré la vista en las deliciosas rodillas de Elena, en sus pantorrillas, en sus zapatos. Y entonces saltó el chispazo.

Puse una mano firme en la pata de la silla, y con la otra rocé el tobillo. Su reacción fue la esperada: un leve sobresalto, un gritito ahogado y un contenerse con mucha dificultad.

-¿… qué pasa? –preguntó la jefa, interrumpiendo su perorata.

-Eh… no, nada, nada… que me he pinchado con… con el clip…

-Ah, vaya… ¿a ver? ¿te has hecho sangre?

-¡No..! No, gracias, no es nada… eh, ¿ve? no hay nada de sangre… Ha sido sólo un pellizco…

-Bueno, vale… ¿por dónde íbamos…?

Y la jefa reanudó su retahíla de instrucciones, consejos, preguntas y demás. Y yo alzaba los dedos por las pantorrillas, masajeándolas despacito. Y Elena contestando muy profesional y solícita a la jefa.

Mis dedos se hicieron más atrevidos. Subieron a la parte de atrás de las rodillas, rebuscaron en sus pliegues y una mano se metió despacito entre los muslos. Ella cerraba con fuerza, pero yo introducía poquito a poquito. Contuve con dificultad la risa al simbolizar ese acto: ella tan femenina y virtuosa, con una larga entrada a su intimidad, resistiéndose pero sin dejarse llevar, y yo tan varón, penetrando implacablemente poco a poco.

La jefa seguía dando la lata, hasta que sonó el teléfono. Elena lo cogió y atendió. La jefa, viendo que iba para largo, se fue a su despacho.

Entonces ella fue todo patadas e intentar salir de allí, frenética, mientras su voz era fría y profesional. Yo me resistía, sin soltar la silla y sin dejar de mover los dedos entre sus muslos, que ella abría ahora y con las manos intentaba sacarlos de allí.

Se zafó de mí y dio un salto atrás, gesticulando furiosamente con la mano para que saliera, mientras su voz no variaba un ápice en lejanía y concentración, contraste que a mí me encendió más aún.

Una puerta se abrió, y sentarse otra vez y colocarse en la mesa corriendo fue todo uno. Otra vez se ponía al alcance de mi mano, y esta vez la metí hasta sus braguitas, antes de cerrar los muslos como un cepo.

-… un momento, por favor –rogó Elena, y pulsando un botón, prestó atención a su jefa.

-Me voy ya. Acuérdate de llevarte el informe para que le eches un vistazo. No tardes mucho en irte tú también. Por cierto… ¿dónde está Arturo?

-Emmm… ha salido a tomar un café, enseguida vendrá.

-Bueno, acuérdate de lo que hablamos,¿eh…? ¡No lo dejes escapar! –soltó una risita, mientras abría la otra puerta y desaparecía por ahí.

Aquello me dejó un poco estupefacto, más quieto que la mojama. Elena retomó la llamada, que resolvió en un pispás, y colgó. Saltó furiosa.

-¡Pero bueno! ¡sal de ahí ahora mismo, Arturo, vamos!

Salí despacio, casi con las manos en alto. Ella se recolocó las medias y la falda, mientras yo me enderezaba.

-¿Qué, qué es esto?- se fijó alelada en las manos, que mantenía en alto. –¿Temes ir a la cárcel…? –se echó atrás, poniendo espacio seguro en la explosión inminente. –Pero bueno, ¿tú estás loco? ¿cómo te atreves a hacer esto? ¿cómo te atreves a poner en juego mi trabajo…? ¿sabes qué hubiera pasado si Eva te hubiera descubierto? –yo aguantaba el chaparrón inmutable. Ella golpeó las manos con furia. –¡Bájalas ya, joder! ¡No estás en prisión, ni nada parecido…! Esto es serio ¡muy serio!, y no es para tomárselo a risa… Pero, ¿puedes… puedes concebir siquiera el riesgo que has corrido, que me has hecho correr a mí…? ¿es que mi trabajo no significa nada para tí? ¿quieres que me despidan? ¿es eso?

Su rostro encendido y desencajado, sus ojos brillantes, su gestos rápidos, su furia desbordante, su temblor corporal… la hacían cada vez más atractiva a mis ojos. Abrí mis brazos y me acerqué despacito a ella. La tomé en mi torso, aguantando sus tirones, golpes y resistencias. Y algo se desbordó en ella, porque rompió a llorar en mis brazos, deshaciéndose poco a poco. La sujeté con mimo, sin dejar de acariciarla y peinarla.

Estuvimos un buen rato así. Sonó el teléfono un par de veces, pero yo reprimí su reflejo de descolgarlo. La segunda vez ni siquiera lo intentó. Estábamos ambos sentados en una de las sillas de la pared de enfrente.

Finalmente, ella se levantó, respirando hondo. Caminó despacio hacia el perchero, tomando su bolso, su bufanda y su abrigo. Cogí el primero y el segundo, y el abrigo se lo abrí, ayudándole a ponérselo. Ocultaba la cara adrede. Del bolso sacó un espejito y se arregló. Apagó las luces y el ordenador. Yo me puse mis prendas, la abarqué con el brazo y salimos de allí…

(Dedico esta entrada con cariño y respeto a Belkis, que ha sido quien me ha dado el primer empujón en la rampa hacia abajo de la inspiración)

8 comentarios:

  1. ¡Qué sorpresa tan grande, agradable y emocionante!
    Creo que mi profesión y la mesa de mi despacho nunca han inspirado tanto a nadie como a ti. Bueno, a mí misma también, que yo...empujada también por ti, he imaginado un montón de veces un montón de cosas que sucedían debajo de esa mesa tan grande y tan amplia.
    A medida que te iba leyendo, imaginaba un final mucho más lujurioso. Y sin embargo, no me ha decepcionado nada en absoluto la inmensa ternura que desbordas.
    Si yo tuviese unos hombros tan maravillosos como los tuyos sobre los que llorar después de un mal día, creo que aún lloraría más a menudo.
    Me ha gustado mucho, bravo por tu inspiración y que no decaiga.
    Besitos.

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  2. Gracias por tus elogios, Belkis. Haces que me ruborice bastante... y alegrarme el día.

    Para finales lujuriosos ya hay bastantes en la fantasía, ¿no...? Aquí, aunque también iba para eso (orgasmo de ella mientras habla por teléfono, cruce sexual en el vacío y suntuoso despacho de la jefa a modo de venganza a sus espaldas...), decidí darle un giro hacia la realidad, e intentar respetar todos los matices del trabajo en cuestión...

    Gracias de nuevo, Belkis.

    Un abrazo.

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  3. Un abrazo es siempre una muestra de amor que pocas veces es superada por otros gestos. YO necesito uno grandote.
    besazos

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  4. excitante sin duda alguna,enhorabuena.

    un abrazo.

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  5. Maria, es cierto que un abrazo es uno de los pocos gestos de cariño aún no adulterados...

    Yo puedo darte ese abrazo grandote, así que venga... cuando quieras y como quieras XD XD

    Besos y abrazo ;-)

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  6. Gracias, Mara. Lo hago lo mejor que puedo. Y me alegra de que te guste.

    Dos abrazos para tí.

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  7. ya sabes lo que me gustan este tipo de relatos ;-) ay Arturo.

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  8. ¡Hola, Madrileña, cuánto sin verte por aquí!

    ¿Con este relato en concreto te he hecho soñar aunque sea un poquito...? XD XD XD

    Besos y abrazos.

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