Han pasado más de 5 años. Renuncié a la noción del tiempo para no gastar energía en algo que a la postre era bastante inútil. Pero he tomado esta medida, porque ha habido un cambio en mi rutina.
Aroneys nov Xyts me ha permitido por fin tener un cuaderno y un lápiz. Nada más recibirlos y captar la idea, mostré muy suavemente mi escepticismo, pero ella me mostró un rincón de una de sus salas traseras a su sala central de guerra. Creo que ha comprobado mi inminente caída a un punto de no retorno mental, y recopiló ahí un montón de cuadernos, bolígrafos y lápices traídos no sé cuándo ni cómo del mundo de la superficie, rescatándolos de la quema general.
No sé si algún día leerá esto, apenas soy importante para ella. Además, pese a la fuerte impresión inicial que me provocó al tomarme a su servicio, en el que me hizo partícipe del dominio de unos cuantos idiomas, dudo que sepa leer ni escribir.
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Aroneys nov Xyts |
Durante estos... cinco años, los llamaré así porque, como digo, no tengo otra opción válida, han pasado decenas de esclavos de los que, como yo, Aroneys se encaprichó, trajo a sus dependencias para su disfrute personal. No le duran más allá de treinta servicios en la cama. Yo soy la excepción, creo que porque me encargo de hacerle saber al recién llegado lo que debe hacer, cómo hacerlo, y sobre todo, lo que no debe hacer. En la mayor parte de las enseñanzas, Aroneys está presente, le gusta cómo enseño, con humildad y mucha energía para hacerme entender, y luego, al llevarlo a la práctica, ella azota al recién llegado hasta el desmayo si no cumple, e incluso la muerte. Aunque parezca mentira, nunca fue a por mí. El más breve le duró tan sólo cinco horas, debió tener un muy mal día, terminando con él con hierros al rojo, un método que ella usa rara vez, porque no le gusta el olor.
Cuando estamos solos, cuando ella está sola en el lecho, pero está inquieta, entonces me ordena subir y atenderla. Yo, en la miseria esclavista y reducida que es mi vida, atesoro estos momentos, porque se me muestra en todo su esplendor y se deja llevar, permitiéndome incluso dormir abrazado a sus torneados y firmes muslos.
Pero, en la parte contraria, cuando es la Aroneys diabólica, se deja retorcer. Entre otras ideas y ritos, instauró el perverso y duro trono de nuca entre sus súbditas. En sus continuas visitas al circo de Eroonmala, y durante el espectáculo de peleas, muertes y sacrificios, de vez en cuando se levanta del trono, me pide que ponga la cabeza en el asiento, boca arriba, y ella se sienta, teniendo una mejor visión del campo al estar un poco más elevada, a la vez que disfruta de estar yo a su completa merced y del estímulo en su vulva por mis masajes labiales y lengua. Mi nuca está muy forzada, la espalda muy curvada, y de vez en cuando, el sofoco es tal, que en ocasiones me desmayo. Pero ella se da cuenta, se levanta y con una vara me da hasta que vuelvo en mí y reacciono.
Todas sus allegadas también quisieron lo mismo: esclavos varones con los que disfrutar de esta práctica. Al principio, caían como moscas, porque las enormes bestias que eran aquellas mujeres abusaban de su fuerza y dominio, pero conforme pasó el tiempo, y ante la continua disminución de los aportes de prisioneros varones, de sitios cada vez más lejanos, empezaron a contenerse.
Los pocos con los que Aroneys se encaprichaba y que traían a sus dependencias, a mi lado, eran todos cortados por el mismo patrón: guapos y atléticos, con egos que incluso en aquel ambiente tan oscuro y peligroso sobresalían y trataban de imponerse a mí, mostrando confianzas e iniciativas que nunca debieron haber tomado. Yo guardaba silencio, acurrucado en mi hueco, y mostraba indiferencia cuando Aroneys los ponía en su sitio, tanto las primeras veces al ser guiados por mí, como al final, cuando cualquier detalle desataba la caja de los truenos, y comprendían demasiado tarde que aquellas enseñanzas eran vitales y caían entre terribles dolores infligidos con insana alegría por Aroneys.
Según he podido saber, y he ido confirmando dentro de esta maldita jaula que es mi vida, la del exterior no es mucho mejor. Toman como esclavos a todos los varones y a muchas mujeres. Tienen el sentido común de no exterminarlos a todos y aprovechar sus recursos, dejar que vivan en unos regímenes estrictos de vigilancia directa e indirecta, ésta última por medio de validos, gente seleccionada entre los propios nativos a los que otorgan privilegios a cambio de vigilar y explotar a los suyos, recolectando recursos que las nepclusidias se llevan en visitas periódicas. Si algo no les cuadra, entonces son sometidos a vigilancias directas.
En otras zonas del mundo, de los que sólo tengo retazos en conversaciones, las cosas son muy distintas. El odio de los subterráneos, de los que las nepclusidias son sólo una facción, hacia los de la superficie ha sido tal, que literalmente han sustituido las poblaciones en tan sólo unos meses. Los intentos de resistencia han sido barridos, en su mayor parte, gracias a recursos que los subterráneos disponían y que los de la superficie ignoraban. Rastreadores de miedo, de los que Eroomnala era un formidable y raro ejemplar; rastreadores de olor, simples perrazos que soltaban y se olvidaban. La tecnología militar les era muy favorable, sí, pero solo hasta cierto punto: cuando se quedaban sin energía, munición o mantenimiento, se volvían trastos inútiles. Hubo un par de explosiones nucleares cuyos efectos ignoro, al igual que sus localizaciones, al ser sólo mencionados de pasada, pero que puedo imaginarlos.
Seguiré otro rato, Aroneys me reclama.
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