miércoles, 27 de noviembre de 2024

Yhadama der Ava, vecina de Aroneys.

(Episodio anterior)

Vale. Me he dado cuenta de que no me he presentado. Podéis llamarme Onporu. Aroneys me renombró así al poco de caer en sus zarpas. No sé qué significa en su idioma, pero seguro que no es nada bueno. Por el contexto, creo que significa "sin miedo", o algo parecido. Cuando alguna de las lugartenientes pregunta por mí, cuando se fijan, ahí agazapado detrás de su sillón, les brillan los ojos unos instantes, como deseando ponerme a prueba. Después siguen con lo suyo. No obstante, alguna manifiesta interés, o se encapricha.

Cuando esto sucedía, las primeras veces, me sentía en el filo de la navaja. Porque entonces, dependiendo del humor de Aroneys, podía prestarme a la interesada, y no sabía qué suerte me depararía. La primera vez casi me desmayé, por mi mala condición física y por los tirones que la depositaria daba a mi collar. Tuve la fortuna de que Aroneys presenciara el trato que me dispensaba, así que amenazó a la nepclusidia con medidas contundentes si perecía o me devolvía incapacitado. Cambiando su actitud, mi ama provisional me llevó a sus aposentos, yo cumplí con lo que me pidió, que no fue mucho, y al final me devolvió por puro aburrimiento, acostumbrada al trato directo con sus esclavos.

Yhadama der Ava.

A quien más veces me presta es a una lugarteniente suya, Yhadama der Ava, otra rara avis de la tribu, y entonces respiro de alivio. Igual de atractiva, atlética, alta, señorial, de modales amenazadoramente contenidos y ferocidad enérgica, con una melena rojo oscuro y gustos parecidos en cuanto a maquillaje, abalorios y ropas, casi trata de tú a tú a Aroneys, opina en contra cuando hace falta en las reuniones de alta estrategia, algo que ninguna otra lugarteniente osa hacer. Supongo que por distinguirse en sus respectivos físicos y sintonías en visiones de futuro, se complementan muy bien y tienen confianza mutua. Cuando se va de viaje, me cede a ella y estoy a su completa merced. Y es entonces cuando, como digo, respiro de alivio. No porque Yhadama me trate mejor, sino porque Aroneys se ausenta, y el halo protector se activa. Cualquiera sabe que, si no sobrevivo a sus aficiones, Aroneys se disgustaría. Así que me tratan relativamente bien.

Yhadama der Ava es aún más cruel que Aroneys. Aplica conocimientos más refinados e imprevisibles, y le gusta la tortura por fuego, algo que mi ama no disfruta...

Y ahora que caigo... sí, creo que estoy en lo cierto en cuanto a una teoría que acaba de ocurrírseme. Vi por primera vez a Yhadama der Ava mucho tiempo después de que los subterráneos invadieran la superficie. Lo cual puede indicar que Yhadama provenga en realidad de la superficie, conocida de Aroneys durante el lapso que estuviera ésta última allá arriba, infiltrada.

Esta idea va tomando más forma a medida que voy recordando más detalles. Como el que en las últimas reuniones de gobierno, hay ya más mujeres de arriba que nepclusidias puras. No sería de extrañar, ya que con lo limitadas que son, sirven más como abundante y eficaz carne de cañón en los enfrentamientos contra otras tribus subterráneas por los dominios de la superficie. Además, por lo poco que he podido averiguar, las niñas nepclusidias puras suelen crecer muy rápido, pero no he podido verificar esto con mis propios ojos. Aún no sé quiénes son los padres. Quizá sean de otras tribus de subterráneos, allende sus fronteras, que, en determinadas fechas, se reúnen y hacen lo que hacen para tener descendencia. No tengo miedo, como demostré con toda rotundidad pública frente a Eroomnala, pero tampoco tengo estómago para imaginarme siquiera cómo serán esas reuniones.

Yhadama der Ava, Ainodis, Ilidret, y otras siete u ocho que suelo vislumbrar entre los visillos de mi rincón hacia la sala de gobierno, todas del mundo de la superficie, venidas estos últimos años. Ninguna de ellas habla mi idioma, ni manifiestan el más mínimo interés cuando estoy presente tras las piernas o tras el trono de Aroneys.

Si esto sigue así, en la tendencia de sustituir en los puestos de mando a las nepclusidias por mujeres de la superficie, más pronto o más tarde habrá una purga violenta de un bando hacia el otro. Imagino que ganarán las primeras, por simple fuerza de número. Pero bastaría con que las de la superficie implantaran poco a poco medidas que mejorarían su vida, organizarían con eficacia la colonización de la superficie, impartirían recursos para acomodar a las invasoras y demostrarles su valía como gestoras, para que una parte de las nepclusidias les permanecieran fieles y combatirían a aquellas fanáticas sin apenas cerebro que defenderían sus cuotas de poder subterráneo.

Pero estoy divagando. Esto no me corresponde a mí, y ellas, todas ellas, sabrán lo que les conviene, si tomar las armas y combatir de forma abierta, o bien negociar basándose en los méritos acumulados, o bien eliminar a figuras clave del otro bando muy discretamente. Todo esto cae muy fuera de mi conocimiento.

Lo que sí veo cada día es que Aroneys nov Sytx va desarrollándose poco a poco, como una negra mariposa que sale de la crisálida, pero muy lentamente. Sí, sus amantes siguen siendo legión, deshaciéndose de ellos conforme dejan de satisfacerla, implacable. Pero últimamente ya no trae tantos, se conforma conmigo. La noto distraída y enfrascada en otras cosas. Antes era el salvajismo personificado, ahora solo se deja llevar por la furia desatada unas cuantas veces, siendo sus reposos cada vez más largos.

Ya no va tanto al circo de Eroomnala, y cuando va, su interés por la lucha y exterminio de los condenados apenas se sostiene. Para mantener el sitio ocupado, delega en Yhadama o en Ainodis.

Pero he oído que pronto esto va a cambiar. A medio plazo van a salir todas al mundo de la superficie. dejando delegaciones simbólicas en las ciudades subterráneas. He captado alguna mención a edificios construidos según los gustos de la clase dirigente nepclusidia.

Mi ama me llama, continuaré más tarde.

sábado, 2 de noviembre de 2024

Aroneys nov Xyts, la auténtica.

(Episodio anterior)

Han pasado más de 5 años. Renuncié a la noción del tiempo para no gastar energía en algo que a la postre era bastante inútil. Pero he tomado esta medida, porque ha habido un cambio en mi rutina.

Aroneys nov Xyts me ha permitido por fin tener un cuaderno y un lápiz. Nada más recibirlos y captar la idea, mostré muy suavemente mi escepticismo, pero ella me mostró un rincón de una de sus salas traseras a su sala central de guerra. Creo que ha comprobado mi inminente caída a un punto de no retorno mental, y recopiló ahí un montón de cuadernos, bolígrafos y lápices traídos no sé cuándo ni cómo del mundo de la superficie, rescatándolos de la quema general.

No sé si algún día leerá esto, apenas soy importante para ella. Además, pese a la fuerte impresión inicial que me provocó al tomarme a su servicio, en el que me hizo partícipe del dominio de unos cuantos idiomas, dudo que sepa leer ni escribir.

Aroneys nov Xyts
Aroneys nov Xyts
Mi vida sigue en sus manos. Como de las sobras de su mesa. Duermo encima de la alfombra en la que ella se levanta cada día. Sigue siendo la reina absoluta de las belicosas y deformes nepclusidias, y gracias a ellas, a su liderazgo, su crueldad, determinación y sentido estratega en cualquiera de los niveles, también es la dueña de medio continente europeo, expandiéndose cada vez más contra sus semejantes subterráneos, surgidos, como ella y su pueblo, de las entrañas de la tierra. Esto lo supongo porque me permite estar presente en algunas reuniones con sus lugartenientes.

Durante estos... cinco años, los llamaré así porque, como digo, no tengo otra opción válida, han pasado decenas de esclavos de los que, como yo, Aroneys se encaprichó, trajo a sus dependencias para su disfrute personal. No le duran más allá de treinta servicios en la cama. Yo soy la excepción, creo que porque me encargo de hacerle saber al recién llegado lo que debe hacer, cómo hacerlo, y sobre todo, lo que no debe hacer. En la mayor parte de las enseñanzas, Aroneys está presente, le gusta cómo enseño, con humildad y mucha energía para hacerme entender, y luego, al llevarlo a la práctica, ella azota al recién llegado hasta el desmayo si no cumple, e incluso la muerte. Aunque parezca mentira, nunca fue a por mí. El más breve le duró tan sólo cinco horas, debió tener un muy mal día, terminando con él con hierros al rojo, un método que ella usa rara vez, porque no le gusta el olor.

Cuando estamos solos, cuando ella está sola en el lecho, pero está inquieta, entonces me ordena subir y atenderla. Yo, en la miseria esclavista y reducida que es mi vida, atesoro estos momentos, porque se me muestra en todo su esplendor y se deja llevar, permitiéndome incluso dormir abrazado a sus torneados y firmes muslos.

Pero, en la parte contraria, cuando es la Aroneys diabólica, se deja retorcer. Entre otras ideas y ritos, instauró el perverso y duro trono de nuca entre sus súbditas. En sus continuas visitas al circo de Eroonmala, y durante el espectáculo de peleas, muertes y sacrificios, de vez en cuando se levanta del trono, me pide que ponga la cabeza en el asiento, boca arriba, y ella se sienta, teniendo una mejor visión del campo al estar un poco más elevada, a la vez que disfruta de estar yo a su completa merced y del estímulo en su vulva por mis masajes labiales y lengua. Mi nuca está muy forzada, la espalda muy curvada, y de vez en cuando, el sofoco es tal, que en ocasiones me desmayo. Pero ella se da cuenta, se levanta y con una vara me da hasta que vuelvo en mí y reacciono.

Todas sus allegadas también quisieron lo mismo: esclavos varones con los que disfrutar de esta práctica. Al principio, caían como moscas, porque las enormes bestias que eran aquellas mujeres abusaban de su fuerza y dominio, pero conforme pasó el tiempo, y ante la continua disminución de los aportes de prisioneros varones, de sitios cada vez más lejanos, empezaron a contenerse.

Los pocos con los que Aroneys se encaprichaba y que traían a sus dependencias, a mi lado, eran todos cortados por el mismo patrón: guapos y atléticos, con egos que incluso en aquel ambiente tan oscuro y peligroso sobresalían y trataban de imponerse a mí, mostrando confianzas e iniciativas que nunca debieron haber tomado. Yo guardaba silencio, acurrucado en mi hueco, y mostraba indiferencia cuando Aroneys los ponía en su sitio, tanto las primeras veces al ser guiados por mí, como al final, cuando cualquier detalle desataba la caja de los truenos, y comprendían demasiado tarde que aquellas enseñanzas eran vitales y caían entre terribles dolores infligidos con insana alegría por Aroneys.

Según he podido saber, y he ido confirmando dentro de esta maldita jaula que es mi vida, la del exterior no es mucho mejor. Toman como esclavos a todos los varones y a muchas mujeres. Tienen el sentido común de no exterminarlos a todos y aprovechar sus recursos, dejar que vivan en unos regímenes estrictos de vigilancia directa e indirecta, ésta última por medio de validos, gente seleccionada entre los propios nativos a los que otorgan privilegios a cambio de vigilar y explotar a los suyos, recolectando recursos que las nepclusidias se llevan en visitas periódicas. Si algo no les cuadra, entonces son sometidos a vigilancias directas.

En otras zonas del mundo, de los que sólo tengo retazos en conversaciones, las cosas son muy distintas. El odio de los subterráneos, de los que las nepclusidias son sólo una facción, hacia los de la superficie ha sido tal, que literalmente han sustituido las poblaciones en tan sólo unos meses. Los intentos de resistencia han sido barridos, en su mayor parte, gracias a recursos que los subterráneos disponían y que los de la superficie ignoraban. Rastreadores de miedo, de los que Eroomnala era un formidable y raro ejemplar; rastreadores de olor, simples perrazos que soltaban y se olvidaban. La tecnología militar les era muy favorable, sí, pero solo hasta cierto punto: cuando se quedaban sin energía, munición o mantenimiento, se volvían trastos inútiles. Hubo un par de explosiones nucleares cuyos efectos ignoro, al igual que sus localizaciones, al ser sólo mencionados de pasada, pero que puedo imaginarlos.

Seguiré otro rato, Aroneys me reclama.

(Siguiente episodio)